Capítulo 1: El licántropo

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Salió de entre los arbustos, acercándose sigilosamente y tratando de adivinar cada uno de sus movimientos con anticipación para que no pudiera huir. Se relamió el hocico Imaginando el sabor de su nueva presa, la consistencia de su suave carne humana. La joven de sentidos tan agudos como los de un zorro, se percató de un ligero movimiento en los arbustos. Rápidamente empuñó el cuchillo que llevaba consigo,  justo para ver como aquella criatura se acercaba lentamente en cuatro patas a la otra orilla del río.

El agua fluía melodiosamente entre las piedras, guijarros y hierbas acuáticas. Hacía un poco de frio en el bosquecillo y se respiraba un aire ligero con sutil aroma a pino y demás arboles de la región. Aquel animal era un lobo no había duda,  pero las dimensiones eran desproporcionadas a las de un lobo común.

 Natasha pudo distinguir en él, formas  humanoides  en sus patas y torso.  Le tapizaba el cuerpo un pelo tupido de coloración oscura  y tenía una cola corta.  Su enorme cabeza de lobo dejaba asomar sus colmillos enormes en el  hocico y  los ojos le brillaban amarillos y hambrientos. Nunca había visto uno, salvo en imágenes que databan de tiempos inmemorables en los libros viejos de su papá, pero podía asegurar que sin dudas que ese era un hombre lobo.

-atrás-dijo ella amenazándole, sujetaba  con fuerza el cuchillo con el que acababa de cortar algunas plantas medicinales.

 -puedo olor tu miedo, humana estúpida- la voz cavernosa del lobo retumbó al otro lado del río. A ella se le heló la sangre y un escalofrío le recorrió el cuerpo. La imagen de Sounya una mujer gitana que conoció tiempo atrás y a la que cariñosamente llamaba “madre”,  llegó a su mente  y de inmediato recordó sus palabras “cuando te encuentres frente a frente con el demonio Natasha, repite esta oración y dios nuestro señor nunca te abandonara”. Ella rápidamente repitió las palabras gitanas, un especie de rezo romaníe que aquella buena mujer le había enseñado cuando ella era pequeña.

Nunca supo si era una clase de hechizo, pero Sounya decía que cuando un “Payo” clamaba por ayuda  la recibía, pero cuando un gitano la pedía  nada en el mundo podía dañarle. Natasha siempre sería un “Payo” así es como llamaba ellos a las personas no gitanas. Pero si esas palabras podían protegerla de aquel monstruo estaba dispuesta a arriesgarse.

-Bruja despreciable…- la horrible criatura le miró con rabia - pero sé que eres un “Payo”, alguien ajena a ellos, y esto no dudará para siempre, te alcanzaré y voy a tragarme tus entrañas y mascaré tus huesos- le dijo la criatura enseñándole los dientes con desprecio. Fuera cual fuera la magia gitana,  el grotesco animal  no intentó cruzar el río o daba la impresión  de que algo se lo impidiese. Natasha sabía que eso no duraría para siempre,  así que echó a correr tan rápido como pudo por entre el bosque.

La luna llena se coronaba en la bóveda celeste. Orgullosa y  enigmática,  como anunciando su victoria ante las perdidas almas de los hombres que pisaban aquellas tierras hechizadas por magias ancestrales. Sus rayos azulados se colaban entre las copas de los árboles del bosque iluminando secciones del oscuro lugar  por el cual la figura de chica corría desesperadamente desapareciendo y apareciendo entre ese juego de luz y sombras.

 El  sonido de las hojas secas bajo sus botas crujía violentamente mientras huía, respiraba agitadamente y sentía como el aire frio se transformaba en ardiente al entrar por su boca y le quemaba los pulmones casi hasta el grado de asfixiarla.  Había rasgado su vestido para poder correr con mayor libertad y evitar que la tela se le atorara entre las ramas de los árboles.

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