PARTE I

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Nueva OrleansParque Louis Armstrong

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Nueva Orleans
Parque Louis Armstrong

Katherine Forbes era una mujer práctica, disciplinada y, en ocasiones, fría. De hecho, ella y su hermana Caroline, a la que el FBI le había presentado una propuesta en firme para que ingresara en sus filas después de infiltrarse con éxito en el caso de Amos y Mazmorras, eran la noche y el día.
A ella le faltaba parte de la fantasía y la sensibilidad de Caroline.
Se consideraba pragmática y poco dada a sueños románticos; no creía en ellos.
No obstante, su hermanita, con rostro de hada acababa de demostrarle que incluso algunos sueños se cumplían.
Prueba de ello era que Niklaus Mikaelson, el agente al cargo que había liderado la misión junto a su hermana y que había adoptado el papel de su amo para entrar en el rol de dominación y sumisión, estaba oculto detrás de un árbol, dispuesto a sorprender a Caroline, seguramente para disculparse después del trato nefasto que le había dispensado en el hospital.
Y más le valía a Klaus arreglar las cosas con su hermanita, o iba a aprender lo que era «tenerlos puestos por corbata», literalmente.
Sí. Eran muy distintas.
Ella era morena, de pelo largo, rizado y de color negro azulado. Nada que ver con el tono rubio y lacio de Caroline. Era más alta, algunos decían que de curvas más elegantes. Y sus ojos eran negros como la noche, tan diferentes a los ojos verdes esmeralda de su hermana.
Katherine tenía treinta años, y Caroline, veintisiete, pero no importaba: seguía siendo su hermanita pequeña y siempre la llamaría como le diera la gana.
Pero no solo en el aspecto físico radicaban sus diferencias. Katherine tenía veinticuatro ojos, y diez en la nuca, y, por alguna extraña razón, necesitaba controlar todo lo que la rodeaba. Posiblemente, por ese motivo, por esa ansia de mando, se había dado cuenta de que el lobo, Klaus Mikaelson, permanecía oculto, esperando a tomar al camaleón por sorpresa.
Había visto a Klaus por el rabillo del ojo y no había necesitado análisis ninguno para darse cuenta de que era él. Su cuerpo, su altura, su corte militar... Habían trabajado juntos demasiado tiempo en el FBI, se conocían desde hacía demasiado como para no localizarlo entre la multitud. Y sus
movimientos ágiles y medidos lo delataban. Al menos, ante ella.
No para Caroline que, en cambio, seguía mirando cómo su madre y el grandullón de Mason se daban unos bailoteos en el parque Louis Armstrong, bajo el ritmo de Westlife y su canción To be with you, ajena a la mirada que le prodigaba Klaus Mikaelson.
El caso Amos y Mazmorras en las Islas Vírgenes de Estados Unidos había fortalecido los vínculos entre Caroline y Katherine; y entre Caroline y Klaus, que siempre se habían gustado. Y por fin lo habían aceptado y se habían rendido el uno al otro.
Pero, aunque esta vez, aquel amor no falto de dolor y de pérdida había triunfado por encima del bizarrismo y el sadismo, el caso también le había enseñado lo mejor y lo peor de las personas. Una realidad horrible y descorazonadora.
Todo tenía origen en el foro rol de Dragones y mazmorras DS.
Para infiltrarse, el gancho de atracción de domines y sumisos, Katherine, Alaric, Bonni, Damon y Klaus se tuvieron que preparar como dominantes y dominados. Se trataba de un rol inspirado en el famoso Dungeons and Dragons, pero adaptado a términos de dominación y sumisión, de ahí las siglas DS.
Mediante ese rol, captaban a hombres y mujeres interesados en el tema, y los secuestraban para venderlos en la noche final de un torneo físico y apoteósico de amos y sumisos.
Los agentes debían descubrir quiénes estaban tras los Villanos; Sombra Espía, Tiamat y Venger eran los jefes del cotarro, y a quienes todos se dirigían como los amos del evento. Ellos eran los responsables de ofrecer el espectáculo y de vender a sus súbditos como esclavos sexuales, dispuestos a
recibir todo tipo de castigos.
Sin embargo, a aquellos que no habían tenido éxito y no habían llamado la atención de los compradores sádicos, una multitud de multimillonarios que actuaban desde la distancia, por Internet, los sacrificaban en la noche de Walpurgis, que tenía lugar inmediatamente después del torneo, en el que solo una pareja practicante debía erigirse como ganadora y embolsarse dos millones de dólares.
