T R E S

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—Pero, ¿qué...?

Retrocedo, sin creerme lo que ven mis ojos. Mi pelo, que cae en suaves ondas sobre mis hombros, se vuelve blanco, después caramelo y por último negro. Y otra vez. Blanco, caramelo, negro. Blanco, caramelo, negro. Dolor, tristeza, furia. Mis ojos se llenan de lágrimas cuando asimilo la escena que se desarrolla en la habitación: los cuerpos desnudos entrelazados de Ikel y Allegra, los extraños sonidos que oía incluso antes de abrir la puerta, sus caras de sorpresa y culpabilidad.

Ikel me ha estado engañando... con mi mejor amiga.

El escudero se cae de golpe de la cama, intentando cubrirse con algo. Pero yo únicamente tengo ojos para Allegra; para esa chica a la que le he contado todas mis inseguridades y secretos y a mis espaldas se reía de mí.

Blanco. Caramelo. Negro.

—¡Raiven! —la bruja coge un vestido que hay tirado sobre la cama y se lo pone rápidamente. Su pelo oscuro está despeinado, y sus ojos fantasmales agrandados y acuosos—. ¡Raiven!

Echo a correr por el pasillo, con Allegra pisándome los talones. Me llama. Grita que no es lo que parece, que ha sido un error, que lo siente mucho. Pero yo solo puedo seguir huyendo y admitir que me duele demasiado; ni siquiera consigo mantener las lágrimas en mis ojos.

—¡Raiven, por favor! —la voz de Allegra suena desgarrada; sin embargo, yo no me doy la vuelta. Sigo por avanzando al mismo ritmo por los pasillos del d'Orson; el estúpido vestido granate frenándome y el sencillo maquillaje que me cubría las pecas ahora echado a perder—. ¡Escúchame!

Sin darme cuenta, entro de golpe en el Salón del Trono. Todos los invitados —muchos más que cuando vine con Dalia— se giran hacia mí y se callan enseguida. Me quedo congelada en el sitio. Los ojos de un centenar de humanos me recorren entera; me analizan, a mí y a Allegra, que sigue llamándome y deshaciéndose en lágrimas detrás de mí, con su vestido a medio abrochar y su pelo ensortijado, formando un desordenado conjunto de mechones alrededor de su cabeza. Eso me hace querer llorar más. Busco con la mirada a alguno de mis hermanos, y localizo a Dalia enseguida. Doy un paso para acercarme a ella, para llegar a la seguridad de los brazos de mi hermana gemela; sin embargo, un ruido a mis espaldas me detiene súbitamente.

Allegra se agarra con fuerza del cuello y cae de rodillas al suelo. Las velas de la sala se apagan de golpe, sumiéndonos rápidamente en la oscuridad. Algunos invitados gritan, y los guardias apostados a las puertas del Salón del Trono empuñan sus armas contra la bruja que agoniza en el suelo. Allegra se retuerce una y otra vez; de repente, se queda quieta.

Ahogo una exclamación.

Eso solo le ocurre cuando algún espíritu la ha poseído.

Allegra se incorpora, pero aún sigue de rodillas sobre el suelo. Su cabeza se mueve de un lado a otro, observando su alrededor, a todos nosotros: analiza nuestros rostros, nuestras ropas, nuestras expresiones. Echo de menos la espada que siempre llevo colgada del cinto, por una vez olvidada en la habitación.

Nunca se sabe si quien habita ahora su cuerpo es un espíritu bueno.

O malo.

La bruja se pone de pie con cuidado. Un tirante de su vestido se desliza por su hombro, pero parece no importarle. Más bien es como si no se diera cuenta. Sigue observando a la multitud; es como... como si buscara a alguien.

Doy un paso hacia atrás hasta situarme junto a Dalia. Ella me mira con sus grandes ojos azules, tan parecidos a los míos. Le tiemblan las manos. Está asustada. Disimuladamente, entrelazo mis dedos con los suyos para infundirle algo de calor y calma, para trasmitirle la seguridad que tanto me hace falta.

Brillante Bahía {LS#2}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora