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Otra noche de insomnio, me dirijo al trabajo con café fuerte y amargo en la mano izquierda, una calibre 38 cargada en mí cinturón de cuero lado derecho. El ascensor me eleva al tercer piso del edificio de la UVECM en Kansas City condado de Missouri mientras me pregunto en qué momento me acostumbré a llevar el arma cargada sin remordimientos, a ver cadáveres como solo materia, la tortura como algo natural... fetiches del homicida. Cuatro años en la unidad me volvieron inmune. Seis como detective se llevaron mí vida social lejos de las paredes de la oficina. Sin hijos, marido o novio. Solo una madre preocupada por mí trabajo, un Bull Dog de siete años, una hermana exitosa, su esposo y dos sobrinos en Illinois, cruzando el río. Las puertas de metal blindado se abren ante mis ojos, diviso a la detective Wilde, nuestro cable conector con los medios públicos hablando por teléfono calmada como todo en su aura. Seguramente aún no se saca de encima a los reporteros de Illinois, no encontramos al ignoto culpable de la muerte de siete mujeres, mismo modo de operar, ahogadas con su propia sangre luego de cortarles la garganta con arma blanca. Amargo final, ninguna huella, ni cabellos o testigos. Cuando estuvimos cerca, se esfumó fácilmente en el aire, como si nunca hubiera existido. Dejándonos  en ridículo, burlandose de la unidad. Es la parte impotente de este trabajo. No siempre ganas, no todas las veces atrapas al malo, no tienes huellas donde quisieras, en el mejor de los casos obtienes un testigo con vagos recuerdos de un sujeto desconocido. No existen palabra suficientes de consuelo para los familiares de las víctimas. La presión que sentimos sobre los hombros es inexplicable. Con los años se vuelve llevadera la carga pero no deja de estar ahí. Es notoria la angustia en el detective Andersor. Lleva solo un año trabajando con nosotros. No supera los veintidós años, envidio su vigorosa juventud un poco menos que su brillante cerebro. Nuestro jefe, Mike Lambert, lo tenía entre ojos desde que lo vio en una de sus charlas sobre criminalística a inicios de 2015, hace ya unos dos años. Debería acercarme a él, darle unas palabras de aliento intentando levantarle el ánimo, tal vez deba decirle que ya se va a acostumbrar. Mejor omito decir lo último. No soy buena con las palabras, aún así camino a él, sin embargo y para mi suerte se me anticipa la detective Puckerman, ella casi tan sencible y jóven como él. Estoy segura de que ambos van a llorar. Son dos ciegos intentando caminar uno con la ayuda del otro. Imposible no tropezar. Becca Puckerman como nuestros ojos en la web, aún no ha sido capaz de desarrollar el aguante y la apatia de los que estamos en las calles. A excepción de Jenna Wilde. Ella aún tiene humanidad. Kate McFreidy, la forense, y yo estamos complicadas en temas de humanidad.
El ambiente se volvió tenso desde Illinois. Camino ajena a las consolaciones de Puckerman a Mark Anderson, escuchando de fondo la voz calma de Jenna Wilde. Me dejo caer sobre mí escritorio sin importarme arrugar archivos que sé que no tienen importancia. Sentía la rabia consumirme lentamente. Iba a atrapar al asesino de Illinois aunque se encuentre fuera de mi jurisdicción, aunque sea lo último que haga. Pasmada en mis pensamientos, el jefe Lambert me quita de ellos caminando frívolamente hacia mí con una carpeta de expedientes en su mano alzada y el traje azul que su esposa le regaló en su último aniversario antes de su inevitable divorcio, si alguien pasaba más en ese edificio que yo era él. Como si fuera lo más importante, y lo es, atrae al resto de la unidad a mí cual abejas a la miel. Puckerman y Anderson vienen juntos. Wilde deja el teléfono de lado.

- Detective Holliday, Tenemos un caso. Salimos en una hora. -Tan dulce como es su costumbre arroja la carpeta a mí revoltoso escritorio y se retira. La tomo y la abro. Tiene varias fotos, un nombre y descripción. No muevo ni un músculo más  que para pasarselo a Puckerman. Me llevé el café a la boca. Wilde saca su teléfono personal del bolsillo trasero izquierdo de su jean apretado negro, asumo que para avisar a su esposo que no va a llegar para la cena otra vez.

- ¿Salir a dónde, Becca? -El inquieto de Anderson se acomoda la corbata verde opaco que elogió su mamá. Siempre tan acicalado y preciso.

- Al otro lado del condado. San Luis. - Este caso tenía mi total atención.  San Luis limitando con Illinois. ¿coincidencia? Jamás  creí en ellas. No suceden en esta parte de Missouri- Tengo que preparar las diapositivas. - Puckerman corrió a pasos cortitos debido a su falda al cuerpo amarilla y sus tacones blancos de charol de entre cinco y siete centímetros con la carpeta a la altura del pecho. 55 minutos para preparar el caso. Los demás nos ibamos al jet.

EL PARQUEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora