Prólogo

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Do Kyungsoo, 21 años.

1.73 m de altura, peso normal para su contextura, tez blanca, cabello y ojos castaño oscuro.

Nacido, criado y actual residente de Corea del Sur.

Estudiante de Historia en la ANDA University, último semestre.

Huérfano de madre, y no es que se diga esto último por ganar simpatía, es nada más un hecho que si le preguntan a él, carece de relevancia. El recuerdo de su madre (una buena mujer, no lo malentiendan) es tan borroso que sus ojos no ven razón para derramar lágrimas incluso en el aniversario de su muerte.

Fue una víctima más del cáncer de estómago cuando su único hijo tenía apenas 2 años de edad, dejando al niño como la adoración y entera razón de vivir de su padre quien, paranoico, le agenda anualmente un completo análisis de sangre, temiendo lo peor de parte de los genes de su difunta esposa.

Ese día es hoy, y el joven adulto espera sentado frente al escritorio del doctor Wu como este lee los resultados, sin ningún real afán. Es alguien con buenos hábitos alimenticios y sin ningún vicio nocivo para la salud; no será el más grande fan del deporte, pero trota para mantener un buen estado físico y hace sentadillas para tornear los muslos. Con todo junto, realmente es una persona sana y acude a las sesiones sin esperar nunca una ingrata sorpresa, solo por aplacar a su temeroso padre.

El doctor, uno bastante joven, acomoda boca abajo la hoja conteniendo sus resultados de laboratorio, pero incluso así, puede verse desde la otra cara que se ha resaltado algo en amarillo. La primera reacción del joven es preguntarse cuál de sus niveles podría estar algo alto o bajo, quizá se pasó un poco con el azúcar, o le faltaron grasas saludables, nada preocupante. Incluso con el ceño fruncido del doctor frente a él (el cual no ve, pues su atención no se despega de la hoja) Kyungsoo no espera malas noticias.

– Kyungsoo-ssi, quiero aclararle primero que lo que sea que me diga queda en completa confidencialidad – preludia el doctor, llamando por fin su atención – Con eso en mente, quisiera que me responda con total sinceridad unas preguntas – continúa, previniendo, quizá pidiendo permiso o nada más que anunciando lo posterior. El joven estudiante asiente de todos modos, y es con la mirada compasiva que recibe que comienza por primera vez a preocuparse por su salud.

– ¿Es usted... homosexual? – pregunta por fin el hombre, descolocando por un momento al chico que, no pudiendo hablar por plena sorpresa, asiente de nuevo.

– ¿Y es sexualmente activo? – viene la otra pregunta, una que a otro podría incomodar, pero Kyungsoo solo asiente – ¿Con múltiples parejas? – prosigue el hombre, y esta vez, sin poder evitarlo y en lugar de asentir o negar, el interrogado se sonroja tan notoriamente que al doctor no le queda más que tomar el embarazoso silencio como un "Sí". 

– Kyungsoo-ssi... es usted VIH positivo –  anunció sin más, queriendo morder su propia lengua pues tenía maneras mil de decir eso mismo, empero, optó por la más directa y carente de tacto – La buena noticia es que ahora que lo sabe puede tratarse y proteger a aquellos a su alrededor.

– ¿La buena noticia, dijo? – pregunta el futuro historiador, aún catatónico.

– El conocimiento de su condición le da el poder de alertar a sus parejas sexuales, pasadas y futuras, y proteger a los que ama. Es lo más alentador que puedo decirle – justifica el doctor, arrepintiéndose una vez más de como ha sonado aquello.

– ¿Cuánto... me queda de vida? – pregunta con voz temblorosa.

– No es así como estas enfermedades funcionan – corrige el médico, recibiendo una mirada feroz del joven paciente que lo hace elaborar – Con la medicina moderna, la expectativa de los enfermos de SIDA es casi la de una persona sana. Por ahora eres portador asintomático y puedes tomar años en siquiera notar afectaciones a tu vida cotidiana. No es el fin del mundo, Kyungsoo – aconseja, dejando de lado los sufijos formales en un intento por sonar cercano y comprensivo – Tampoco tiene por qué ser el fin de tus relaciones amorosas. Lo propio es informar a tus amantes y usar siempre protección.

– ¡¿Y usted cree que no se eso?! – grita de repente, el shock y la tristeza dando paso sin aviso a la ira y la descarga sin poder evitarlo contra quien sabe no tiene la culpa.

Porque necesita alguien a quien culpar, con quien enojarse sino consigo mismo. Y de verdad, no sabe quien fue.

_SOODonde viven las historias. Descúbrelo ahora