-¡Estoy embarazada!
Kennedy Rogers se puso muy feliz de haber conseguido trabajo. Recordaba que le habían pagado tanto el primer mes de su nuevo trabajo milagroso como reparador, que habían decidido casarse y en grande. Montaron una gran fiesta, invitando a montones de gente y preparando deliciosa comida.
-Estoy embarazada, Ken! No estás feliz?! Vamos a comprarle una cuna, un triciclo, mucha ropita, un...
Él no la dejó terminar, sofocándola con un beso. Sí, comprarían muchos juguetes, lo llevarían al mejor jardín de infantes, lo llenarían de amor...Si existía el mejor día de sus vidas, sería aquél.
-Es niño o niña? -Me parece que es niña; ya sabés que las mujeres presentimos cosas. -Igual, de cualquier modo, hay que llevarte al médico. Querés ir ahora?
Pasaron el día en el hospital, aprendiendo a ser padres. La niña que Bárbara tenía en su panza y en su corazón era ya lo más amado de la casa.
Los meses que pasaron hasta el nacimiento de Verónica se llenaron de planes, compras, anécdotas y, por qué no decirlo, algunas pequeñas peleas. El olor de la casa se impregnó de nerviosismo, felicidad, amor, cariño y esperanzas, todo junto, que se transformaba en el aroma de una familia nueva y recién estrenada.