La última noche

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La emancipación de una sumisa

Decir que su día fue agotador era un eufemismo. El recordar cuantos individuos tuvo que saludar tan solo desde la mañana, a cuantas mesas tuvo que acudir tomada del brazo de su marido en esta reunión de deportistas prestigiosos, le causaba una jaqueca espantosa que solo la tranquilidad podía curar. Porque se acostumbró a ella; a disfrutarla.

Se remeneó sobre el sofá mientras balanceaba su vaso, oyendo el característico sonido del hielo al chocar entre sí, contra el cristal. Contempló el lounge de la habitación encontrando todo insípido. A excepción del whisky borbón en sus manos, todo lo demás era una floritura agobiante, que le asfixiaba de forma inhumana. Aunque más que el lujo, lo que la tenía ansiosa era la soledad. Que le resultaba difícil de soportar últimamente.

Una soledad que arrastraba desde el primer día que vivió con Ranma. Su esposo. De forma irónica, quien tendría que compartir el resto de sus días con ella, era quien siempre estaba ausente.

Ni siquiera estando en este apartamento podía sentir plenitud o familiaridad. El lugar era costoso, tenía muebles hechos de la mejor madera importada y electrodomésticos de la marca más reconocida a nivel nacional. Algo que cualquiera desearía poseer, cualquiera menos ella. No si era lo que obtenía a cambio de toda una vida desperdiciada. Akane tenía lo que a los reflectores les gustaba enfocar cada segundo. Una vida perfecta, con su perfecto marido, su perfecta casa, su perfecta economia y la apariencia de la juventud casi intacta en ambos, aunque ella lo ocultaba con el maquillaje más de lo que le gustaría.

Hasta ahora se había conformado con imaginar ser feliz. Para ser honesta consigo misma, admitía que las épocas habían cambiado hacia ya trece años; no podía creer que se había resignado al arreglo matrimonial que su padre le preparó cuando tenía dieciséis. Se arrepentía de no haberse opuesto, por supuesto lo hacía. Al final ella terminó pagando los platos rotos de una promesa insensata.

Después de ser proclamada como heredera del Dojo familiar, su felicidad se vio eclipsada con la aparición de Ranma Saotome y su padre. Su propio progenitor y Genma, el amigo de éste, les dieron una grandiosa noticia que uniría a sus familias y sus legados de artes marciales como una sola.

Al principio se negó, su matrimonio no era un asunto menor, claramente porque involucraba su futuro. Se enfureció con su padre, incluso con su madre que ni siquiera estaba al tanto de la decisión de Soun. Cuando se conocieron, dejaron en evidencia su poco interés en entablar una relación de cualquier tipo, eran dos extraños que apenas se trataban con cordialidad.

Esperando que su nulo interés cambiara para mejor, la familia Tendo recibió a los Saotome en su casa para crear vínculos de ambas partes, desde el principio parecía una excelente idea para hacerlos convivir, sin embargo, en ningún momento la relación mostró mejorías sino todo lo contrario; no se soportaban incluso en lo minimo. Aunque la situación era tal como para ponerse a llorar en desgracia, pues la madre de Akane había caído enferma de gravedad cuando eso ocurrió, la mujer quería ver a su hija menor contraer matrimonio como sus dos hijas mayores y no encontraba a nadie más indicado que Ranma para encargarse de su pequeña tras conocer al muchacho.

Aunque se llevaran como el perro y el gato, de manera ironica el chico le agradaba a Naoko. Así que de forma rápida -casi improvisada- ambos jóvenes contrajeron nupcias a los diecinueve años. La ceremonia fue en el Dojo Tendo, la fiesta fue sencilla, solo la familia y cercanos asistieron.

Soun insistió en enviarlos de luna de miel para consumar su «amor» más, el hecho se vió pospuesto ya que la enfermedad de Naoko empeoró y al final llegó aquel terrible pero inevitable día. Aunque la matriarca Tendo falleció aliviada de saber que sus hijas ya tenían un matrimonio estable para vivir.

