- ¿Por qué habré tomado tanto? ¿Después de tanto todavía no me sé controlar? La cabeza me está matando.
Tempranísimo por la mañana fue que sus madre lo había despertado, y Joaquín no estaba tan feliz. Había llegado muy tarde a su cómoda cama, por las 6, sin que sus padres se diesen cuenta. Era a lo que ya estaba acostumbrado. Pero aún así Todavía llegaba todos los fines de semana con la peor resaca posible. Ese día la cabeza le explotaba. Aún así, el día no escapaba de lo normal, por lo que a las 11 ya tenía que estar despierto y alerta.
Entonces se preparó su batido cura-resaca, que ya era experto haciendo, y no tardó en darse un rápido baño. Ese día ya planeaba ir a la casa de su amiga Majo, como no era muy raro en él, y pasar hasta el día siguiente allí. Fue así que se bañó y vistió en un instante. Y finalmente se subió en su bicicleta porque no vivía muy lejos de lo de su amiga.
Mientras pedaleaba tan sólo podía pensar en ese sentimiento que hace semanas que lo consumía. Desde siempre que había sido un poco fiestero, bueno no sólo un poco. Era su forma de divertirse, no se podía acordar de algún tiempo en su adolescencia cuando no haya salido cada fin de semana que podía. Sus amigos eran iguales. La música, el alcohol, las chicas, los juegos, el baile, eran habituales en todas sus actividades.
Pero desde hacía un tiempo que no se sentía igual. Todos sus amigos se habían conseguido novias y habían disminuido su exceso y despilfarro, pero no él. A pesar de que no estaba buscando algo formal con nadie, muy adentro suyo sentía un cosquilleo de envidia por sus compañeros; y, todavía más adentro, un campo de soledad. Pero se negaba a admitirlo.
De todas formas, se había puesto a la búsqueda de una chica "apta" para él. Desde unos días que se mensajeaba con Coni, una de las amigas de sus compañeras de colegio. No es como si Joaco no se sintiera atraído por ella, porque claramente lo estaba, pero su carácter no era el más interesante. Sin embargo, no prestó atención a aquella parte de él que le decía que hiciera lo contrario, y se juntaron unas cuantas veces para ver si podía coquetear con ella hasta ser novios. Y, aunque no había pasado nada significativo, Coni sí le había prometido un beso la próxima vez que se vieran.
En su distracción se olvidó de lo que estaba haciendo. La sorpresa fue más grande cuando estaba a punto de chocarse contra un chico en la calle. Lo único que alcanzó a hacer fue correrse un poco al costado y gritarle:
- ¡Córrete del camino!
Cuando el mayor cayó de espaldas, Joaco sólo siguió andando. Se sentía mal por lo que había hecho. "Por lo menos debería haberme detenido y ver si estaba bien", sonaba como eco en su cabeza. Sin embargo, no quiso admitir demasiada culpa por lo que no se preocupó más. ¿O sí? Parte de él gritaba que regresase a ayudarlo, no sabía por qué, pero no le prestó atención. Quizá era porque se acordaba de ésa cara de algún otro lado, creía conocerlo.
Un mensaje le sonó en el bolsillo: era el tono personalizado de Coni. Tenía esperanzas de que ese día algo se concretara de una vez. Pero, ¿de verdad estaría feliz con eso?
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