1. MI FIN

3.2K 399 99
                                    

Sabía que esta no iba a ser una noche normal, sabía que no podía seguir vagando, sabía que tenía que acabar con el dolor.

Era un domingo, un domingo triste y frío como últimamente frecuentaban ser todos domingos; yacía acostado, mirando el techo, ahogándome como todos los domingos en mis fríos pensamientos, Beatriz estaba durmiendo abajo, en el sofá, otra pelea. Entraba una incómoda brisa por la ventana, malos recuerdos y sensaciones de fracaso con las que creí que ya había aprendido a vivir.

El frío se ceñía sobre mi cuerpo semidesnudo, se adaptaba cual molde, como si hubiera salido de él. Y es que de ahí me sentía: hijo del frío y del dolor, vástago de la tristeza, hijo y sirviente.

Veía la luna y me preguntaba que me merecía, veía a las estrellas, como si de ellas saliera en algún momento las respuestas de mis plegarias.

¿Qué sí creía en Dios? Lo hacía, lo hacía hasta que mi hermana menor falleció, recé día y noche durante varios años, únicamente pidiendo por la salud de ella; pero ni Dios tiene tiempo para mí, y bueno, soy una persona muy dependiente. Si él no cree en mí, ¿por qué debo creer en él?

Nunca me sentí realmente parte de nada, no pude sentirme apreciado en algún lugar. Quizás simplemente el mundo no tiene lugar para personas como yo. Como yo, personas débiles, personas que, simplemente se cansaron de buscar luces en el túnel y decidieron recostarse sobre el frío asfalto, recostarse y quedarse ahí.

Me hubiese gustado tener a alguien, me hubiese gustado que alguien me oyera, que alguien hubiese visto luz en mí. Al final todo se trata de eso, ¿no? El ser humano es una criatura social, funciona trabajando en manada. Un humano aislado es un humano muerto, ¡y vaya que yo estaba muerto!

Y vaya que yo estaba muerto, sí...

Realmente me sentía cansado, ya no quería hacer parte de esto, no quería cansar o dañar a nadie más, no quería seguir haciendo llorar a Beatriz. Había abierto la ventana y ahí estaba la única opción, la única respuesta, la única salida.
Prendí una lámpara que estaba en mi mesita de dormir, destiló una luz que pareció iluminar todo menos lo importante.

Le había prometido a Beatriz no volver a cortarme, aunque ella también prometió quererme toda la vida; estaría balanceando el mundo, pensé.
Agarré la cuchilla, ya dañada por la humedad, que guardaba en mi mesita de dormir, y empezaron a danzar ella y mi piel, aunque claro, la señora cuchilla es un poco torpe, realmente no sabe bailar muy bien.
Veía las consecuencias del baile, veía como ni mi propia sangre quería estar conmigo. Sangre, bendita sangre roja, me trae recuerdos. Recuerdos de tiempos mejores, recuerdos de tiempos en los que podía verme al espejo y no querer vomitar.
Apenas eran las dos de la mañana; apenas habían pasado dos horas y sabía que el día se convertiría en una mierda.

Entre el cielo nublado se podía apreciar la luna, luna que estaba pero no estaba. La miraba pidiendo ayuda, como hacía todas las noches, la miraba desesperado, pensando que ésa canica de mármol podría resolver todos mis problemas, la miraba pensando que un día ella iba a bajar a salvarme de mi vida. Pero no, la luna nunca bajó, y si ella no baja, entonces yo tendré que subir.

Agarré un viejo cuaderno que tenía guardado para estas situaciones, pero sabía que después de hoy, no le volvería a necesitar.
Con un viejo lápiz, mordido a más ni poder, escribí las que serían mis últimas palabras, pensé en mi madre que siempre me dijo que era un fracasado, lo era; pensé en Beatriz, que ame como nunca pensé que podría amar. Antes la veía como mi salvadora, como la mujer que podría sacarme del hoyo, aunque bueno, no la culpo por no querer estar con el desastre de persona que soy. ¡Ni yo mismo quiero estar conmigo! Ella simplemente se sentaba con esa cara de seriedad, como si no estuviera ahí, quizá realmente solo fui para ella más problema que solución. No la volvería a molestar.
Luego pensé en mis amigos, pero recordé que no existían y pasé de página.
Mi mano izquierda temblaba; supongo que también estaba ansiosa por lo que venía.
Guarde la carta en un bolsillo de mi pantalón, y baje por un poco de agua.
Beatriz estaba viendo televisión, no sé cómo no pude haberlo oído antes. Intenté escabullirme pero ella me escuchó.
Me preguntó que qué hacía despierto a esa hora, no le respondí, le ofrecí un vaso de agua que aceptó con disgusto.

Me senté junto a ella y empezó a hablar, y solo supe que estaba hablando porqué veía sus labios moverse; me daba cuenta que tampoco hacía parte de eso, no podía seguir haciendo sufrir a Beatriz. No podía seguir haciendo sufrir a nadie, no podía.
Pensé en que era la miseria, en que era el tiempo. La veía a ella y luego miraba mis manos, mis dedos, largos, delgados, frágiles. Ella hablaba de su día y mis pensamientos se perdían entre mis manos.
Me levanté y le dije que me sentía cansado, vi cómo se apagaba la poca sonrisa que tenía dibujada en su cara.

Sin decir más fui a la habitación, me puse mis mejores harapos y, decidí que no podía seguir aplazándolo.

Nota de Suicidio [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora