Parte única

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Scorpius sabía, probablemente mejor que nadie, lo rápido que puede cambiar una vida, en base a un solo hecho

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Scorpius sabía, probablemente mejor que nadie, lo rápido que puede cambiar una vida, en base a un solo hecho. Lo experimentó, en varias oportunidades, de ese modo.

Cuando se abrió la puerta del compartimiento del expreso, y le ofreció los dulces que su madre le entregó para hacer amigos, a Albus Potter, fue sólo una cuestión de minutos.

Cuando le avisaron que la Maldición Greengrass se había llevado a su madre y comprendió que ya no la volvería a ver, fue una cuestión de segundos.

Incluso cuando le pidió a Rose Weasley que se casase con él, su reacción no se hizo esperar más de un momento.

La vida era así, resultaría absurdo pretender cambiarla. Con los años, Scorpius había aprendido que no le quedaba más opción que disfrutar el momento presente y dejar que transcurriese, y que si llegaba otro repentino cambio, tendría que aceptarlo, igual que hacía con el resto. Doliese, o no.

Así que, a diez minutos de presentarse al altar, frente a su padre, los Weasley y algunos de los integrantes cercanos de ambas familias (más de la segunda, a decir verdad), era perfectamente consciente de que cientos de cosas podían cambiar antes de poner un pie fuera del vestidor, uno de los cuartos de La Madriguera, que dispusieron para él en ese día especial. Allí se celebraría la ceremonia y la fiesta posterior, y desde la ventana, podía ver el toldo que la señora Molly había preparado, con la ayuda de su suegra, Hermione, y oír el bullicio general que acompañaba a una familia tan extensa.

Una familia, que en unos diez minutos, sería suya también. Era todo lo que Scorpius habría sido capaz de desear, entonces, ¿por qué el espejo, frente al que se paró para acomodarse el chaleco del traje y el cabello, le devolvía un reflejo que no lucía radiante y agradecido con la vida?

Estaba solo, así lo había pedido. Cuando alguien tocó la puerta, tomó una profunda bocanada de aire, le instó a pasar, y se preparó para recibir a su padre, a su suegro, o incluso al propio Albus, que tendría que estar por alguna parte de la casa, todavía lidiando con ese mal humor que estallaba de pronto desde que lo nombró el padrino de bodas.

Scorpius no apartó la mirada de su reflejo, por lo que no la vio entrar. Tenía que prestar suma atención a esos botones, era un traje ceremonial Malfoy, el que su padre llevó para él, el que su madre habría querido verle usar. Debía ser más que sólo perfecto.

La puerta se cerró cuando alguien entró. Al terminar, Scorpius giró, las palabras quedándose en su boca al encontrarse con Rose en medio del cuarto, con el cabello recogido en un tocado complicado, adornado de perlas y cintas, y un vestido blanco, al más puro estilo muggle, que la hacía ver como la princesa con que siempre la comparó cuando eran apenas unos niños. Él le sonrió. Ella no lo hizo.

Lucía cansada. No podía culparla; el compromiso fue corto, los preparativos ajetreados, las tareas se convirtieron en una constante presión aplastante sobre los hombros de ambos.

Diez minutos para cambiarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora