Abrí los ojos apenas escuché la alarma y me apresuré a detenerla, sentía el cuerpo pesado, no tenía ganas de levantarme como todas las mañanas pero aquella era diferente y sabía la razón.Mire el techo de mi habitación y suspire, la melancolía envolvió mi entorno y los ojos se me nublaron de lagrimas, solloce y me enrosqué un poco más en mi cobija, no tenía ganas de seguir así pero no había forma de detener aquel infierno. Me levante cogiendo un poco más de coraje como lo hacía todas las mañanas o al menos las que me superaban en ocasiones. Había días que los veía grises y el pecho se me llenaba de tristeza pero tenía que seguir, suspire y avance hacia el baño. Mi reflejo en el espejo me regreso la mirada y no cabía dudas que la noche anterior había sido larga. Los ojos se me volvieron a llenar de lagrimas y estas rodaron por mi cara sin control. La chica de tez perlada y ojos cafés, con un bonito cabello castaño cenizo me devolvió la mirada de melancolía, era el mismo reflejo de todos los días, la mirada perdida y llena de tristeza que no sabía porque su vida era tan vacía. Solloce unos minutos más y me apresure a bañarme para irme lo más rápido posible. Me vestí con una blusa blanca y un pantalón holgado, no me apetecía llamar mucho la atención, como el clima comenzaba a hacer fresco me enfundé en mi sudadera de color morada y me dispuse a marcharme.
La sala se encontraba tirada como todas las mañanas y en uno de los sillones mi condenadora se encontraba tirada con todas las botellas de cerveza a su alrededor. Mi madre era alcohólica, desde que era una niña me mandaba a trabajar para saciar su vicio y yo no tenía otro remedio mas que obedecerla, me dejo terminar los estudios solo por que sabía que en un futuro los necesitaría, pero jamás me permitía salir, siempre me tenía el tiempo contado y si tardaba un minuto más de la cuenta, bueno, las cosas se ponía feas.
Suspire y levante las botellas para llevarlas a la basura y me apresure a salir en cuanto vi que tenía intención de despertar.
La sucursal en la que trabajaba se encontraba a diez cuadras de la casa por lo que siempre me iba caminando con los audífonos puestos, eso era lo que más me agradaba de las mañanas, el aire fresco y la música melancólica de Betoben.
Cuando llego a la sucursal, una chica un poco mayor que yo, delgada y tez pálida, con cabello rubio y unos bonitos ojos azules me abraza y me toma del brazo para jalonearme hacia el baño. Como todos los días.
Fátima mi mejor amiga, la había conocido hacía dos años, cuando había entrado a la sucursal, tenía veintiocho años y estaba casada con un doctor recién egresado, luego de ver y enterase por mi de mi situación se había convertido en mi mejor amiga. Siempre me decía que podía contar con ella pero no quería darle molestias.
Cuando entramos al baño cerró y saco su kit de maquillaje.
- Tienes que decirle que pare, Lani, mira nada más como te dejo esta vez - dijo afligida mientras me examinaba.
Se como luzco. Un moretón en mi pómulo izquierdo. Lo vi pero no hice nada para ocultarlo.
Mi madre me había cacheteado porque no había cerveza en la tienda de la esquina y como siempre se desquitó conmigo, tuve que ir a otra tienda luego de eso.
- Sé que es tu madre, pero no puedo permitir que te siga lastimando de esa manera, me siento impotente - prosiguió Fátima.
- Sabes que no es así, siempre me ayudas - murmure
-¡Ayudarte a esconder los golpes con maquillaje no es el tipo de ayuda que quiero darte! - vociferó mientras me miraba con reproche.
Si eso también lo sabía pero no había forma en la que yo pudiera dejarla, tenía miedo, a mis veintitrés años por Dios, me daba pavor irme sola y dejarla a su merced.