El camino de una lágrima

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Una lágrima llego al borde de uno de sus ojos y comenzó a deslizarse a paso firme por las rendijas que el dolor abría con premura.

El sol evaporaba una a una cada gota de sal que rodaba hasta la comisura de sus labios y se fundía con la carnosa resequedad de aquellos voluptuosos rosa pálido.

Pero el artilugio de tristezas no detenía el impulso de seguir vertiendo penas desleídas en la nebulosa tisana.

Algunas lágrimas pujaban oponiéndose al calor del resplandeciente hado y lograban avanzar por el sendero solo unos pasos más hasta morir en la garganta en donde se asfixiaban gritos desesperados, desgarradores. De tal egoísmo eran terratenientes estos baladros que ni siquiera dejaban al viento escuchar sus lamentos, solo hacían eco en los subrepticios socavones en los que el raciocinio se oculta con celo.

El alivio que venía con cada suspiro no era sino el preludio de nuevas penas que se fundían como un glaciar en tiempos cálidos, y como el agua que emerge de aquel, frío es el llanto concebido en la profundidad abismal de sus sentimientos.

Magnánimo es su sufrimiento, tanto que su hermoso rostro se hace aún más bello como el de un mártir viendo por última vez el sol, el cielo, los pájaros y las flores.

Los canales de sangre se tornaban cada vez más rojos en la palidez de sus entornados ojos. Y la niña pupila se veía más pequeña pues así se sentía, como una infanta indefensa y cristalina, calma como un oasis en medio del sediento desierto.

Las tormentas que teñían de gris sus pensamientos dejaban reflejarse en su terso rostro de porcelana la luz blanca de los rayos que acentuaban con redoblantes su padecer.

Ya las solitarias lágrimas, gotas de rocío, han dado marcha a cortinas de densas y vaporosas lluvias.

De estas bastardas, algunas mueren con el sol radiante que se alza en lo más alto de las montañas, otras ceden su vida ante el trago amargo de una boca sedienta de roses de amor.

Nuevas lágrimas son aun más osadas y siguen camino hasta el altar que corona al dolor, piden permiso a las impurezas que inundan su recorrido o se abren paso intempestivamente entre las rocas que las crecidas ponen a su paso.

Llantos felices escasean, no obstante a veces dignifican los senderos por los que transita, y son mil veces más difíciles de olvidar que aquellos apasionados lamentos que la agobian.

También resulta hacedero acudir a la suavidad de retazos de seda, pero la naturalidad de dejarse llevar por el momento y de poetizar con un retrato la sensibilidad que la abruma, prima sobre el mecánico movimiento de sus manos que se abanican hasta borrar los rastros del diluvio.

La nariz enrojecida y el ardor en el pecho son solo secuelas del torrencial temporal y es apenas el comienzo de todo lo piadoso y todo lo ruin que circunstancialmente nacerá pese a sus vanos deseos.

Cada nueva alegría y cada nueva tristeza despertará bajo el anonimato a la niña dormida y caprichosa, aquel que da un atisbo de madures en el vasto brío por ocultar las manifiestas emociones en escondrijos que pretenden atesorar la inmunidad del vapuleado orgullo… Para que nadie sienta falsa piedad, disfrazada tras un manto de empatía, por la cruz y las espinas que la hacen chillar.

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⏰ Última actualización: Sep 21, 2012 ⏰

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