Desperté más temprano que lo habitual. A veces llegaba tarde a la escuela por no saber la hora, pero siempre me despertaba antes de que el sol saliera. Yo logré crear mi propio reloj con las colinas y el sol. Un día cuando yo ya estaba en la escuela y tocaron para entrar a clases, miré hacia las mismas colinas que veía desde mi ventana y logré apreciar que el sol estaba cuatro dedos arriba de la colina más alta.
La imagen no se me borró nunca de la mente.
Me senté en la cama y miré hacía afuera. El sol aún no aparecía, pero no me importaba. Me levanté y estiré, mientras se me escapaba un bostezo. Intenté despejar el sueño de mi mente restregándome los ojos, algo que hacía todos los días. Con la misma ropa que ayer me puse en la casa de Justin, busqué los libros que debía llevar hoy a la escuela y, como no tenía otro bolso, debía cargar con ellos ida y vuelta. Salí de la casa en silencio, por cualquier cosa y comencé mi caminata de todas las mañanas.
Los caminos de tierra estaban húmedos y mojados por la nieve que quedaba de la noche anterior. Habían posas por varios lugares y yo intentaba esquivarlos, incluso lo hacía saltando sobre ellos. Recordaba cuando era una pequeña niña y saltaba las posas luego de las tormentas. Me mojaba por completo las veces que caía sobre ellas y reía sin parar. Quise sonreír por aquellos recuerdos, pero no pude.
Estaba con la cabeza gacha, observando atentamente el camino que se encontraba frente a mi, que ni si quiera logré darme cuenta de lo mucho que ya había caminado. A unas dos o tres cuadras se encontraba la EW. Habían pocos chicos entrando a ella ya que aún faltaban al menos media hora para que empezaran las clases y la mayoría de ellos llegaban quince minutos antes.
Caminé hasta la entrada vacía hasta adentrarme profundamente por los pasillos de mi infierno diario. Habían pocos alumnos por ellos, ya que la mayoría estaría por las grandes áreas verdes que tenía la escuela. Fui a mi casillero para guardar allí los pesados libros. Mientras me disponía a poner la clave de mi casillero, sentí como unas finas manos mi lanzaban hacía atrás, provocando así que yo soltara todos mis libros y estos cayeran al suelo… Al igual que yo. Respiré profundamente, sintiendo el dolor en mi nuca por el brutal golpe que me di contra el piso. Abrí los ojos y vi como Aimé y sus amigas reían a mi lado. Gemí cuando intenté levantarme.
Pasé las puntas de mis temblorosos dedos por mi nuca lentamente y sentí un agudo dolor allí. Volví a ver mis dedos y vi las yemas de mis dedos rojas. Estaba sangrando. Suspiré.
—¡Hey! ¡_______! —escuché la voz de Justin por el pasillo. Sentía sus pasos, estaba corriendo hacía mi. Lo sentí acuclillarse a mi lado, mientras tocaba mi frente y mis mejillas.
Las risas cesaron.
—¡Hey! ¿Qué haces con la rarita? —preguntó una de las amigas de Aimé.
—¿¡Pero que creen que están haciendo!? —preguntó Justin de una forma furiosa, sin apartarse de mi lado.
—Lo que ves, cariño —respondió Aimé, con aire seductor.
Justin juró por lo bajo al ver como un charco de sangre comenzaba a formarse bajo mi cabeza. Yo en ese momento tenía los ojos cerrados ya que la luz me molestaba. Justin paso su brazo por mis hombros y cuello, al igual que con el otro por detrás de mis rodillas. Me cargó con suavidad, evitando movimientos bruscos. Pasó al lado de Aimé casi empujándola y me llevó a paso rápido a la enfermería de la escuela. Luego todo fue negro.
(…)
Desperté sobre una camilla en una habitación desconocida. Había una enfermera anotando algo en una pequeña agenda cuando miró mis ojos y sonrió.
—Hasta que al fin despiertas, linda —me dijo mientras me cubría hasta la mitas del pecho con las mantas y acomodaba mi almohada— ¿Cómo te sientes?
—Algo… Mareada… Confundida… —sacudí mi cabeza con lentitud— ¿Dónde estoy?
Ella me miró y siguió anotando.
—Estás en el hospital. Te diste un golpe muy fuerte en la cabeza y te debimos poner puntos. Ahora tienes una anestesia loca que quizás de aquí a una media hora se te quite y puede que sientas algo de dolor. También te pusieron una venda alrededor de la frente —se detuvo un momento para verificar unas máquinas a mi lado— Hay un chico afuera que pregunta a cada minuto por ti. ¿Quieres que le deje pasar?
Asentí, sabiendo que se trataba de Justin. ¿Quién si no él se preocuparía por mi? ¿Mi padre?
La enfermera desapareció y a los segundos apareció Justin por la puerta. Suspiró al verme despierta. Se acercó a mi lado y se sentó a los pies de la cama.
—¿Estás bien?