3. Rojo

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Para Jungkook, quien estaba acostumbrado a pasar sus fines de semana escondido entre sus colchas, con un bol de cereal en una mano y el control de la televisión en la otra, hacer algo que no estuviese en su ya fijada rutina era, sencillamente, irritante.

Aquello pareció ser lo suficientemente irrelevante para su esposa, quien le pidió sábado y domingo hacer lucir su estudio lo más decente que pudiese, al menos dentro de la medida de lo posible, pues el lugar seguía teniendo grietas por todos lados, manchas de pintura viejas adornando el piso y las paredes y demasiados materiales de arte y libros como para encontrarles un lugar a todos.

Así que pasó el fin de semana haciendo justo todo lo opuesto a lo que debió haber hecho: procrastinar. Le había dicho a Heather que arreglaría el desorden el domingo por la tarde, cosa que si bien había comenzado a hacer, no terminó, pues mientras ordenaba los estantes de libros se encontró con una revista de arte que compró y posteriormente olvidó haber adquirido, leyéndola hasta que el sol se escondió y su esposa llamó a su puerta para preguntar si estaba bien. Salió con cautela suficiente para no permitirle ver que el lugar seguía siendo un caos, diciéndole en una mentira blanca (¿Qué tan blanca había sido realmente?) que ya había terminado y solamente le quedaban un par de detalles por arreglar que dejaría para la mañana siguiente.

Y ahí estaba Jungkook, un lunes a las once de la mañana, maldiciendo con todo el repertorio de malas palabras que conocía por haberse despertado tan tarde y por haber encontrado esa maldita revista.

1.

Entre más intentaba hacer ver menos desordenado el espacio escaleras arriba donde tenía apilados sus libros, enciclopedias y revistas, más desastroso lucía. Llevaba desde que se levantó yendo y viniendo de su taller a los cubos de basura fuera de su casa, con enormes bolsas pesadas llenas de cosas que debió tirar hacía mucho tiempo atrás en cada mano. Jungkook no era de esa clase de acumuladores del programa que a su esposa tanta gracia y horror le causaba ver, pero sí era una persona que solía guardar ciertas cosas porque pensaba que servirían para después. «Para después» pensó Jungkook, arremedando su propia voz mentalmente mientras hacía nudo las últimas dos bolsas listas para ser desechadas.

Luego de hacer mil y un malabares para no morir mientras abría la puerta de su estudio y bajaba escalón por escalón desde el tercer piso hasta el último, lanzó con molestia ambos bultos dentro del cubículo que indicaba papeles solamente, regresando al interior de su casa mientras se sacudía las manos y cerraba la puerta con la espalda. Comprobó la hora en el reloj que colgaba de la pared de la sala de visitas, como la llamaba Heather, o como él llamaba, la sala cuya existencia no tenía sentido pues no la utilizaban mas que cinco o seis veces al año. Eran las cinco y veinte, lo que significaba que debía terminar rápido lo que faltaba por ordenar, pues todavía no se duchaba y ni siquiera sabía qué demonios se pondría. Ni siquiera debería importarle la opinión de Taehyung sobre su ropa, pero no quería darle más motivos para molestarlo.

Subió las escaleras mientras se pasaba las manos sobre la nuca y cuello, agotado. Pensó que no sería mala idea volver a sus antiguos hábitos de adolescencia, cuando era sumamente deportista y sus músculos eran su mayor motivo de orgullo, pues no era normal que ahora pareciese un fideo y le doliesen tanto las piernas, ¡tenía apenas veinticuatro!

Al llegar de nueva cuenta al ático, repasó cada rincón del lugar solamente para verificar que todo se viese más limpio, aunque todavía seguía pareciendo un perfecto desastre. Y es que no era normal que nadie mas que él entrase ahí, ni siquiera Heather tenía permitido el acceso, ya que el coreano consideraba su estudio como su santuario o algo así. Al principio consideró la idea de pintar al aire libre, en vista de que el clima ese día estaba considerablemente mejor que el anterior, pero el pasto estaba empapado aún y el viento torrencial había ocasionado que la piscina se llenase de hojas y ramas. Suspiró, pensando en que de todos modos tendría que arreglar eso después, sintiéndose doblemente cansado solo de imaginar lo trabajoso que sería para él limpiar todo el maldito jardín. Después de todo, era lo menos que podía hacer considerando que él era básicamente mantenido por su esposa, quien no lo dejaba nunca aportar ni un dolar de lo que ganaba con su arte, animándolo a ahorrar para en un futuro abrir un taller de arte o lo que sea que se le ocurriese.

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⏰ Última actualización: Nov 18, 2019 ⏰

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