Rutina

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Loki no esperaba que así fuera. Bueno, un poco. No se había casado para perder el tiempo mirando por la ventana hacia el Bifrost esperando que Heimdall regresara de su guardia. No era un camino demasiado extenso, podría ir a visitarlo varias veces al día si no tuviera nada más que hacer pero ese no era el caso. También tenía un poco de dignidad. ¿qué dirían los asgardianos si se enterasen que su principe arrastraba los pies como un pelmazo enamorado hasta la otra punta del puente arco iris para ver un momento aunque sea a su esposo ausente?

Si al menos Heimdall se bajase de ese pedestal unos minutos para darle un arrumaco, pero ni eso. Estaba ofuscado.

- ¿otra vez pensando en él, hermano?- la voz de Thor sonaba como un estruendo apagando abruptamente sus pensamientos- cuatro lunas más y vuelve a ser todo tuyo.

Cuatro lunas más, dos lunas durmiendo, una luna para ponerse al día y atender sus asuntos con Loki y de vuelta al ruedo a cumplir sus funciones. Asi, una y otra vez.

El principe Loki se subía a lo más alto de la torre más alta del palacio y comenzaba a gritar:

- ¡Heimdall! Mira que me tiro, ven a rescatarmeee...-

Thor reía entonces como un desquiciado.

- eso, hermano, muéstrale de lo que eres capaz...

Y así se pasaban los días, bromeando con la ausencia del moreno, llevándose a las patadas como siempre, Loki intentando clavarle el puñal para acabarlo y la voz de Heimdall en su cabeza apaciguandolo todo.

Llegaba el momento de descansar, Heimdall se quitaba el casco lentamente pasando la mano por sobre sus ojos cansados y Skurge tomaba su lugar con menos profesionalismo y acompañado de alguna nueva conquista.

- este trabajo pudo haberte hecho muy rico- lo saludaba, pero ignoraba que la mayor riqueza que podía conseguir ya la había obtenido del mismo Loki.

- eso es muy sentimental- reprobaba Skurge- a mi dame una bolsa con monedas de oro y te dejo a Loki hasta con un moño de regalo

Heimdall se alejaba entonces pronto para no dejarle la cara marcada y enfilaba hacia el palacio.

Loki lo esperaba siempre hecho un manojo de nervios como si de una primera cita se tratase y cuando lo veía llegar, a la inversa de lo que se hubiese pensado, en vez de correr a sus brazos profiriendo alaridos de felicidad, huía despavorido, empujaba a quien se cruzara en su camino y se metía a su alcoba a esconderse bajo las sábanas, completamente vestido.

Esto se repetía siempre, Heimdall se había acostumbrado a las evasivas de Loki, se dirigía primero a rendirle pleitesía a Odin y luego sí a su dormitorio. Thor solía acompañarlo solo para molestarlo un poco, hacerle preguntas incómodas, tratar de azuzar un poco su paciencia pero para entonces Heimdall estaba al borde del sueño. Entraba como sonámbulo al cuarto, apenas sí se quitaba el peto y las hombreras y se tiraba a descansar.

Sabía que Loki estaba allí, escondido, alcanzaba a sonreirle y estirar el brazo para tocarlo pero caía rendido de igual manera. Así que lo último que veía antes de dormir eran los ojos de Loki asomándose por entre las sábanas echándole indirectas por las cosas que iba a hacerle mientras no pudiera defenderse. ¡Demonios! Cualquier otra persona debía temer ante esa amenaza, más no Heimdall. Sabía que Loki se moderaría o al menos haría el intento.

Y soñaba. Sueños húmedos... pero soñaba. Eran producto de ilusiones, un regalo de Loki en compensación por sus servicios a Asgard. En ellos, no dormía, no; en ellos, amaba a Loki ardorosamente sin detenerse un segundo, en ellos había desenfreno. Así estuviera sentado sin hacer nada, Loki se acercaba presto a él y lo encendía. Lo atraía a su boca y atrapaba sus gemidos mientras se aferraba a él y se dejaba hundir y aplastar y poseer por el miembro del moreno.

Solo por eso deseaba despertar pronto pero cuanto más se esforzaba en abrir los ojos más pesado se sentía y más lo volvía loco el azabache con sus juegos y sus caricias y sus besos y lamidas alrededor de su miembro. Era excitante y perverso ver como Loki disfrutaba su tortura.

Despertaba al cabo de dos días y Loki allí estaba esperándolo, con ansias, no era lo mismo venirse en sueños como en la realidad, después de tanta abstinencia, tanta espera prolongada, solo tenían un día para ponerse al tanto y lo hacían. Con locura. Sin medirse. Llenaba tanto con sus ansias que el pobre Loki debía pedir pausas para seguirle el ruedo y Heimdall se desbocaba, abría las piernas del principe y lo volvía a torturar, devolviendole los sueños padecidos. Ahora él mandaba y Loki obedecía.

Despues, solo el reposo después de un beso, todo volvía a la calma. Heimdall se preparaba nuevamente para cumplir su deber, comía apenas una porción de tarta, bebía a la par de Loki y éste lo acompañaba de nuevo al Bifrost. A veces, Thor se les unía tratando de hacerlos reir pero siempre lo perdían por querer ser galante con las mujeres que lo miraban.

Muchas veces, Loki iba contándole esos sueños que lo marcaban y Heimdall asentía, asentía para no mentir. Loki soñaba con una guerra, una lucha. Loki ignoraba la verdad pero Heimdall la conocía. Después de unos años quizá fuera posible, quizá tuvieran más tiempo, algunos siglos más. En algún momento tendria que sentarse y hablarlo, contarle a Loki, ¿prepararlo? Hacerle entender que por más amor, por más anhelo, por más admiración que se tuvieran uno al otro, al Ragnarok nunca lo podrían detener.

Heimfrost (Heimdall y Loki)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora