Su delicadeza

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Lo que más me cautivaba de él era su elegancia, su vestir impecable, su maquillaje preciso acompañado de un susurro terso que duraba segundos pero quedaba horas grabado en mi mente luego de cada encuentro. La delicadeza de sus toques cuando recorrían el contorno de mis hombros, delineando con dedicación el cuello de mi camisa antes de deshacer los botones que claramente lo obstruían y la expresión facial centrada, regodeándose de su experticia para llevarme al delirio con una única sonrisa.


Era consciente de cuán peligroso resultaba pensarle por anticipado, cuando aún no había aparcado el automóvil pero no podía dejar de observar por el rabillo de los ojos la perfección de su foto de perfil. Esa imagen no era, ciertamente, la única que tenía a mi disposición y mucho menos la más atrevida, pero no necesitaba revisar su galería para incrementar mi deleite, puesto que su mayor encanto estaba presente allí, en sus ojos verdes, pintados maravillosamente, y en sus labios gruesos, rosados, aguardando por nuestro hallazgo con la misma ansia que yo.


Si debía definir nuestra relación lo encararía por el perfil de amantes casi sin dudarlo, porque no me parecía adecuado limitarlo a una amistad cuando conocía cada centímetro de su cuerpo con ambas manos y no sólo con mis labios. Éramos muy unidos y sobraba tal aclaración: el mundo nos conocía como mejores amigos, pero el vínculo que sosteníamos iba mucho más allá de eso. Con tantos años viéndole y teniéndole cerca, ni siquiera habíamos aprendido a no extrañarnos cuando las fronteras se erguían delante y las noches conjuntas en las que las cámaras web se encendían y nos permitían admirarnos sin ropa se habían convertido en una preciosa tradición. ¿Era aquella una conducta usual en quienes impartían sólo una bella amistad? Al menos yo no lo concebía de esa manera.


Cuando me abrió la puerta de su departamento no tuvo que articular palabra alguna para hacerme saber lo que pretendía. El tono rojizo adornando sus párpados y los lentes de contacto aclarando sus irises constaban de la manifestación suficiente para hacerme caer bajo su tela de seducción. Su sonrisa cómplice transmitió todo el entendimiento necesario para que tuviera la confianza de tomarle la cintura, aquella tan fina y delicada, reduciendo la distancia ambos hasta anularla por completo. Rió con una suavidad que me derritió y deslizó sus manos por el cuello de mi camisa de la forma en que había fantaseado durante el viaje, pero continuó el camino descendente hacia mi pecho y me dio un pequeño empujón, tranquilo pero exacto para apartarse unos centímetros y liberarse de mi agarre.



—Alto ahí, campeón. Acabas de llegar, ¿o acaso estás muy apurado? —Sus pasos lo alejaron hacia los ventanales y su retaguardia capturó mi mirada. Sus piernas delgadas, tan largas e interminables como las ganas que le tenía, eran dignas de admiración a cada momento que las presenciaba. Sus pantalones ajustados me traían a sus pies y el sonido de su calzado al impactar contra el suelo era lo mejor que había oído en el día. Luego de su risa, por supuesto, aunque en aquel instante parecía estar burlándose de mí, pero, ¿cómo podría enfardarme?


—Lo siento, lo siento —comencé a moverme, buscando esconderme del primer impacto que causó en mí, y me acerqué al sofá, sentándome a un lado del felino calvo que descansaba allí. Le acaricié la cabeza y las orejas y sus ojos se encontraron con los míos, pareciéndome adorable y agradeciéndole que me distrajera del alboroto que me sucumbiría muy fácilmente si continuaba pensando—. Creo que desarrollé algún tipo de reflejo automático cuando te veo así y estamos solos.


Intenté no verlo mientras la luminosidad del ambiente disminuía. Estaba corriendo las cortinas, me imaginaba, para que mi visita no fuese atendida a plena luz del día; y, sinceramente, me agradaba la idea de observarle bajo un tenue luminar. El gato subió a mi regazo y Bambam volvió a pasarme por delante, echándome un vistazo que no pudo no gustarme al tiempo en que tocaba el lomo de su mascota. Le respondí y le sonreí, estirando un brazo por el respaldo del mullido mueble, dispuesto a esperarle.

His delicacy 愛; yugbamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora