Quien no ama a un animal...

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El chico se paseaba por la pequeña sala del departamento. Un perro. ¡Un perro en el edificio! Ya tenía suficiente con Matilda la gata floja y su dueño el viejito cascarrabia.

Detestaba con locura a los perros. Desde qué nació los perros jamás fueron de su agrado, cuando nació su padre tuvo que dar en adopción al Beagle que tenían. Teniendo en cuenta que los beagles era la raza preferida por los niños y por los padres, en el caso de Shawn eso no fue así. El Beagle de dos años mayor que el bebé Mendes casi le muerde cuando el apenas tenía dos meses de haber nacido. Muy inusual, teniendo en cuenta que en su corta vida era el perro más cariñoso con los niños y con cualquier ser humano por ello el señor Mendes pensó que sería un excelente compañero para su futuro hijo. Error.

El primer trauma de Shawn con los perros fue a los dos meses de nacido y el no lo recordaba pero su mamá sí.

Fue así que el Beagle de la familia Mendes tuvo que ser adoptado por otra familia.

Volviendo a la actualidad, tenía que hacer algo con la bola de pelo que ahora vivía frente a él. Con desespero buscó entre los cajones de su habitación el reglamento del edificio. Debía haber alguna norma contra animales.

—Toda mi vida rodeado de perros y cuando comienzo una vida de soltero guapo lejos de animales de pronto ¡aparece un perro!, como sí fuera fácil vivir con el viejo loco y su gata gorda.

Habló entre dientes rebuscando entre los papeles que tenía cuando alquiló el departamento. Finalmente encontró el reglamento del edificio y cuando sus ojos se posaron sobre el artículo que buscaba sonrió diabólico.

Salió del departamento en busca de la señora Gómez, la casera del lugar que al igual que el señor Lee, lo odiaba y no entendía porque se había ganado el odio de esas antigüedades. Siempre creyó tener buena relación con los ancianos. Tal vez no podían con el exceso de belleza que se cargaba.

Bajó del ascensor de rejas -nada moderno, por cierto- que tenían en el edificio, con un poco de esfuerzo abrió las puertas que se trababan. Divisó a la señora Gómez en la recepción arreglando unos papeles.

—Señora Gómez, el elevador tiene problemas.

—Múdate.

Y ahí estaba otra vez la indirecta. Lo odiaba, no quería ni verlo en pintura. Aunque, no era por presumir pero una pintura de él valdría muchos dólares. Según él.

—Tal vez si llama a alguien que lo arregle...

—Puedes cambiarte de edifico con un elevador más moderno que no se trabe siempre. –cerró el libro de golpe. —¿A qué se debe tu presencia esta mañana?

—Lea el reglamento. –señaló el papel frente a ella.

—¿Quieres que lea el reglamento por ti?

—La nueva del edificio tiene un perro, verá que yo no me llevo bien con los animales...especialmente cuadrúpedos babosos hiperactivos.

—A que quieres llegar con todo esto.

—Aquí. –señalo el artículo del reglamente que citaba lo siguiente:

Artículo 13. Queda prohibido cualquier animal doméstico en este edificio [...] la salud del inquilino es prioridad así como la estética y el cuidado de nuestro hogar cualquier animal no es más que un foco de enfermedades contagiosas [...] para mantener el orden y la armonía en el edificio y por supuesto la salud no sea puesta en riesgo LAS MASCOTAS ESTÁN PROHIBIDAS.

»—Debe correr a la nueva. –dijo con una sonrisa socarrona.

La señora Gómez arrugo el papel y lo mando directo a la basura. Shawn abrió la boca para reprochar pero la señora interrumpió.

Curly©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora