Un balanceo persistente hizo que me despertase, y cuando abrí los ojos lo primero que vi fue a mi madre asiéndome del hombro y balanceándome para despertarme, en cuanto se percató de que estaba despierta, abrió su puerta y salió del coche; abrió el maletero y se apresuró a empezar a sacar maletas. Me desperecé y con un gran bostezo salí del coche, fuera hacía fresco, y después de la tormenta se notaba aún más. Cogí mi bolso, guardé todo lo que tenía desparramado por el asiento y lo guardé en él, cogí una de mis maletas y siguiendo las indicaciones de mi madre, abrí la puerta de la cancela rozando con la hiedra que envolvía todo el muro, lo que me mojó y me hizo estremecer.
Crucé el hermoso jardín por un caminito de piedras hasta la gran casa, que si desde lejos parecía más o menos normal, desde esa distancia se apreciaba su verdadero tamaño, y no era precisamente una nulidad. Llamé a la puerta de madera, y oí unos pasos correr hacia ella. Ya pensaba que me iba a abrir alguno de los gemelos molestos, el padre o el de mi edad, que sería un borde y creído.
Cuando la puerta se abrió, un olor a palomitas de mantequilla me caló profundamente, y además el calor hizo que me dieran ganas de entrar; pero lo que más me dejó extasiada fue el chico moreno cubierto de pecas y unos hermosos ojos marrones como el caramelo que me abrió la puerta. Me dedicó una gran sonrisa, lo que hizo que la apariencia de guapo que ya tenía, se intensificase ya que su cara se contrajo de una manera muy mona.
-¿Quién es, Eric?-vociferó una gran y profunda voz desde el interior de la casa.
-Creo que es Raechel.-miró detrás de mí y vio las maletas-Sí, es ella.
-¡Nathan!-vociferó El chico-¡Dany!
Nada más terminar de pronunciar el segundo nombre, una especie de terremoto sacudió la casa entera, empezando en el piso de arriba, pasando por las escaleras y finalmente llegando hasta Eric. Eran los dos gemelos, los dos casi idénticos (como unos gemelos que se aprecien) y casi tan altos como yo, que no es que sea un gran mérito la verdad, pero ya que les saco dos años, me los esperaba más bajitos.
-¿Tú eres Raechel?-preguntó uno de los dos.
-Sí.-dije intentando entrar a la casa. Hacía frío.
-Te esperaba más alta.-dijo el otro mientras entraba a la casa. Yo era relativamente flexible, pero con mi altura no se metía nadie.
-Tú tampoco es que seas muy alto.-contesté de inmediato.
El otro gemelo, el que había hablado al principio, iba a replicar, pero Eric le calló y los tres salieron a por algunas cajas que me había traído conmigo. Si esta casa iba a ser mi hogar durante, al menos, nueve meses, tenía que tener todas mis cosas cerca.
Deje mi maleta en un sitio del vestíbulo donde no estorbase mucho, y salí de nuevo al coche. En un par de viajes terminamos de sacar todo, y luego lo fuimos subiendo, Eric, Daniel, Nathaniel y yo a mi habitación. Cuando ya estuvo todo empecé a desembalar, la habitación era enorme pero enorme; incluso el armario era XXL, ni con toda mi ropa guardada (mucha, por cierto) lo llenaba completamente.
La habitación era de suelo de madera de nogal, como el de toda la casa, pero lo mejor era que era radiante, el calor salía del suelo. Las paredes eran azules (según Eric porque el azul y el amarillo eran los colores del equipo de fútbol en el que jugaba), los muebles eran blancos, por suerte, así que no me disgustaban mucho.
Cuando terminé de colocar todo, bajé al salón, donde estaban todos reunidos, bueno, solo la parte masculina de la familia, viendo un partido en la pantalla de cine que había. Pregunté que dónde estaba mi madre, a lo que me contestaron con un sonoro "Shhh", por lo visto eran tan maniacos del fútbol que no podías ni hablar cuando estaban echando un partido por televisión. Dado que aquí nadie parecía dispuesto a darme alguna indicación, me puse a buscar a mi madre por la casa.