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Con el sol atacando sus ojos, Trent Graham avanzaba casi sin ganas entre la multitud, con cuidado de no dejar atrás ninguna de sus maletas. Tenía la vista fija en sus zapatos, se esforzaba en coordinar bien sus pasos y no perder el equilibrio con todos los empujones que recibía segundo tras segundo. Para cuando llegó a una banca y pudo tomar asiento, agradeció por haber podido atravesar la muchedumbre sin problemas. Rebuscó en los bolsillos de su gabardina en busca de su boleto y lo mantuvo entre sus manos hasta la llegada del tren que lo llevaría a su destino.

Había pasado un aproximado de media hora cuando, por fin, se encontraba en el asiento veintidós del pequeño tren.

Aprovechando la oportunidad, de la maleta más grande escogió un libro para viajar a gusto. Unos minutos después, una señora no tan mayor tomó asiento junto a Trent, y por el rabillo del ojo echó un vistazo al libro que el chico sostenía firme entre sus manos.

Trent se limitó a sonreír.

Con el fuerte sonido de una campanada, desorientado y sediento, Trent despertó de un profundo sueño en el que cayó sin darse cuenta

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Con el fuerte sonido de una campanada, desorientado y sediento, Trent despertó de un profundo sueño en el que cayó sin darse cuenta. La señora que estaba a su lado ya no se encontraba en el lugar, ni ningún otro pasajero del tren. Miró por la ventana y observó que, en definitiva, su viaje había llegado a su fin.

Bajó mirando en todas las direcciones, con el propósito de encontrar alguna señal que le indicara en qué lugar de la gran ciudad estaba. Se limitó a caminar por las calles, atento a todo lo que lo rodeaba. Caminó sintiéndose abrumado por la cantidad de personas, y dolorido por la incómoda posición en la que durmió.

Se dirigió hacia la parada de autobús y tomó asiento en el extremo de la banca. Una vez más, rebuscó entre los bolsillos de su gabardina hasta encontrar el pequeño papel que contenía la dirección de la casa de sus abuelos.

Su mirada se perdió por extensos minutos, sus pensamientos lo habían alejado de su cuerpo y la angustia se apoderaba de su mente. Tenía miedo.

Toda su vida transcurrió de manera sencilla: un pueblo pequeño, calles y caras conocidas, su habitación y sus libros. Y ahora su madre lo había arrojado al mundo exterior.

No identificaba a ninguna de las personas de su entorno, se sentía insignificante ante la amplitud de la ciudad. Todo lo que miraba le era desconocido, y sin notarlo, un par de lágrimas brotaron de sus ojos antes de que él pudiera pararlas. Observó el cielo y le pareció que eso era lo único que permanecía igual, sin importar en que lugar se encontrara. Dejó escapar un suspiro.

Miró al otro extremo de la banca. Ahí estaba una chica. Serena, apacible, con la vista fija en las líneas de un libro del cual no podía ver el título. La detalló. Se veía delicada, hermosa. Y de pronto saltaron a su mente cientos de poemas que hicieron dar un vuelco a su corazón. Solo la miraba.

Ella suspiró y cerró sus ojos por un segundo. Luego dio fin a su lectura y dejó el libro sobre sus piernas. Fue entonces cuando Trent alcanzó a leer el título, y se llenó de emoción, de una extraña sensación desconocida para él y de nervios.

Sonrió. Sonrió de forma auténtica, como si el sol saliera por primera vez en mucho tiempo. Como si estuviese hecho para sonreír. No podía evitarlo.

Sintió frío y después de un segundo, calor. La miró de nuevo y un nudo se instaló en su garganta. Lamió sus labios en un inútil intento de humedecerlos.

La chica ladeó su rostro y sus ojos se posaron en él. Lo miró. Un chico pálido, de abundante cabello castaño y labios carnosos. Captó su atención. Y de pronto, ambos se miraban, sintiendo su corazón acelerarse. Ninguno logró articular palabra. Las mejillas de ella se tiñeron de rojo al igual que las de él. Los dos sentían su interior hervir como nunca antes.

Trent fracasó en el intento de hablarle. Abrió y cerró su boca un par de veces, pero nada salió de él. Fue entonces cuando ella bajó la mirada, apenada. Se encogió en su lugar y Trent pensó que la había incomodado, por lo que de inmediato reaccionó.

—Disculpa —expresó, preocupado, tartamudeando—. No fue mi intención.

Pero solo logró que ella se escondiera tras su cabellera rubia, en un intento de disimular lo avergonzada que se sentía. Su corazón estaba a punto de desbocarse, y no lograba comprender la situación. Su pecho subía y bajaba frenéticamente y no pudo impedir la sonrisa que se plantó en sus labios. En el momento en que aquél chico se acercó más a ella y tomó entre sus manos un mechón de su cabello, pensó que podía explotar en ese mismo instante. Como si ella fuera una bomba y él, el detonante.

Se obligó a mirarlo a los ojos y pudo sentirse perdida entre ellos. El color miel que tenían le daba la sensación de estar mirando directamente a lo más profundo de su alma, algo que no había sentido antes con ninguna otra persona.

Así transcurrieron un par de segundos, hasta que una melodía proveniente del bolso de la chica desvío la atención. Apenada, atendió la llamada que entraba a su celular, haciendo el intento de que su voz no sonara alterada.

Sus escasas y monótonas respuestas dieron señal de que aquella llamada, no era precisamente, algo que ella estuviera esperando.

Al terminar la llamada, depositó su celular en el interior del bolso. Tomó una bocanada de aire, y, con pesadumbre, se puso de pie. Dedicó una sonrisa casi imperceptible a Trent y echó a andar.

Él la vio alejarse, preguntándose que pudo haber pasado para que en cuestión de segundos, su sonrisa se esfumara.

Él la vio alejarse, preguntándose que pudo haber pasado para que en cuestión de segundos, su sonrisa se esfumara

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Desempacando sus pertenencias, Trent hacía el intento de volver acogedor su nuevo espacio.

Al llegar con sus abuelos, emocionados, le dieron un largo recorrido por la propiedad. Una casa casi cinco veces más grande que la suya, y él solo quería conocer su habitación.

Su primera observación fue que entraba demasiada luz, no obstante, aquello no fue un gran impedimento. Luego de rechazar la cena excusándose tras el cansancio, aprovechó el momento para dormir, pues solo deseaba que ese día llegara a su final.

Al cerrar los ojos y caer en un profundo sueño, la imagen de la hermosa chica de la banca se proyectó en su cabeza una y otra vez.

Un amor destinado ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora