"Lo que no fue"

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Asistía en segundo año de secundaria, para aquel entonces ya rondaba por los casi catorce años. La vida era muy tranquila, mantenía una madurez bastante superior sobre sus amigas ya que que las hormonas revolucionarias no la habían infectado aún. Se destacaba entre sus conocidos por dar buenos consejos para el amor y la vida, a pesar de que nunca había tenido pareja y su vida cotidiana era monótona y aburrida. Muchos quedaban agradecidos y algún que otro se quejaba por los resultados fallidos. Si bien nunca había tenido novio, anhelaba tener uno. Todas sus amigas ya habían empezado a transitar por el sendero de las relaciones amorosas, y ella seguía estancada.

Los amplios pasillos del Instituto se llenaban en el recreo, estudiantes de aquí para allá, del primer al segundo piso, de la cantina al patio, del patio a las aulas. Socializar no era un problema, el problema era combatir para comprar una rasqueta o algún que otro aperitivo en el kiosco.
Hubo, a principio de aquel año, una extraña reacción de la multitud ante las presencias de ciertas jovencitas con tarjetas personalizadas en sus manos. Definitivamente las fiestas de quinces estaban floreciendo y todo el mundo quería ser invitado. Solo era cuestión de esperar, aunque... a veces, nunca llegaban.

Fue en una noche de sábado, en la fiesta de quince años de vaya a saber quién. Cerca de las cuatro de la mañana, justo en el momento cúlmine del baile, ella chocó con un joven. Ambos rieron y volvieron a su respectivas rondas pero, por alguna extraña razón, sus miradas se encontraban de a momentos. Sonrisas cómplices se escapaban de sus labios de vez en cuando. Sin previo aviso, mientras sonaba "Abusadora" de Wisin y Yandel, las rondas se unieron formando una más grande. Todos bailaban, paso acá, paso allá, al medio, meneadito, abajo y de vuelta al borde de la ronda. Todos reían, se movían, se chocaban e inocentemente todos se relacionaban. Charla va, charla viene, carcajada por ahí y gritos eufóricos por allá.

Fue en ese momento en el que él, nuevamente, volvió a chocar –sin querer- con ella. Él, de mirada pacífica y con una gran sonrisa en su rostro, la invitó a bailar ya que la música de fondo había vuelto a cambiar. Ella aceptó con las mejillas sonrojadas, era la primera vez que iba a danzar con un desconocido. Fue por culpa de un cuarteto en el que ambos se tomaron de la mano. Se movieron a la par del ritmo, entre risas y charlas sin sentido él la invitó a tomar aire fuera del salón y ella aceptó. Con la fría brisa clásica de otoño, se presentaron. Ella se mantuvo sentada a su lado con las manos entrelazadas en las rodillas, él se apoyó en la pared y la miraba de reojo cada tanto. Con entonación más suave y tranquilos hablaron sobre los distintos colegios que cada uno asistía, sobre su diferencia de edad de casi tres años, y entre otras cosas. No hubo silencios y eso fue lo agradable, ya que sonrisas entre los dos no faltaron. De charla en charla, y ya con un poco de frío, él le ofreció prestarle su buzo. Caminaron hasta el auto del él y ella se colocó el abrigo. Fueron instantes en que sus miradas nuevamente se volvieron a encontrar, fueron segundos lo que tardó ella en acercar su rostro al de él, pero una bocina de fondo quebró el tan esperado momento. Ella miró la hora en su celular, ya eran las cinco de la mañana y sabía que aquel auto que bocinaba era su Papá. Entre risas se despidieron y un beso en la mejilla ella le depositó.

En la madrugada del domingo ella se dio cuenta que no habían intercambiado números, sólo sabía su nombre, la edad y al instituto que él asistía. A pesar de que habló con sus amigos, ninguno lo conocía y en Facebook tampoco aparecía.

Al miércoles de la semana siguiente, en el término de las horas de clases, salió entre toda la caravana por la puerta principal. Las clases habían terminado por hoy, estaba hambrienta y no veía las horas de llegar a su casa para almorzar. Pero, mientras bajaba las escaleras, lo vio. Él estaba parado bajo un naranjo, su uniforme era de color gris y llevaba una gran carpeta de diseño en una de sus manos, su cabello castaño se encontraba desordenado y sus ojos danzaban entre la multitud buscando algo. Ella se paralizó. ¿Qué debía hacer? ¿Saludarlo? ¿Irse? ¿Acercarse o alejarse? Pero, como pasan en las grandes historias, él la miró y ella automáticamente se sonrojó. Ambos sonrieron al mismo tiempo. Desde aquella distancia, claramente se podía diferenciar la estatura de los dos: Él con 17 años medía 1,75 y ella con 14 años ya medía 1,67. Pero eso no importó, ya que ella por primera vez se enamoró.

El tiempo pasó. Él era perfecto para ella y ella perfecto para él. A veces, cuando él salía temprano de su colegio la iba a buscar, pero cuando se quedaba hasta la tarde ella lo iba a visitar. No vivían lejos, por eso –cada vez que podían- volvían juntos. Duraron bastante tiempo, o por lo menos así lo soñé.

Pero la realidad es diferente. Desgraciadamente, esta historia nunca existió. Pero, entre las cenizas de tu decepción, lector, hay algo que sí es verdadero. Ambos sí se conocieron, no de la forma anteriormente relatada, sino cuando ella cursaba el último año de secundaria. Sé que aún, después de cuatro años de relación, siguen juntos.

A veces, es bonito imaginar algo que no sucedió, que no fue, pero sí pasó de modo distinto.



De María D' Lourdes (26/06/2018)

Lo que no fueWhere stories live. Discover now