Capítulo 1

387 42 6
                                    

El vehículo se detiene delante del edificio que me amenaza cada día de joderme la existencia con las personas que estudian en ella, con las miradas negativas de los ojos que vigilan cada esquina de la zona.

No quiero entrar, tampoco volver a casa, pero es lo único que puedo hacer. La mujer de mi lado me ordena salir para enfrentar mis miedos, los cuales la incluyen a ella.

—Sal del coche —no me mira, su voz es autoritaria.

Salgo del coche con la sensación de estar entrando en la boca del lobo una vez más. Agarro mi mochila, acomodo las mangas de la camisa para que no se vean mis moratones y cierro, no sin antes recibir un aviso.

—No quiero que me llamen por tu culpa. Si te metes en algún lío o la cagas de alguna manera, al volver hablaremos seriamente —no tiene un ápice de sentimiento en su mirada, no le intereso en absoluto.

—Sí, madre —cierro y veo cómo se aleja el vehículo que me trajo conducido por una mala mujer.

El paisaje que hay delante del instituto me muestra aquella liberación de correr y sentir el aire en cabello, pero estoy atado con cadenas. Si escapara ahora, no tendría a dónde ir. No tengo dinero, ni amigos, ni gente que me eche de menos.

¿Qué puedo hacer sino morir de hambre?

Agacho la mirada y me adentro al edificio. No he pasado por la puerta y ya recibo las mismas miradas de siempre, las mismas bromas, los mismos insultos...

Solo dos años más y podré irme a donde sea, me iré a trabajar, iré a conseguir mi libertad.

Pero... Tal y como estoy ahora... ¿Quién querría trabajar conmigo? Nadie.

Suspiro, sintiendo un dolor punzante en el pecho. Retengo el leve grito de dolor y me encamino a la clase de la primera hora.

Los pasillos están llenos de ellos, de fursonas y personas intentando herirme con la mirada. Ojalá lo pudiera soportar, pero es lo de todos los días y no puedo ignorarlos tan fácilmente.

Esperando a que lo hicieran, me ponen la zancadilla y caigo de bruces al suelo, dejando que los moratones que se crearon en casa reciban una carga eléctrica una segunda vez.

Reprimo las ganas de retorcerme en el suelo y me levanto con dificultad, escuchando las risas de los de mi alrededor.

No escucho lo que dicen, un pitido se instala en mis orejas peludas. Las bajo, el ánimo está por los suelos. Mi cola está caída y solo queda recibir lo de siempre.

Me acerco al baño para mojarme la cara, y menos mal que nadie me sigue. Sería lo último que querría estos días.

Al entrar, noto el silencio que me deja descansar de los insultos. El pitido sigue ahí, taladrando mi mente y mi cordura.

Me acerco al lavamanos y hago que el agua salga. Hago un cuenco con mis manos y bajo el rostro para refrescarme. Al levantar la mirada, mi reflejo me muestra lo mal que estoy.

Mi cabello cenizo mal peinado, mis orejas blancas con punta negra y cola con el mismo toque que las orejas... Blanco... El color de la pureza.

Las ojeras bajo mis ojos oscuros denotan el cansancio que llevo, el no haber dormido bien por las pesadillas y el dolor constante. Mi ropa, poco cuidada, me hace parecer alguien pobre, alguien poco consentido, lo cual es verdad.

Vivo en una casa lujosa y ellos solo me llevan a una habitación con una cama mugrienta y una ventana con barrotes. La segunda habitación más visitada es la del castigo, donde me encadenan y me pegan hasta pensar que he aprendido la lección. Un castigo demasiado duro.

Libertad NegadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora