Capítulo 1: ¡Me encanta el café!

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-¡Ya te he dicho que es lo que hay!-dijo mi madre mientras tomaba la carretera que salía de Georgia y se dirigía en dirección Los Ángeles- No entiendo porque te has obstinado en poner pegas a todo. ¿Por qué no puedes dejar de pensar en ti por una vez y pensar en los demás? Dime, ¿por qué?

Mi madre podía ser mortalmente plasta, y esta era una de aquellas veces en las que iba a usar todo su conocimiento adquirido en su profesión de abogada para dejarme sin argumentos válidos y conseguir que admitiese que tenía razón. Pero esta vez no la iba a darla ese gusto, así que me pusé los cascos y le di a la reproducción aleatoria, mientras le hacía burla a mi madre mirando por el cristal.

El sol me cegaba, por lo que abrí mi bolso y saqué unas Ray Bans de mi bolso y me las puse, parecía mentira que hiciese ese sol y en menos de una semana fuesen a empezar las clases; condenándonos a todos nosotros, la sociedad adolescente a encerrarnos en nuestras casas llenos hasta el cuello de trabajos, tareas y deberes. La encarcelación anual de los chicos con edades comprendidas desde los ocho años hasta los diecinueve, ¡a veces incluso hasta los veinticinco!

Me esperaba un año largo, decía un año porque tenía la esperanza de que mi padre, al terminar sus servicios como profesor de inglés en París, volviese por vacaciones de verano a Estados Unidos y me pudiese ir a vivir con él; porque la idea de quedarme con mi madre y su nueva familia, me repugnaba.

A ver, yo suelo ser muy comprensiva y flexible, pero es que además de que no tenía ni pies ni cabeza, ¡parecía que mi madre había hecho una selección con todo lo que más me podía fastidiar en una nueva familia y había hecho un casting para meterlo a presión!

Para empezar, el padre era entrenador del equipo de la zona, en el que además jugaba el hermano mayor que tenía mi edad e íbamos a ir juntos al mismo instituto, ¡solo nos faltaba dormir en la misma habitación!, porque para ir iguales ya teníamos el uniforme del instituto. Luego estaban los gemelos, de catorce años, dos auténticos terremotos, insoportables y bromistas hasta la saciedad; por último, pero no menos desesperante, estaba el bebé de dos años que parecía que le pagaban por cantar ópera llorando a todas horas, la última adquisición.

Para que os hagáis una idea de lo destartalada que estaba la familia, cada hijo era de una mujer diferente, y el único hijo que era de mi madre, mi "hermano" de sangre, era el molesto bebé. Además, volvía a mis orígenes; sí, yo había nacido en California, pero a los siete años, mis padres se habían separado y yo me había ido a vivir a Nueva York con mi padre. Y así terminé la primaria allí y empecé la secundaria, pero ahora, con 16 años me mudaba a California de nuevo, ¡completamente de locos!

Unas pequeñas gotas empezaron a chocarse contra la luna delantera, miré el cielo, cubierto de nubarrones donde hace menos de media hora brillaba un sol resplandeciente. Guardé mis gafas en el bolso de nuevo. Enseguida las gotas empezaron a caer en más abundancia y más rápidamente. Apoyé la cabeza en el ya húmedo cristal, y siguiendo con la vista el monótomo movimiento del parabrisas, fui durmiéndome.

Me desperté a medio camino, ahora el parabrisas estaba moviéndose a velocidad vertiginosa, el cielo estaba completamente oscuro, había rayos y truenos por todas partes además de que había un tráfico considerable y todo el mundo llevaba las luces puestas. El frío se palpaba, aunque como dentro del coche llevávamos el aire acondicionado, no se sentía frío ni por asomo.

-¿Quieres qué hagamos una pequña parada?-me preguntó mi madre al ver que estaba despierta.

-Bueno, pero en una gasolinera, para comprar algo y volver al coche, que se está muy bien aquí.-contesté sonriendo, lo que le sacó una sonrisa a mi madre. El sueño me había puesto de buen humor.

Smile like a PrincessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora