Capítulo #3

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El chico y yo llegamos a su apartamento. Una vez dentro nos sentamos en su cama y comenzamos a dialogar respecto a la situación.

—Ok, entonces, dices que te levantaste en una habitación en blanco, y que luego estabas en mi cuerpo, sin razón alguna.

—Sí, eso fue lo que pasó.

—Eh... no tiene sentido.

—¡Wow! No me había dado cuenta.

—O sea, cómo algo así pasa así por así, hablamos de que me robaste mi cuerpo, no puedo controlarlo, solo puedo hablar y ni siquiera con los demás, solo contigo; es mi cuerpo y lo único que puedo hacer es hablar mentalmente.

—Lo sé, Stephan, mira... no te alarmes, te devolveré tu cuerpo.

—¿Cómo?

—No sé, pero lo haré, debo encontrar la forma para regresar al mío.

—Eh... si... con respecto a tu cuerpo...

—¿Qué pasa?

—¿No oíste a tu esposa? Al parecer moriste en un accidente.

—¿¡Qué?!

—Tranquilo, ahhh, no te alteres.

—Ya entiendo.

—¿Qué entiendes?

—Llegué a tu cuerpo luego de mi muerte.

—Pero tu esposa dijo que habías muerto hace dos semanas.

—Sí, pero quizás duré dos semanas en la habitación en blanco.

—Mmm... puede ser.

—No te voy a engañar, y quizás puede que no esté en lo correcto, pero creo que he reencarnado en tu cuerpo.

—¿Reencarnado en mi cuerpo? ¿Crees en eso?

—Sí, a ver... es lo que hace más sentido.

—Sí... pero... tienes la memoria de tu vida pasada... No deberías, ¿no?

—Pues en teoría no, además, no se supone que debo reencarnar en el cuerpo de un bebé.

—¡Exacto!

—Pues no lo sé, niño, es lo único que se me ocurre de momento.

—Bueno... al menos algo tenemos, es mejor que nada.

Se escucha el golpe de una puerta, como si alguien hubiese entrado.

—Oh, mierda.

—Oye, el lenguaje.

—Es mi madre.

—¿Y qué pasa?

—¡Que tú controlas mi cuerpo! ¡Eso pasa!

—Dime qué quieres que le diga y ya.

—Eh... no sé, además, duraríamos mucho en contestarle.

—No si me dices rápido lo que tengo que decirle.

Se abre la puerta y entra la madre de Stephan.

—Stephan, ¿qué haces aquí?

—Eh... mamá, hola.

—Ni hola ni nada, deberías estar en la escuela.

—¿En serio, niño? ¿Por qué no me dijiste que tenías clases?

—¿Qué quieres? No todos los días alguien toma control de tu cuerpo.

—También es verdad.

—¡Eh!— exclama mi madre, dando a la vez un fuerte aplauso para así atraer mi atención.

—Mamá, me sentía muy mal, la cabeza me dolía mucho.

—¿Y por qué no me llamaste al teléfono?

—Pues porque decidí quedarme durmiendo hasta que se me pasara.

—Stephan de la Cruz Alcántara, no me mientas. Siempre inventas las mismas excusas con tal de no ir a clases.

—Mamá, pero esta vez me dolía mucho.

—Stephan, si vuelves a faltar un día más, te quitaré todos tus videojuegos y te la pasarás estudiando el día entero, ¿entendido?

—¡Ah, mamá!

—No te escucho.

—Entendido, ahora sal, por favor, que con tus gritos creo que me volvió el dolor.

—No lo dudo.

La madre se va y cierra la puerta con bastante enfado. Luego de esto, ambos nos quedamos callados. Hasta que el chico se animó a hablar.

—Bueno, ¿en qué íbamos?

—¡Por fin! Pensé que te quedarías callado; esto fue bastante incómodo, pero deberíamos continuar y tratar de resolver este problemita.

—Sí, es solo que mi madre no comprende lo mal que lo paso en el instituto. Por más que trato de decirle, no me hace caso. Solo dice "Resuélvelo, ya estás mayorcito"

El chico se sentía bastante triste, podía sentirlo, pero no quería entrar en nada personal, así que desvié el tema.

—A todo esto... fuiste tú quien hablaste.

—¿Eh?

—Sí, tú hablaste, en ningún momento me dijiste qué decirle, simplemente hablaste con ella.

—¡Tienes razón!

—Esto me alegra, pero lo hace todo más complejo. Al parecer ambos tenemos control de la voz. Es decir, ambos podemos hablar con las personas... ¿pero qué quiere decir esto?

—No sé, quizás no tomaste mi cuerpo por completo.

—Es una opción, o quizás ambos podemos controlar el cuerpo. Vamos, intenta caminar.

Me paro rápidamente, para así darle turno al chico.

—Vamos, camina.

—Eh... nada; no puedo.

—Vamos, sigue intentando, piensa en la acción de caminar.

—Oye, que nada, por más que intento no puedo mover ni una pierna.

—Stephan, confío en ti, sé que puedes.

—¿Confías en mí?

—Sí, confío en ti, ahora mueve la pierna.

—Vale, lo haré.

Noté diferentes sentimientos luego de su contestación: confianza, seguridad, entusiasmo, felicidad; eran algunas de ellas. El chico trató y trató hasta que al final consiguió mover la pierna derecha.

—¡Lo logré!— dijo muy entusiasmado.

—¿Ves? Te dije... Ahora solo hay que averiguar cómo hacer para que lo controles fácilmente.

—Sí, oye... gracias por confiar en mi.

—¡Claro! Estamos en esto juntos, tendremos que confiar uno en el otro para poder lograrlo.

—¡Sí!

Ambos comenzábamos a llevarnos bien. Al fin y al cabo teníamos que hacerlo; estábamos en el mismo cuerpo.

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⏰ Última actualización: Jul 02, 2019 ⏰

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