The Miracle
AU (UNiverso Alterno)
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Kazuto Kirigaya ni siquiera sabía porque se sorprendía tanto. Incluso desde su lecho de enferma, su madre intentaba imponer sus deseos y autoridad a todo el mundo. Lo sorprendente era que hasta el momento él había evitado con éxito caer en su trampa.
—Kazuto ¿me escuchas? —protestó Midori con impaciencia. Su primogénito le veía con una expresión algo vacía que hacía pensar que sus palabras ya no le interesaban. Gracias a su carácter serio, él era un maestro en ocultar sus sentimientos, pero Midori conocía al dedillo los signos de su tranquila rebeldía, después de todo era herencia suya —No creas que me he olvidado—dijo con firmeza —Estoy absolutamente decidida.
Sentado junto a su lujosa cama, el joven estiró las piernas y se reclinó cuan largo era sobre el cómodo sillón. Se frotó la rodilla distraídamente. El cielo estaba nublado y las primeras gotas de lluvia repiqueteaban contra el vidrio de la ventana. Ahora que las nubes se habían abierto por fin, el dolor debería remitir.
—¿Te molesta la pierna?
Él seguía masajeándola, pero apartó la mano al oírla y la apoyó en el brazo del sillón.
—Menos de lo que parece— respondió disfrazando una mueca.
Hacía un año había quedado atrapado entre vigas de madera y rocas al desplomarse la entrada de una de las minas que era de su propiedad. Se necesitaron doce horas y una cantidad desmesurada de hombres para librarle. Saldo de eso, era la fractura ya casi curada y las cicatrices de guerra que le orlaban en una línea burda justo por debajo de la rodilla. El dolor de esa pierna aplastada fue tan insoportable que hubo instantes en que hubiera agradecido morir.
Pero, reflexionó Kazuto que se encontraba transitando la mitad de la veintena, había heredado el carácter obstinado y perseverante de su madre. Seguramente fuera el agüero de su casi muerte, lo que urgió a la dama a tomar al toro por las astas, y hacerle esa última y extravagante petición. Conociéndola, estaba seguro que tenía planeada esa orden desde que despertó luego del accidente, y había esperado el momento oportuno para comunicárselo. Ahora que volvía a alzarse sobre sus dos pies, sin duda ella creía que estaba preparado y dispuesto a acatar.
Él no tenía intenciones de explicarle a su madre que el estar postrado en una cama no era ningún impedimento para hacerle caso. Empero, si ella lo hubiese sabido, habría comenzado a presionarle meses antes.
—¿Has hecho tus ejercicios?—prosiguió clavando los ojos castaños en los de su hijo. Ella sabría si le mentía.
—Los he hecho al pie de la letra, madre. Por lo menos hasta esta mañana —respondió estoico. Sus ojos acerados ocultaron que se divertía, pero una leve e irónica sonrisa apareció en la comisura de los labios —Me temo que esta reunión ha interferido con mi rutina, mi cuidadora estará muy molesta...
—No seas impertinente —repuso ella con severidad —No te he obligado a venir a verme.
Rió por lo bajo, se levantó y haciendo una reverencia besó la mejilla de la dama —Eso es exactamente lo ha hecho, señora, así que no está bien que lo niegue— volvió a sentarse en el sillón. Su madre se puso nerviosa unos instantes antes de acomodarse en la cama. Al joven no le pasó por alto el deleite que le producía aquella espontánea muestra de afecto —Y aquí estoy, siempre el hijo razonable, siempre a tu servicio para estar bien contigo —se detuvo de pronto para añadir con sequedad —Y en tu testamento.
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