Porque el torneo era real; sin embargo, muchos de los sumisos y las sumisas que jugaban con los amos en las performances no estaban ahí por voluntad propia. Los habían engañado y drogado, mediante una variante de popper que los desinhibía volviéndolos vulnerables al tacto, pero ajenos a la
verdadera realidad que los envolvía.
Por supuesto, el torneo era solo una tapadera: el móvil real era la captación de venado para ser sacrificado y satisfacer las inquietudes sádicas y deplorables de gente asquerosamente rica que se había aburrido de sus facilidades y querían jugar a ser dioses. Necesitaban manipular las vidas de
otros, decidir cuándo y cómo debían morir en sus manos, o entre sus cuerdas y látigos.
Conocer todas sus prácticas sexuales y todas sus técnicas era esencial para que los agentes se hicieran pasar por participantes del torneo y que no los descubrieran. Y lo hicieron durante un año.
Visitaron locales de BDSM, aprendieron a jugar como ellos... Fueron elegidos por los miembros del rol que visitaban cada local y mazmorra en busca de lo mejor del BDSM.
Pero ella y Alaric, su pareja, llamaron la atención de los Villanos demasiado pronto. Alaric fue asesinado a manos de la sádica de Sombra Espía o como "Waitres Lover". Por su parte, Katherine fue secuestrada y llevada a un amo instructor que la volvería una sumisa, enseñándole a recibir gustosa cada golpe, aguantando el dolor.
Cuando recordaba la sensación de encontrarse cara a cara con el hombre que la iba a tener oculta con otras mujeres secuestradas, se le encogía el estómago.
Y ese hombre no era otro que Kaì Parker.
Un hombre que, como ella, no era lo que parecía.
Kaì era un agente secreto de la SVR, el FBI ruso. Estaba infiltrado en el rol como amo instructor, o amo del calabozo, según la jerarquía del juego. Descubrir que era agente secreto la dejó impactada.
Se suponía que, al descubrirse el uno al otro, debían trabajar juntos; dos organizaciones completamente distintas, el FBI y el SVR, colaborarían y se ayudarían para resolver el caso.
Y lo hicieron. Pero Kaì estaba en un caso mucho más complicado, en el que se veía involucrado su país mediante la trata de blancas. El agente quería llegar al capo de la mafiya rusa, quien se encargaba de organizarlo todo y recibía el dinero de todas sus ventas.
Y Katherine ahora formaba parte de su investigación. Juntos, debido a que los dos países tenían intereses comunes, trabajarían hasta destapar del todo cómo se organizaban para traficar con personas.
¿Cómo las captaban? ¿Quiénes las compraban? ¿Cuánta gente estaba
involucrada? ¿Cuántos países lo permitían? Y, lo peor: ¿las bandas de tratas trabajaban con el consentimiento de la fiscalía de sus países?
Al margen de todo lo descubierto, lo vivido aquellos días le estaba enseñando mucho sobre ella misma; su necesidad de dominar era casi enfermiza; ese era el marco en el que ella se encontraba segura. Pero ser dominada por otro mucho más fuerte que una era mil veces más estimulante.
Kaì nunca la tocó, nunca hizo el intento de ejercitarse con ella. Le tenía demasiado respeto.
Pero la noche en el Plancha del Mar, en la mascarada pirata, el mismo día en el que ella y Caroline se encontraron, Katherine decidió romper las reglas.
¿Por qué lo hizo?
No lo sabía. Solo entendía que tenía ganas de interpretar su papel lo mejor posible, y también de provocar al ruso de cabello castaño, tatuajes por casi todo su cuerpo y ojos azules, que, con sonrisa indolente, sin muchas palabras, y con una actitud casi más altiva que la de ella, había logrado despertar su curiosidad como ningún otro hombre lo había hecho.
Katherine, por supuesto, había entrado como ama del fallecido Alaric. Con Kaì debía hacer de sumisa. Y aquella noche lo hizo por voluntad propia.
Recordó que estaban en una pasarela de modelos. Las sumisas se exponían a los participantes como si fueran comida. Kaì estaba sentado en una especie de trono, después de haber presentado a Lady Raksha y haber bailado con ella.
Él azotaba y besaba a todas las sumisas, que, envueltas en látex, caminaban a su alrededor, a cuatro patas, esperando, bajo los efectos de la droga, a que él las acariciara y las calmara como sabía hacer.
