Despojo I

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29 de junio del 2018. Nudo en la garganta que presiona hasta la tráquea. Visión ahogada, pero aun así ninguna lágrima es clavada en el suelo por la mundana gravedad. Engullo mi tristeza, puesto que mi orgullo emerge. Su última imagen mía no será nostálgica de recordar. Todo se acelera, todo se detiene y todo pasa lento exactamente al mismo tiempo. No quiero su partida, ninguna maldita célula de mi cuerpo lo quiere. Las reglas de su organización no la dejan hacerme cariños en público, ni siquiera por ser nuestro último momento físico juntos. Todos a la expectativa de los trágicos amantes. La escena se presta para una disociación de mí y, con pesada ligereza, abrazo su ente angelical, ese que me devuelve la inocencia de un niño. Le doy besos en la frente, los cuales nunca serán suficientes. El momento llegó, tiene que cruzar migraciones. ¿Será bueno ahora mirarla a los ojos y decirle que la amo de una manera que me atormenta o, acaso, eso volverá la situación más melancólica y difícil de llevar? Claro, como si este fuera el instante perfecto para pensar en desesperanzadas estupideces románticas. Ella ya está en mitad del recorrido para ir donde sólo los viajeros pueden cruzar. Nunca he sentido a Jorge Chávez tan frío. Voy, casi por instinto, a la barandilla justo antes de la puerta de salida. Ella me ve, pero baja la mirada en seguida, da unos pasitos como que saltando hacia mí, aun con la vista atrapada en el piso, solo ya a menos de un paso adelante mío alza la cabeza, sonríe compadecida, me toma por la barbilla y me da el beso de despedida, ese mismo que recordaré con dolor por el resto de mi vida. Da media vuelta, me regala la última visión de su espalda y, sin mirar atrás, cruza la puerta final. El amor de mi vida se ha escapado, como la arena lo hace de las manos. Sí, ella se ha ido.

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⏰ Última actualización: May 21, 2019 ⏰

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