San Jorge y el Dragón II

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—Te lo dije —dijo Smaug paseando con los brazos abiertos por la amplia terraza—. No hay gatos ni princesas.

La melena le cubría parte de la espalda pero no lo suficiente como para ocultar los tatuajes de su espalda. Dos magníficas alas reptilianas decoraban sendos omóplatos. ¿Las alas del dragón?

—Pues supongo que volveré con las afligidas abuelitas a informarles de que ya te has comido a la princesa y he llegado tarde.

Se quedó de pie sin saber muy bien cómo continuar, desde donde estaba tenía una perfecta panorámica del dragón y se planteaba, cuál debería ser su estrategia. Lo más correcto y lo que traería menos complicaciones sería marcharse por donde había venido, dar las gracias a su vecino e informar a Mercedes y Agustina que la princesa continuaba desaparecida. Sí, eso sería lo fácil y lo que no pensaba hacer. No sin al menos, saber un poquito más de él. No esperaba un encuentro sexual de buenas a primeras, no. No porque no le interesara, claro que no, era más bien porque... eso se hacía con un desconocido de Flirtter, no con tu vecino. Era incómodo. Aunque la verdad era que la incomodidad tampoco era tan importante. No se había cruzado con Smaug más de un par de veces antes, y no habían intercambiado palabra. Cualquier diferencia, por pequeña que fuera, sería para bien.

—Creo que si tuviera un gato en casa me habría dado cuenta. —Smaug se asomó por la barandilla—. Hay bastante distancia desde el árbol del patio. No dudo que haya podido, solo que tal vez... deberías buscar entre las hierbas del primero.

—No digas esas cosas, qué marrón... —gimoteó—. Suena mejor lo de rescatar princesas que buscarlas espachurradas.

—La vida del caballero de brillante armadura está llena de dificultades —comentó el dragón.

—Ni te lo imaginas. Me paso el día puliendo la plata para que brille. ¿Y las espadas? Se oxidan por nada. Un auténtico dolor de cabeza. ¿Y sabes lo que es mear con la armadura? Tengo que ir a todas partes con un abrelatas—bromeó, mientras le seguía de regreso al interior del apartamento.

Smaug se rio con suavidad y agitó la cabeza.

—¿Cómo es la vida del dragón? —preguntó con curiosidad—. Me han dicho que eres músico, así que me imagino que estás rodeado de fuego y humo en el escenario mientras rugen los amplificadores. Muy apropiado.

—Sí, algo así —. Quizá fueron imaginaciones suyas, pero su sonrisa adquirió un matiz triste al responderle. De cualquier forma, no parecía que fuera a continuar con la conversación. No, al menos, con ese tema.

«Piensa rápido, Jorge. Esto no puede terminar así». Pasó revista mental a un amplio abanico de temas de conversación, pero se encontró con que eran bastante limitados. Podía hablar del tiempo, o de programas de computación, o...

—Así que te han mandado las abuelitas del segundo — comentó Smaug sacándole del apuro. Jorge tuvo que contenerse para no suspirar agradecido.

—Sí, no sé por qué, la verdad. Me dieron a entender que no te conocían y que tu rollo gótico las asustaba.

—¿Mi rollo gótico? —repitió Smaug.

—Ya sabes —Jorge tragó saliva e hizo un gesto con la mano—. Los pinchos, los tattoos, el cuero...

—Ya... supongo que el rollo croissant les gusta más.

—Sí... ¿eh? —Tardó un rato en reaccionar y darse cuenta de que ese había sido un ataque directo— ¿Qué quiere decir eso de rollo croissant?

—Ya sabes... Dulce, blandito por dentro y... —Smaug dobló el brazo como marcando bíceps—. Chico de gimnasio.

Jorge frunció el ceño. Sí, era un chico de gimnasio. Se pasaba el día delante de ordenadores pero eso no quitaba que no tuviera tiempo para cuidarse. ¡Era una cuestión de salud! Y de estar bien. Por supuesto. Así que cuidaba muchísimo su dieta e iba al gimnasio todos los días. Sí, tenía unos brazos fuertes, un buen six-pack y un culo de hormigón armado y estaba orgulloso de ello.

La Tontería del Siglo: San Jorge y el DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora