Dedicado a Emily.
Con cada paso que daba, la melodía que sonaba en sus oídos se volvía más estruendosa y horrible, dándole ganas de golpear su propia cabeza con la farola más cercana.
Su mente estaba centrada en aquella melodía demoníaca en su cabeza, preguntándose de dónde diablos salía, hasta que el claxon de un coche la devolvió de golpe a la realidad.
-¡Mira por dónde vas, niña! -exclamó la mujer dentro del viejo Volvo rojo.
Paris cruzó el paso de peatón a trompicones hasta llegar a la acera, dónde se quedó mirando como el coche que casi la atropelló se marchaba a toda velocidad por la estrecha carretera.
Paris se quedó mirando a sus desgastadas botas negras, intentando con ahínco recordar hacia dónde iba, pero fue sin éxito alguno.
Se sentó en el borde de la acera, con el rostro entre sus manos. ¿Qué diablos le pasaba? Últimamente estaba en cualquier parte en vez de donde debía.
Miró hacia la pared blanca al otro lado de la carretera. La pared tenía restos de graffiti de color rosa y amarillo fluorescentes, mientras, en su cabeza, la horrorosa melodía volvía.
Paris se levantó de golpe, sin recordar a donde debía ir, pero sin importarle tampoco. Simplemente caminó hasta que sus rodillas comenzaron a temblar y paró, apoyando su espalda en una pared de ladrillos de una casa vieja.
Estaba perdida literal y metafóricamente. Nunca había estado en esa parte de la ciudad, pero le gustaba perderse, caminar sin rumbo y perderse en el laberinto de asfalto al que la mayoría llamaban ciudad.
Paris puso su cabello oscuro tras su oreja izquierda, cuyo contorno estaba decorada con pequeños aros, algunos metálicos y otros bañados en negro. Miró hacia la calle peatonal de adoquines que se extendía ante ella, y entonces comenzó a correr, con una mano sobre su cabeza, sujetando su sombrero negro, y otra volando a su costado, como si tuviera vida propia.
Entonces, sintiendo el viento contra su cuerpo, azotando su vestido, esbozó una sonrisa verdadera que nadie había visto jamás, ya que era raro verla sonreír de verdad.
Cuando llegó al final de la calle, donde esta se cruzaba con otra calle también desierta, paró, con su pecho agitado por la carrera y una sonrisa en su rostro, a la que continuó una carcajada demente.
Poco a poco, su ritmo cardíaco fue disminuyendo, junto con su sonrisa. Comenzó a caminar despacio por la calle, pasando la punta de sus finos dedos por la pared rugosa, observando sus uñas pintadas de un extraño amarillo que contrastaba por completo con el resto de su manera de vestir.
Pasó junto a un cubo de basura y vio una pequeña bola peluda pelirroja, negruzca por la suciedad de la calle. Se agachó junto a ella y la acarició suavemente, haciendo que saltara al instante revelando qué era; un gato de no más de tres meses.
-Hola, gato -susurró Paris.
Atrapó al gato entre sus manos y lo examinó en busca de lesiones, pero no había nada. El delgado gato de ojos azules se cobijó en el pecho de Paris, haciendo que la chica se enterneciera.
-De acuerdo, te llevaré a casa, pero tenemos que darte un nombre -susurró Paris, acariciando la coronilla del gato-. Bien, como yo soy Paris y tú serás mi gato, ¿te gusta Milan?
El gato ronroneó ligeramente, lo que Paris interpretó como un "sí."
-Perfecto.
****
Paris rebuscó en su bota hasta de con una pequeña llave dorada y abrió la puerta de su apartamento.
Entró y, al cerrar la puerta, dejó a Milan en el suelo y caminó entre las tazas de café medio llenas y frías, los libros y los vinilos de cantantes que nadie conocía hasta llegar a su cama, desecha y con las sábanas anteriormente blancas manchadas de pintura.
-Bien, Milan, esta será tu cama, aunque también es la mía, así que no te hagas pis en ella -dijo acercándose al estéreo.
Seleccionó una de las viejas cintas de su padre con grupos que ni ella sabía cuales eran, pero escuchaba, y le dio al play.
Caminó hasta la cocina, dejando antes su sombrero sobre un sofá, y allí cogió una manzana y la troceó. La colocó en un plato y la dejó en la cama, donde Milan estaba tumbado. El gato miró la manzana extrañado, pero se acercó y comenzó a mordisquearla.
-Creo que los gatos comen atún, pero no tengo, así que espero que la manzana te guste -dijo Paris, sentada junto a Milan-. Eres buena compañía, ¿sabes? Es decir, para ser un gato.
Milan siguió comiendo la manzana, que pareció gustarle bastante. Paris acarició la barbilla del gato y caminó hasta su armario. A los pies de este, había una vieja camiseta que le llegaba hasta las rodillas, la cual cogió.
Se quitó el vestido, lo lanzó a alguna parte de la casa, pateó sus botas y se puso la camiseta.
Caminó hasta el lado izquierdo de la cama y abrió la ventana que daba a la escaleras de incendio y se sentó allí, con Milan en su regazo.
Y sonrió.
Porque cosas así de pequeñas la hacían ser tan feliz como podía llegar a serlo.