Capítulo VIII

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En la oscuridad de mi habitación la soledad me observaba nuevamente desde el umbral de la puerta, a veces la he odiado, pero también la amo, sus ojos negros reflejan desesperación que me eriza la piel e inestabiliza mi alma, me atemoriza, pero me atemoriza más seguir corriendo en este círculo. Por eso le he extendido la mano y vi el comienzo de todos mis miedos.

Siempre he sido mi mayor enemiga no por odio más bien por incomprensión; la tomé entre mis brazos y todas mis heridas sanaron, ella tomó mi rostro entre sus manos y secó mis lágrimas.

-Me has odiado y te has odiado por tanto tiempo, te escondiste entre los escombros de las mentiras planeando como matarme, yo que represento todos tus miedos. Te veo y no puedo creerlo, me ofreces un puñal en cambio yo te ofrezco el corazón, tu calor me ha traído a la vida, a partir de hoy nunca más volverás a llorar.

Estoy en casa, no tengo más deseos que cumplir, sal de ese escondite mediocre sólo las serpientes se arrastran y tú eres una luz de invierno, porque alumbras en las oscuridades más frías, sobreviviste a la destrucción masiva de las mentiras y al fin estamos cara a cara, no tienes que esconderte de mí, ya que estamos hechas del mismo material. Superaste tus expectativas, eres libre de las rocas y de todos los pesares, eres hermosa por tu rareza, eres especial por tu simpleza, eres tú una pieza redonda entre fichas cuadradas.

No hay nada que temer. 

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