El filo de la navaja.

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Creo profundamente en la peligrosidad de la literatura.

Si no hay algo filoso, el libro ingresa en lo acartonado, en la comodidad, en el confort que entretiene pero que no cuestiona, ni revisa, ni se subleva. Y como escritor me angustia que la escritura me haya aislado de ese propósito, me haya recluido en mi estudio durante años y me haya impedido salir a encontrarme con los lectores a crear focos de resistencia civil que se opongan a este delirio general que, poco a poco, va confirmando con mayor claridad nuestra miserable condición humana.

No se trata solo de contar buenas historias, no. Eso lo puede hacer cualquiera que redacte bien y ya está. Es preciso que el escritor ingrese en realidades inéditas, que ahonde, que penetre y que agudice de tal modo su modo de percibir que los demás podamos, después de leerlo, modificar y reinventar el mundo que nos rodea. Y para eso es preciso que el artista este enchufado a dimensiones curiosas de lo real, que haya vivido a fondo, que conozca los límites de la euforia, de la desdicha, de la locura, de la bondad y de la entrega. Escribir es un acto de generosidad excesiva y de plenitud delirante, por eso es tan exigente. Y en ese aullido que es un relato o una novela se esconde un cuchillo, una navaja, un machete con el que el lector debe cortarse y sangrar. Y esa sangre nos purifica a todos, nos ayuda a celebrar, nos une en una comunión sagrada.

-Mario Mendoza.

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