Akane heredó oficialmente el Dojo cuando Soun se retiró, sin embargo Ranma reclamó el derecho sobre el nombre del legado para ensalzar el apellido Saotome, su ahora esposa le negó aquel pedido sin importar sus argumentos. Ante la poca cooperación de ella Ranma terminó decidiendo dar por zanjada la discusión cuando él abrió su propio Dojo. Akane cerró el Tendo resignandose a la disposición de su marido.

La fama y fortuna llegaron rápido gracias al habilidoso muchacho que levantó un negocio tan próspero casi de la nada, el reconocimiento lo llevó hasta el Consejo de deportistas más importante de Japón siendo el entrenador más joven de los postulantes a las Olimpiadas con tan solo veintitrés.

Se había echado encima un montón de responsabilidades y flashes que querían cualquier abertura en su fachada perfecta para inmiscuirse en su vida, para arruinarlo. Seguramente a pedido de los demás deportistas víctimas de la envidia.

Con el pasar de los años se dió cuenta de algo, su matrimonio no era más que un contrato con otro nombre. Uno más bonito para que no suene a que fue vendida por su padre, desafortunadamente por mucho que lo ocultara ante la gente y su propia familia, no era feliz con esa vida.

Casi a sus treinta años era prácticamente virgen, desde su compromiso con Ranma a los dieciséis nunca tuvo la oportunidad de explorar o tener novios y con su matrimonio tuvo aún menos alternativas.

Ranma se había mantenido lejos de ella a lo que respectaba su vida sexual, a excepción de unas ocasiones donde el alcohol le nublaba el juicio lo suficiente para desearla, repartirle unos besos, tocarla sin pudor y rosar su intimidad por sobre la ropa. Pero nada más.

Y maldita sea.

La mujer no era de piedra, sentía deseo de poseerlo, reclamar su derecho como esposa sobre ese hombre tan viril. Si había algo que Akane nunca podría negar, era que Ranma poseía un físico espectacular desde su adolescencia, además el paso de los años le había dado una corpulencia más masculina, acentuada al ensueño.

Casi le dolía nunca haber estado juntos en la cama, sentir el vigor de su esposo recorrer sus entrañas así como se lo describían sus amantes por medio de los mensajes. Si, le había descubierto mensajes de tres mujeres que añoraban una repetición por parte de él; sintió el mundo venirse encima de ella cuando lo supo, nunca le lloró al hecho de que tuviera aventuras. Era obvio ante su falta de ansiedad por tocarle.

En realidad ella se recriminaba por ser estúpida y no seguirle en ese camino, tener aventuras no sería difícil, era una mujer codiciada que muchos habrían agradecido tener a su lado. Su fama se extendió desde su juventud cuando era conocida como la chica de Furinkan que tenía un centenar de pretendientes tras de ella.

Centenar de pretendientes que desapareció con la llegada de Ranma, aunque al principio hubiera agradecido deshacerse de ellos, a día de hoy se preguntaba qué hubiera sido si en lugar de Saotome, se la hubiera permitido darse una oportunidad con alguien más. Casi todos los pretendientes habían desistido a excepción de unos cuantos que por azares del destino terminaron lejos de ella quitándole la oportunidad de sentirse querida en medio de la soledad que la abrumó durante años.

De nada le sirvió ser la estudiante más bella de su generación si esa belleza fue oscurecida por la sombra de su compromiso.

El caso se resume a hoy, cuando Akane había decidido emanciparse por fin recuperando su orgullo como persona. Terminó su vaso de whisky yendo a darse un baño. Su renovada vanidad tendría sus cimientos esta semana donde demostraría que ni el arrogante hombre que tenía por marido se podía resistir a ella. Porque no, no importaba lo que ella fuera como profesionista, ahora se sentía satisfecha respecto a eso. Simplemente no pudo dejar pasar la relación frigida que fue obligada a sufrir sin luchar un poco por cambiarla.

Las amantes de mi esposo. La emancipación de una sumisa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora