Note que algo me agitaba la pierna, y de repente paraba y luego volvía a moverme la pierna. Abrí los ojos lentamente, ¿dónde estaba? Esas paredes azules no se parecían en nada a mis paredes rosas; y de repente, caí, estaba en la casa de mi madre. Me incorporé en la cama, justo para ver que uno de los gemelos, no sé cual de los dos, me volvía a intentar despertar moviendo la pierna.
-Buenos días.-dije sonriendo, quizás fuese una de las personas del mundo que se levantaban con mejor humor del que tenía habitualmente-¿Qué hora es?
-Buenos días a ti también, bella durmiente.-contestó mientras levantaba la persiana para que la luz iluminase la habitación-Son las once, no sé si te parecerá bien, pero Eric pensaba que ya era hora de despertarte.
La luz me cegó un poco bastante, pero gracias a la luz pude verme reflejada en el gran espejo que hacía de puerta del armario. Más que la bella durmiente, parecía la bestia roncante.
-¿Y por qué Eric es el que manda ahora? ¿Y nuestros padres?-pregunté levantándome de la cama.
Justamente caí en que mi madre se iba hoy, cosa que me hizo recordar la conversación de la noche anterior, aunque ya no me preocupaba tanto. Las cosas se veían más optimistas por la mañana, eso era una realidad.
-Tu madre se tenía que ir a Georgia, así que mi padre la ha acompañado al aeropuerto. Y el siguiente al mando en la casa es Eric.-me contó- Aunque ahora que lo pienso, tú también estás al mando, ya que tienes la misma edad que él, pero bueno. El desayuno se toma en la cocina, no te lo vamos a subir a la cama, y te lo tienes que preparar tú.
Salió de mi habitación, cerrando la puerta tras de si. Me volví a mirar al espejo, estaba horrible, además aún llevaba la ropa del día anterior, incluyendo la sudadera de Luca, la cual ya había perdido el olor a nueva y había cogido el mío, que no es que fuese asqueroso, pero era bonito oler como olía la sudadera antes. Eché otro vistazo; definitivamente me tenía que duchar.
Si la primera impresión que te podías llevar del baño era gratificante, cuando estabas en la ducha, que parecía una nave espacial con tantos botoncitos para los masajes que no usé, la sensación era tal que te sentías en el séptimo cielo o más arriba. No sé de donde sacaba el dinero la familia, pero desde luego que vivían como reyes. Cuando salí de la ducha, como cuarenta minutos después, mi pelo parecía otro, estaba completamente sedoso y sin ningún nudo, que buena era la vida de los ricachones. Nada que ver con mi vida en NY, en la cual levantarse a las 11 de la mañana era imposible por el bochorno que hacía.
Volví a mi habitación y abrí el armario, saqué una camiseta blanca holgada la cual dejaba un hombro descubierto, unos shorts vaqueros y un bañador de dos partes y palabra de honor turquesa. Este tipo de ropa era uno de los miles motivos por los cuales amaba el verano; me encantaba ese tipo de ropa, poder ir con el bañador debajo de la ropa era el mejor invento, especialmente si te gustaba el agua tanto como a mí. Me vestí tranquilamente, otra de las razones por las que me encantaba esta estación, las pocas prisas que teníamos los estudiantes.
Bajé a la cocina. Ahora empezaba la búsqueda del tesoro. Por suerte, no tuve que buscar mucho para encontrar un vaso, el zumo de naranja y un plato, pero lo que si fue divertido fue el buscar un cuchillo para cortar el enorme y voluptuoso bizcocho de chocolate que había en la isla de la cocina. Me adjudiqué un buen trozo de bizcocho, y aunque yo no es que fuese una tragona, mi tripa se convertía en un agujero negro cuando había pasteles, bizcochos, tartas, galletas o bombones.
Estaba yo devorando el trozo de bizcocho de chocolate cuando entró Eric en la cocina. No me miró pero sabía perfectamente que yo estaba allí; abrió la nevera y se sirvió un vaso de zumo de naranja, volvió a guardar el brick y ya me miró. Estuvimos un rato manteniéndonos la mirada, él bebiendo y yo rumiando el último pedazo de bizcocho que me quedaba en el plato.