Cap.1

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Lienzo Turquesa, manchado de blanco. Pasa un pájaro. Dos. El sol empieza a llegar a lo más alto, las sombras de los edificios van desapareciendo. Por un momento no se donde estoy. Voces y risas se distinguen a lo lejos, como si tuviese una capa transparente por encima de la cabeza. Oigo un chasquido, otro más fuerte. Gritan mi Nombre. "Valeria!" No me molesto en girar la cabeza. No importa, ya nada importa. Me esfuerzo por ignorarlo. Siento que mi mano está hundida en mi mejilla, el codo me duele. Debe haber estado clavado en la mesa casi una hora. Tengo la vista borrosa, probablemente tiene que ver con el hecho de que llevo tanto tiempo llorando que ni me acuerdo de cuando empecé. Alguien toca mi hombro insistentemente, cada vez más fuerte. Vuelven a gritar mi nombre. Giro la cabeza, allí está Mateo. Al verme con los ojos rojos e hinchados dice "Eh, todo saldrá bien" en un patético intento de consolarme. Sus ojos fulminan a los míos, aunque su boca dice cosas positivas, su mirada refleja tristeza, una tristeza profunda. Me inclino un poco para ver el pupitre que está al fondo de la clase, vacío. Es el pupitre de Marina, bueno, lo era. Finalmente vuelvo a concentrarme en Mateo. Consigo despegar los labios, que están secos de haber estado tanto tiempo en silencio, y me dirijo hacia él. "Todavía sigo mirando su pupitre, esperando que esté allí, sentada, dibujando algo en ese cuaderno rosa suyo" Sonrío, no sé muy bien por qué.  Mateo me devuelve la sonrisa, aunque una vez más, su mirada no transmite lo mismo que su boca. Sigue sin superarlo, lo sé. Me doy la vuelta y miro a la ventana, desconectando de todo. Pasan 5 minutos, 10. Cuando me dí cuenta ya casi habían pasado tres cuartos de hora. Suena el timbre y permanezco sentada. No quiero ir a casa.


 Finalmente salgo de clase, bajo las escaleras mientras me coloco la pesada mochila en la espalda, y me dirijo a la estación de autobús. Por un momento, creo ver a Marina, pero no esta allí, claro que no está. Entro en el bus. Paso mi tarjeta, una luz roja se enciende: No tengo saldo. Un brazo me rodea, me aparta, y pasa dos veces su tarjeta. "Invito yo" Miro hacia arriba, aunque no hace ninguna falta. Reconocería esa voz en cualquier parte: David Bloom. Allí estaba, con esa media sonrisa... ESA maldita sonrisa. Es curioso como no la pierde, aunque su hermana pequeña haya muerto. No he hablado con el desde entonces. ¿Cuanto hace? ¿Cinco semanas? ¿Seis? El caso es que allí está, y yo no puedo evitar babear por él, por muy inapropiado que sea. Nos sentamos juntos en la parte de atrás del bus. No se qué decir. Ni que hacer. No hace falta. Él si lo sabe. Me abraza y apoyo mi cabeza en su hombro. Me acaricia el pelo y permanece en silencio. No es un silencio incómodo, los dos sabemos por qué no queremos hablar. 

No van a celebrar uno- Dice David, sin molestarse en mirarme.

 Un qué?-Pregunto- Quienes?

 Mis Padres- aclara- Mis padres no van a hacer un funeral.

 Arqueo las cejas, y le miro con confusión. ¿Por qué?- Se me ocurre decir, como si él lo supiera. 

Se encoge de hombros, y se levanta para darle al botón, esta era nuestra parada. Nos levantamos y cada uno se va por su lado, sin si quiera despedirnos. Ando hasta mi casa, que no está muy lejos, y vacilo unos segundos antes de entrar. No me apetece hablar con nadie, y menos con mis padres. Ellos no lo entienden. Ellos no me entienden. En realidad nadie lo hace, salvo David, creo. Pero no puedo culparles, ni siquiera yo entiendo muchos aspectos de mi vida. Por ejemplo, no entiendo por qué mi mejor amiga se suicidó. No entiendo que le hizo tragar esas pastillas como chuches. No entiendo por qué no dejó ninguna nota. Y sobre todo, no entiendo por qué sus padres no quieren hacer un funeral... Entro en casa, mis padres no dicen nada. Otra vez esa cara, dios, como odio esa cara. Todos los que me conocen la ponen. Esa expresión de compasión y empatía, mezclada con una sonrisa estúpida para que no me de cuenta de la pena que doy.  No hablan, seguramente no saben que decir, me quedo allí, en la puerta del salón, parada, medio esperando a que me den noticias. Sean buenas o malas, a estas alturas no importa; solo quiero información, quiero más piezas del rompecabezas, para así completarlo y entenderlo.  Al ver que no se dignan a hablar, continuo hasta mi habitación, dejo caer la mochila, y acto seguido me desplomo sobre la cama. Mirando hacia el techo blanco y, una vez más, desconectando del dolor.

Cuando lleguemos al finalWhere stories live. Discover now