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Muchas veces me he parado a pensar en el concepto de la casualidad, en cómo afecta ésta en ti, en cómo puede cambiarte la vida en segundos. Es como una fuerza totalmente ajena que actúa por ti y hace que vivas una serie de sucesos que te llevan a un momento el cual nunca te imaginabas que pasaría. Como el ir por la calle pensando en una persona que hace mil que no ves y de repente, levantas la mirada del suelo y la ves.

Durante mi vida ha habido muchas casualidades, unas mucho más importantes que otras, unas mucho más bonitas que las demás, y puedo decir que una de las casualidades más bonitas e importantes que tuve hace tiempo fue conocer a mi mejor amiga y compañera de piso, Clara.

Nos conocimos cuando hacíamos bachillerato en un instituto del sur de Extremadura, ya que las dos éramos de allí, y, a pesar de que yo era una persona tímida y reservada, ella llegó con su actitud arrolladora y enseguida nos convertimos en Zipi y Zape. Para colmo, cuando salimos del bachiller teníamos claro las dos qué carrera queríamos estudiar y dio la casualidad de que nos aceptaron en la misma universidad madrileña, ella haciendo audiovisuales y yo periodismo.

Así fue como dejamos nuestro pequeño pueblo extremeño para irnos a Madrid. Alquilamos un piso en el barrio de Malasaña bastante económico para lo que había por allí, y nos metimos de lleno en hacer la carrera, compaginando los estudios con algún que otro trabajo para poder pagar los gastos entre las dos sin necesitar que nuestros padres nos tuvieran que mantener la cara vida de ciudad.

Y después de cuatro años, ahí estábamos las dos, licenciadas y tiradas cada una en su cama con resaca de la noche anterior, consecuencia de haber salido para celebrar el fin de la carrera con los demás compañeros de la universidad.

Esa mañana me levanté de la cama sobre las once de la mañana y, después de una larga ducha de agua caliente y un café, me puse a arreglar mi cuarto y a hacer la maleta con tranquilidad y música de fondo.

Al poco tiempo, una voz algo ronca me sacaba de mi ensimismamiento.

- Hola Lu -me dijo desde la puerta y, cuando levanté la mirada para mirarla, no pude evitar sonreír.

Allí estaba ella, apoyada en el marco de la puerta, con una carita de sueño que era para comérsela, un moño mal hecho y algunos mechones castaños cayendo alrededor de su cara, con un jersey blanco con las mangas dadas de sí por la cantidad de veces que las estiraba hasta taparse las manos con ellas, con unos pantalones de pijama cortos y uno de sus pies se apoyaba encima del otro, arropados con unos calcetines grises. Todo un cuadro.

-Hola nena - le contesté cariñosamente con una sonrisa mientras seguí doblando la ropa y colocándola para meterla en la maleta- ¿Cómo llevas la resaca?

-Buf, no me la menciones, hija. Qué dolor de cabeza...

-Eso te pasa por mezclar. Ya volverás.

-Pues probablemente vuelva.

Tenía razón, probablemente volvería, porque ella no era de las que después de una borrachera dijera que no iba a volver a pasar por eso, ella era de las que después de levantarse con una resaca enorme, ya estaba pensando en la siguiente fiesta, y muchas veces conseguía arrastrarme a mí, como aquella noche.

Negué con la cabeza levemente sonriendo mientras ella, arrastrando los pies, se metió en mi habitación, se acercó a mí para darme un beso en la mejilla y se sentó en mi cama donde tenía yo todo colocado. Rascándose la cabeza, pegó un repaso a mi habitación comprobando que estaba haciendo la maleta y que me faltaba muy poco para acabarla.

-¿Ya tienes la maleta hecha?

Cuando escuché sus palabras me gire para mirarla y en su cara podía ver la misma tristeza que vi el mismo día que le dije que me quería ir durante una temporada a mi casa, con mis padres y hermana.

Bailando con una estrella.Where stories live. Discover now