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Megan prefirió ir caminando hasta su casa a pesar de que había estado en la parada de autobús. Eso le daría más tiempo a solas, así podría ordenar sus ideas. Ese color rojo que habían tomado sus mejillas con algo de suerte se marcharía.

La llamada de su madre la sacó del trance. Megan no estaba segura de si aquello había sido para bien o para mal, puesto que conocía las intenciones de su madre al apresurarla a volver a casa.

En ese momento un remolino de pensamientos atacaba su cabeza. Y junto a eso, su corazón latía cada vez con más fuerza. 

Intentaba buscar las palabras adecuadas para describirse a sí misma lo que había sentido con ese chico desconocido, pero no pudo encontrarlas. 

No entendía el porqué de esa sonrisa que se había plantado en su cara y que no parecía tener intenciones de irse pronto.

Llegó a casa sin darse cuenta. De alguna manera sentía que volaba, aunque eso no fuera posible. Subió rápidamente a la habitación, dejó en su lugar sus pertenencias y luego se dirigió hasta la cocina, para encontrarse con lo que ella ya se esperaba.

Su madre estaba cocinando algo que tenía muy buen olor, y unos metros a distancia, Kaleb, ese chico de hipnotizadores ojos azules y sonrisa perfecta.

—¡Oh, mira quien está aquí! —exclamó Susanne, la madre de Megan, al verla entrar en la cocina.

—Que bien huele —halagó a su madre—. Hola, Kaleb.

—¡Meg! Que bueno verte —dijo con alegría.

—Sí, es genial —contestó con fingido entusiasmo, a lo que Susanne le dedicó una mala mirada.

—Ya que estamos todos, ¡es hora de la cena! —anunció sonriente.

Megan ayudó a poner la mesa, a lo que poco después se le sumó Kaleb, por lo que fue una tarea corta y fácil.

La cena transcurrió entre comentarios insinuantes por parte de su madre, quien mantenía una amena conversación con Kaleb, mientras que Megan se encontraba perdida entre sus pensamientos.

Megan no entendía los esfuerzos de su madre por querer unirla una vez más con Kaleb. Susanne quería que su hija se viera siempre perfecta a los ojos del chico, aún cuando sabía de sobra que Megan ya no estaba interesada en él.

No estaba segura de si Kaleb no se daba cuenta del desinterés de su parte o si solo estaba fingiendo no notarlo. De todas maneras, le parecía que su madre estaba mal por el hecho de arrojarla a los brazos del chico cada vez que tuviera oportunidad.

La relación entre Megan y Kaleb se había resquebrajado hacía un año, cosa que a ella le pareció darle una sensación de paz a su vida. Unos meses después, él apareció de nuevo, y desde entonces los esfuerzos por acercarse a ella se habían vuelto constantes e incómodos para Megan.

Ella se limitaba a cenar entre leves asentimientos y cortas respuestas sin interés alguno. Para cuando todos terminaron su comida, la conversación aún seguía viva por parte de Susanne y Kaleb, mientras que Megan solo deseaba que el chico se despidiera para subir a su habitación y seguramente, pasar el resto de la noche leyendo hasta quedarse dormida.

Kaleb le contaba a Susanne sobre su último viaje, y en ese momento llamó la atención de Megan cuando se dirigió a ella para hacer énfasis en su descubrimiento de una gran biblioteca, con cientos de miles de libros, desde el piso hasta el techo, donde quisiera mirar. A Megan le pareció increíble, a pesar de que la ciudad contaba con bibliotecas siempre había sido su sueño explorar el mundo, conocer nuevos lugares, idiomas, culturas, olores, y por supuesto, nuevas bibliotecas.

Ella dejó escapar una pequeña risa cuando el chico aseguró que algún día la llevaría a conocer dicha biblioteca, puesto que sabía que Kaleb jamás cumplía ninguna de sus promesas. A diferencia de Megan, a Susanne aquello le pareció una idea maravillosa.

Para cuando el tema de la biblioteca y los libros terminó, Megan ya había perdido el interés en la conversación una vez más. 

En el momento en que el chico se despidió y cruzó la puerta para ir camino a su casa, Megan sentía que habían transcurrido una infinidad de horas. Lo peor era que seguramente ahí no terminaba su noche.

En un intento por escapar de su madre, se dedicó a lavar los platos para así poder escabullirse a su habitación, pero sin duda aquello no fue posible.

Susanne regresó al transcurrir unos minutos y tomó asiento en la barra donde tenía vista a la espalda de Megan, y sin pensarlo dos veces, hizo una pregunta.

—¿De verdad te cuesta mucho poner un poco de tu parte? 

Y aunque Megan esperaba aquello, no sabía que responder, ni de qué manera hacerlo para que Susanne lo comprendiera de una vez por todas.

—¿Poner de mi parte... como para qué? —preguntó como si no supiera la respuesta.

—Megan, comprendo si tu intención es hacerte la difícil, pero ya estuvo bueno —Le dijo—. Kaleb regresó hace cuatro meses, ¿acaso no te parece suficiente ya? —Hizo una pausa ante el silencio de su hija—. ¡No estará tras de ti todo el tiempo!

—Es exactamente lo que más deseo. Solo quiero que dejes de intentar relacionarme con él, no va a suceder —concretó—. No sé porque no te ha quedado claro todavía, mamá.

—Todo está claro aquí. Solo piénsalo, Kaleb es apuesto, inteligente, de buena familia, y está interesado en ti. ¡Nunca tendrás algo mejor que eso!

En el fondo, a Megan le dolía que su propia madre pensara así de ella, que su interés pudiera más y que fuera capaz de lastimarla con solo palabras. 

—No lo quiero —confesó con voz quebrada y a punto de romper a llorar—. No estoy interesada en Kaleb, mamá.

Para Susanne, su hija no era más que una chica caprichosa que no entendía razones. Quería abrirle los ojos y mostrarle lo que ella sí podía ver: un excelente futuro junto a Kaleb.

—¿Cómo lo sabes? Todo este tiempo te has dedicado a esquivarlo sin parar —recriminó—. No tienes mucho tiempo más para pensarlo, no permitiré que por tu culpa él pierda el interés en ti.

—Espero que eso ocurra pronto —contestó con una lágrima recorriendo su rostro. Salió de la cocina con rumbo a su habitación, no tenía ganas de continuar con esa charla.

—¡No eres más que una tonta, Megan! —gritó Susanne al pie de las escaleras—. ¡Ojalá no sea demasiado tarde cuando te des cuenta!

Megan siempre había creído que las palabras pueden llegar a tener un efecto muy hiriente, y aquellas se habían clavado en ella como una daga en el corazón. Se recostó en la cama mirando hacia el techo hasta que las lágrimas en su rostro se secaron.

Aún con todo su ser revuelto, estiró su brazo y tomó entre sus manos eso por lo que había esperado horas.

Un amor destinado ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora