III

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"Scorpius no tiene novia porque

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"Scorpius no tiene novia porque..."

Draco Malfoy terminó de anudarse la corbata, comprobó las mangas dobladas de su camisa, a los gemelos con grabados de serpiente y sus iniciales, y sus zapatos previamente lustrados por los elfos domésticos. No importaba que tuviese que usar ropa muggle para el trabajo encubierto, lucía fantástico. Sólo por costumbre, se dio una última mirada en el espejo, se fijó que no tuviese un mechón fuera de lugar en la cabeza y que la coleta la cayese por la espalda como una cascada de rubio platinado. Así era.

Orgulloso de sí mismo, sonrió y le guiñó a su reflejo, que se rio de forma tonta y simuló silbarle al verlo alejarse a largas zancadas. Draco sacudió la cabeza y compuso su expresión neutral para la vida cotidiana.

Se paseó por el pasillo del segundo piso de Malfoy Manor como el jodido rey del lugar que era, saludó con cortesía los retratos de sus antepasados más queridos, ignoró la mirada insistente del cuadro de Lucius, y se detuvo delante de una puerta casi tan bien esculpida y con el mismo número de encantamientos protectores que la de su propio cuarto. No tocó, pues esta se abrió para él en cuanto el dueño de la habitación se percató de su presencia detrás de las protecciones.

Draco se paró bajo el umbral.

Entre todos los lujos, Scorpius resplandecía con un brillo propio que le llenaba el pecho de orgullo. Su hijo era más que un Malfoy, era más de lo que él pudo aspirar a su edad. Era el epítome de los cambios en su vida, de las elecciones y consecuencias, del pasado que dejaba atrás, y si permitirle pasar la tarde del día de navidad en casa de los Weasley no lo demostraba, Draco no sabía qué sí lo haría.

Aun así, Scorpius se doblaba las mangas de la camisa con el giro de muñeca que Lucius le enseñó alguna vez, porque su padre se lo enseñó a él, y el padre de este a él, y así sucesivamente, para que los Malfoy pudiesen verse presentables sin magia. Comprobó los gemelos, la réplica casi exacta de los de Draco, a excepción de la diferencia en las iniciales, y le dio una revisión final al cabello perfecto.

Scorpius sonrió y le guiñó a su reflejo, y este cayó hacia atrás en un acto de desmayo por la emoción. Draco lo escuchó reírse con la misma calmada fascinación con que, años atrás, escuchaba al amor de su vida en Hogwarts, y luego el piano que tocaba Astoria Greengrass para él, en los días en que tenía pesadillas sobre la guerra y el Señor Tenebroso.

Ni su amor juvenil, ni Astoria estaban ahí ahora. Sólo él y Scorpius, pero eso estaba bien. Tener a su hijo, y a nadie más, estaba bien.

—Revisa por última vez tus regalos bajo el árbol, Scorpius, me parece que acaban de llegar algunos de los Greengrass —Habló en voz baja, no necesitaba alzarla para hacerse oír. El adolescente lo miró a través del espejo, los ojos de ambos se encontraron; Draco se permitió una ligera sonrisa, la que no reservaba para nadie más que ese muchacho.

—Sí, padre —Contestó en el monótono tono de cualquier mago de sangrepura, arrastrando las palabras, mas la sonrisa ladeada desmentía la forma en que sonaba.

ExcusasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora