Capítulo 3: Paulina.

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Detrás de su casa, está Paulina. No está llorando, estaba, mejor dicho. Ahora está helada, sin latidos, sin sangre que corre por sus venas, ahora corre por el piso. Sus ojos ven hacia una ventana, o bueno, cerca de una ventana, la ventana que da hacia la recámara de su padre. Al lado se encuentra una pistola, al parecer se la robó a su madrastra, y parece verdad que sólo tenía una bala y cuando disparó, salió esa única bala.

La historia comienza cuando a los catorce años descubrió su verdadera preferencia sexual: una inclinación física, mental y sentimental hacia las mujeres.
Podría decirse que, ella era una chica normal y corriente; bellos ojos, cabello hasta los hombros, un copete que llegaba hasta las cejas, y no hablemos de las cejas: no tenía necesidad de pintárselas, ya de por sí las tenía hermosas.
Una buena cintura, tenía unos senos pequeños pero un buen trasero. Qué digo, toda una diosa. Y sí, a los catorce años.

Ella siempre fue la adoración de los hombres; estaba acostumbrada lastimosamente a que todos le chiflaran y que intentaran llamar su atención. Le daba asco.

A los dieciséis años, ella tenía un amor platónico: Cristal.
Era una chica súper preciosa según al parecer de Paulina, buena chica, buena persona, buenos pensamientos, buenos sentimientos. Lástima que era religiosa; lo descubrió un día mientras trataba de saber de ella.

-Y dime...- rió Paulina mientras veía a Cristal a los ojos- ¿qué piensas de los homosexuales?

-Dicen mis papás que está mal eso a los ojos de Dios- suspiró Cristal.

-¿Y qué dices tú?

-Mejor mañana te lo digo. Ya debo irme- se paró, dio unos cuantos pasos y abrió la puerta de la cafetería de la escuela, y se fue.

Quedándose con la curiosidad, Paulina suspiró mientras veía que su amor platónico se alejaba.

2.

Una calurosa mañana, despertó con todo el ánimo Paulina. Proponiéndose decirle a su papá que le gustaba una compañera.

Se encontraba su papá y su madrastra sentados en el comedor. Sus hermanastros haciendo desastre en la sala y ella, preparada para salir del "closet".
Lentamente se sentó en una silla y miró fijamente a su papá.

-Quisiera saber tu opinión en algo.

-¿De qué, Paulina?

-¿Qué piensas de los homosexuales?

-¿Que qué pienso?, que son un asco. Las personas de su mismo sexo no se pueden amar y menos reproducirse, bien lo dice la ciencia. Me da asco de tan sólo pensar en dos hombres besándose.

-Muy bien dicho, amor- comentó su madrastra- de hecho, uno de mis hijos salió gay, le dije que ya se había acabado su madre. Tú también deberías hacer lo mismo, amor.

-Por supuesto- respondió su papá con indignación.

Paulina se quedó callada, se le habían quitado los ánimos completamente.
Lo único que pudo hacer fue: alejarse lentamente mientras trataba de aguantar las ganas de llorar.

3.

-Cristal, ¿ya me podrías decir qué piensas?- movió su brazo.

-Siento que me gustan las mujeres, ¿sabes?- se tapó la boca- digo, jamás me ha gustado una en específica, pero...- se sonrojó.

-¿Pero?- se interesó Paulina.

-Pero, ya sabes... Mi familia jamás me aceptaría, a Dios no le gusta eso, y bueno, eso me tiene muy presionada.

-Bueno- le comentó- tú debes decidir lo que quieres en la vida; y a Dios no le gustara que nos amaramos unos a los otros, no te hubiera hecho tal y cómo eres: perfecta.

Cristal se quedó sorprendida, mientras miraba a los ojos a Paulina; un bello brillo se vió venir.
Y de la nada, comenzaron a besarse.

Para Paulina fue el día más feliz de su vida, haciéndole sentir lo que nunca antes había logrado: sentir amor.

Pasaron los días... Las semanas...
Y Paulina sólo miraba a Cristal dos veces a la semana; y sólo era para tener sexo. Qué triste.
Aún así, Paulina estaba muy feliz pero al mismo tiempo desesperada: su papá aún no sabían de su relación.

Ella estaba completamente decidida. Toda la mañana en la escuela, había pensado en las multiples consecuencias que pasaría si le dijera a su padre. Y ninguna era buena. Pero aún así no le importaba, ella quería a Cristal.
Paulina le avisó de lo que iba a hacer a Cristal, ésta estaba feliz. Se le notaba feliz.

Llegando de la escuela, fue directo con su padre a decirle lo que estaba pasando. No estaba.
Su padre llegó hasta la noche, y Paulina lo esperó ansiosamente.
Apenas viéndolo en la sala, le dijo lo que pasaba.
Su papá la miró atónito y sonrió.
Abrazó a Paulina, o más bien la cargó. Llevándola hasta la puerta de la casa. La aventó y le escupió encima. "No te quiero volver a ver". Y le cerró la puerta en la cara.
Lo único que hizo, después de llorar. Fue llamarle a Cristal. Cristal nunca contestó.
Con frío, fue hasta su casa para pedirle ayuda. Paulina pensaba que ella estaría dispuesta a todo por ella, al igual que Paulina.
Cuando llegó, vió por la ventana a Cristal, estaba sentada en las piernas de un muchacho, besándose.
Paulina no dijo nada y volvió a su casa.

Entró silenciosamente y con cuidado. Fue a la sala y agarró una cosa, metiéndola en su pantalón. Como pudo, salió de su casa sin ser vista y fue a su patio trasero.

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