La crisis de los siete.

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La crisis de los siete.



Como cualquier otra mañana en la vida del chico del apartamento 302, hizo la rutina mañanera y fue por el periódico que siempre le dejaban en la puerta. Aunque fuera pleno 2019 el periódico era esencial para comenzar el día y que mejor que leerlo con una buena taza de té.

Abrió la puerta, a sus pies estaba el papel grisáceo pero no como comúnmente, esta vez estaba acompañado de un regalito.

Una caca.

¿Caca? ¿Quien carajos se caga en su periódico? Pensó en los posibles responsables y el único que le vino a la mente fue el señor Lee, el viejo cascarrabias con el que discutió la semana pasada en el lobby por que le había pisado la cola a su gato sin querer ¡maldito gato obeso! No tenía la culpa de que la bola de pelos se cruzara y se echara en medio del lugar porque sus obesas piernas no podían caminar más de seis pasos.

"—¡Me cago en tus muertos, Shawn! ¿No ves que Matilda está pasando la crisis de los siete?"

—¿Los siete?

—Los siete ratones que se comió en la mañana.

La gata gorda maulló mostrando los colmillos, se hizo bolita y comenzó a ronronear.

Al menos no tendríamos ratones por un largo tiempo. Menuda gata no tiene llenadera. Pensó. "

Tocó la puerta del vecino que estaba despierto desde las cinco de la mañana. El viejito cascarrabias abrió e hizo un sonido de disgusto al ver a muchacho hipster -o cualquier mierda que estuviera de moda para vestir como un leñador- parado en su puerta.

—¿Ahora qué?

—Buen día para usted también señor Lee.

—No vengas con formalidades, durante la guerra no me andaba saludando al enemigo ¡unos plomazos en el culo y ya! –el señor Lee era un militar retirado de la Segunda Guerra Mundial, según él.

—¿Estuvo en la guerra?

—Aaaaah. –suspiró recordando. —El mejor logro de mi vida. Soy de los pocos héroes vivos hijo.

—Sí, como sea. –abrió la mano donde tenía la caca envuelta. —Creo que esto le pertenece.

—Mmh, trufas.

Shawn le dio un manotazo antes que tomara la bolita de caca.

—¡Es una mierda!

El señor Lee le devolvió el golpe pero en la frente.

—¡No me ofendas!

Aish...me refiero a esto. –apuntó a las trufas. —Le pertenece

Se tocó la frente sintiendo que le palpitaba después del golpe.

—Ah, no, no. Esa caca no es mía, pues yo uso el baño, ni en la guerra me andaba defecando como niño de dos años ¿por quién me tomas? ¿no será tuya?

—De la gata. –farfulló entre dientes. —De Matilda la obesa.

Miró detenidamente la mano de Shawn. Arrugó la nariz por el olor que desprendía.

Curly©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora