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Con el corazón golpeando con fuerza en el pecho la chica descendió las escaleras en espiral con una mano apoyada en la pared para evitar perder el equilibrio. Saltó los últimos escalones y se introdujo en el estrecho y oscuro pasillo. Con la respiración agitada y la boca seca por los nervios miró por encima de su hombro. No la seguían, todas estaban atentas al desastre que había formado la Sacerdotisa de las kuviesas. Sus pies descalzos golpeando la fría piedra del suelo era lo único que se oía aparte del jaleo encima de su cabeza. Llegó a la puerta y se paró ante ella intentando mantener la respiración.

-Ha llegado una kuvia, está enferma pero no puedo arriesgarme -susurró con la frente apoyada en la fría puerta-. He escuchado que lo harán mañana aunque no hay luna alguna, tengo que sacarlo ahora de aquí.

Esperó por un gruñido, una palabra que le respondiera, pero nada. Mordió su labio y dándole un último vistazo a la puerta corrió rezando alcanzar el final del pasillo antes de que alguien bajara a revisar que todo iba bien por esos pasillos. El sonido sobre su cabeza se había detenido, no tenía mucho más tiempo. Al llegar al fondo del pasillo empujó con fuerza la puerta de metal saliendo de la montaña. La Cuenca la recibió como un océano verde en cuyo interior el río brillaba plateado en algunos puntos que se alcanzaban a ver entre la arboleda. A su lado el animal le gruñó. Estaba atado por cadenas a la pared de la montaña y las alas, sus hermosas alas, estaban ajustadas sobre su lomo. Los ojos dorados del animal la miraban salvajes, su atención fija en el hacha que ella tenía en su mano.

-Vengo a sacarte de aquí medrik.

La fiemelsia deseó que le hubieran atado también la boca cuando lanzó un mordisco al aire. Reuniendo valor se acercó al animal que volvió su cabeza para morderla, ella siseó ante el intento.

-Voy a sacarte de aquí antes de que ellos intenten hacerte algo, porque te prometo que lo que te tienen reservado no es muy agradable.

Un brillo de lo que a ella le pareció comprensión en los ojos del enorme medrik le indicó que podía acercarse. Con el hacha rompió las cadenas que lo ataban a la pared. Se dirigió a las de las alas cuando la puerta se abrió y una guerrera salió por la puerta. Por un momento se observaron la una a la otra. La guerrera desenvainó su espada.

-Traidora sin alas -escupió.

Adeena se quedó congelada al lado del animal que gruñía a la guerrera. Dio un paso hacia ella y en un pestañeo tenía al animal encima de ella desgarrando carne con sus enormes dientes. Adeena retrocedió hasta que su espalda tocó la pared. La guerrera gritaba e intentaba alcanzar la espada que había tirado con la sorpresa, pero no pudo hacer nada por salvarse. La mandíbula del medrik se cerró alrededor de su garganta silenciando sus gritos. Cuando el animal la dejó ir el cuerpo golpeó el suelo que estaba lleno de su sangre. El animal se giró hacia Adeena que temblaba de pies a cabeza. Sangre brillante goteaba entre sus fauces.

Cauteloso, el animal se aproximó a ella girando para poner las ataduras de sus alas a la altura de ella. Con manos temblorosas Adeena las cortó. El medrik avanzó hasta la puerta abierta pisando la sangre de la guerrera mutilada.

-No, no, no, no -susurró la chica corriendo hasta él-. No puedes entrar, tienes que irte -la bilis subió por la garganta de la fiemelsia al notar la sangre cálida de la guerrera en sus pies. Miró al pasillo oscuro por donde había venido corriendo y que el animal estaba olfateando-. No te espera nada bueno aquí medrik, ni a tu kuvia. Tienes... tenemos que irnos, llévame contigo, donde sea que vayas.

Hija De La Luna Roja - Las Últimas Hijas de la Luna 01Donde viven las historias. Descúbrelo ahora