I

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Doy un sorbo a mi bebida y separo el vaso de mis labios. Miro a Marta, quien mira con cara de asco a algún punto de la sala. Dirijo mi mirada hacia ese punto y descubro a Gabriel hablando con una chica que no soy capaz de reconocer. Suspiro. Marta se está comportando como una maldita celosa de mierda y lo odio. En ella y en cualquier persona, pero sobre todo en ella. Vuelvo mi vista a ella, quien todavía mira con su entrecejo fruncido a Gabriel mientras da un trago a su bebida. Aprieto ligeramente su brazo izquierdo con mi mano izquierda, ya que ese es el perfil que obtengo de ella, para llamar su atención; ella desvía, por fin, la mirada de Gabriel y me mira expectante.

—Vamos fuera—grito sobre la música. Ella asiente. Giro sobre mis talones porque sé que echará un último vistazo a Gabriel y no quiero molestarme más.

Camino entre la gente empujándola ligeramente, a veces no tan ligeramente, para abrirme paso hasta que consigo llegar al exterior. El color azul de la piscina atrae mi atención, se encuentra vacía puesto que la noche es fría, aunque, a pesar de llevar mi cuerpo cubierto por unos vaqueros y un top blanco corto de tirantes, no siento frío. Esto se debe a que en el interior hacía calor. El aire fresco hace que me sienta un poco más relajada, pero sigo sintiéndome molesta por el comportamiento de Marta. Siento la presencia de esta detrás de mí y giro para encararla sin prestarle atención al resto del espacio, ni a los jóvenes que se encuentran fuera bebiendo y fumando.

—¿Me puedes explicar a qué se debe tu comportamiento? —le increpo sin pensarlo.

—Estoy actuando normal—se defiende sin pensarlo tampoco. Bufo.

—¿Qué sucede? —le pregunto suavizando mi tono todo lo que puedo. En realidad, me preocupa. No es la primera vez que la descubro aniquilando con la mirada a Gabriel y a la chica que habla con él y sé que tampoco será la última.

—Nada—responde orgullosa—.

—Marta...

—Déjalo estar—pide simple, pero no quiero hacerlo—.

—Sabes que no voy a juzgarte por esto, ¿verdad? —Marta me mira y juraría que se está esforzando por no llorar. —Sé cómo se siente una persona que cela a cualquier chica que se le acerque al chico que quiere—le confieso—, si necesitas hablar, te escucharé y te aconsejaré e intentaré ayudarte todo lo que pueda.

Marta me abraza sin pensarlo dos veces y le correspondo con cuidado de no desperdiciar el contenido de mi vaso, que está casi lleno. Con mi brazo derecho rodeo sus hombros y con la mano izquierda sobo su espalda, ya que la derecha está ocupada sujetando el vaso.

—Me destroza no haber etiquetado lo nuestro—explica. Supongo que lo hace abrazada a mí porque se siente avergonzada y no quiere mirarme a la cara mientras me lo explica. —Y me siento demasiado estúpida porque ahora soy todo lo que he criticado y tachado como

—Marta—la interrumpo—, lo importante es que eres consciente de ello. Es lo más importante. A partir de aquí, puedes esforzarte para cambiarlo y estar bien contigo misma—le explico aún abrazadas—.

—¿Consideras que debería hablar con él?

—Sí—respondo—. No ahora, obviamente—me apresuro a decir—; pero es importante que hables con él para que entienda la situación e intentéis solucionarlo juntos.

—Gracias, Natalia—dice y yo le beso el cuero cabelludo a modo de respuesta—.

Marta, quien seguía abrazada a mí, se separa y me mira. Me muestra una sonrisa sin dientes y la correspondo. Giro sobre mis talones y observo a la gente. Las personas se encuentran hablando entre sí en pequeños grupos esparcidos por todo el patio, algunos hacen algunas tonterías que, si no fuese por el efecto del alcohol, no las estarían haciendo. Otras hablan entre sí, el efecto del alcohol también es notorio en ellas porque ríen por todo.

Arón PiperDonde viven las historias. Descúbrelo ahora