Su habilidad para ser dominante parecía innata; con solo una mirada, prácticamente, las sometía.
Pero a ella nunca la miró así, y su orgullo femenino, aun comprendiendo que lo hacía por consideración, no salió indemne.
Por eso hizo lo que hizo. Se arrodilló entre sus piernas abiertas y musculosas, aprovechando que adoptaba un papel de animal play, como si fuera su perrita, y le bajó la cremallera del pantalón de
cuero negro, asumiendo que él no podría hacer ningún gesto que los delatara.
Kaì entrecerró sus ojos y le dirigió una leve mirada de advertencia.
Katherine no era precisamente una experta en temas sexuales, pero la instrucción como ama le había enseñado muchísimas cosas, y quería emplear unas cuantas con él.
Metió la mano dentro del pantalón hasta que abarcó la bolsa de sus testículos. Al hacerlo, el pene, semiendurecido, acabó por ponerse erecto y duro como una piedra.
Ninguno de los dos habló. Solo se miraron, acordando implícitamente que aquel era un paso nuevo en su relación especial. Ella no tenía por qué hacer eso, no tenía por qué hacerle una felación. Lo iba a hacer porque le apetecía.
Él levantó su mano izquierda, tatuada con calaveras y en la que reposaba un gato negro acomodado sobre su antebrazo, y la agarró de la cola alta de dominátrix que lucía. Arqueó sus cejas castañas, desafiándola a que continuara.
Katherine no se echó atrás.
Sacó su miembro y abrió la boca para metérselo en el interior y acariciarlo con lengua y los dientes, con maestría.
Lo succionó y la masajeó con los músculos internos de sus mejillas, como si bebiera de un refresco con una caña enorme.
Nunca supo lo que pensó Kaì de aquello, pues, después de eso, no hablaron mucho más, ya que él debía viajar y movilizar a todas las sumisas, incluida Katherine, y no podía mostrar deferencia hacia ninguna: en ningún momento debía desarrollar un vínculo afectivo con ellas, pues solo eran carnaza.
Eran material a pulir de cara a los compradores sádicos. Tal vez, la azotaina en las nalgas que recibió
después de que se corriera pudiera ser un indicativo de cómo se sintió en realidad. Pero ¿indicativo de qué? ¿La reprendía porque era muy mala? ¿O la azotaba por haber sido demasiado buena con él? ¿Le había gustado?
Después de la resolución del caso y de detener a los Villanos en la Walpurgis (aquella accidentada noche en que se produjeron bajas muy importantes y violentas muertes, aquella noche en la que se pretendía hacer una carnicería con los sumisos descartados), Katherine se despidió del ruso con algo de frialdad, la verdad.
Al menos, le dio las gracias por cumplir su promesa: había defendido a las sumisas y había cuidado de Caroline a su manera. Kaì solo asintió y le dio la mano con diligencia, como si fueran dos empresarios que cerraran un trato. Aquel gesto tan impersonal la molestó muchísimo.
Tarde o temprano volverían a verse las caras para averiguar quiénes dirigían el negocio de tratas en Rusia a nivel internacional. Kaì iba detrás de ello desde hacía años, metido hasta las cejas dentro del mundo del mercado negro y de la mafia criminal. Se había hecho pasar por un simple domador de mujeres y se había labrado una leyenda y una reputación.
Nadie sabía que Kaì era un agente y, por ahora, debía mantener su tapadera debía, para ahorrarse sorpresas desagradables. Nadie podía delatarle, porque ¿quién hablaba con los fantasmas?
Pasada su aventura en las Islas Vírgenes, Katherine viajó a Nueva Orleans. Kaì se quedó en Washington. La joven esperaba relajarse en compañía de su hermana, antes de emprender la nueva
misión al lado del ruso de la sonrisa sadica.
Creía que cuando entablaran contacto de nuevo sería en tono meramente profesional, sobre todo después de que mostrara tal indiferencia. Pero el contacto vino en
forma de whatsapp. Unos mensajes explícitos en los que Kaì le decía que estaba en Nueva Orleans
y que quería verla porque le debía una violación.
"Una violación... Será cretino", pensó Katherine sonriendo y clavando la vista en la distancia. El ruso estaba ahí. Lo sentía, lo podía oler en el ambiente, entre el olor de los gofres y las patatas con salsa cajún y la Coca-Cola... Por encima de la fragancia de las flores del parque, y de los perfumes de los hombres y mujeres de Nueva Orleans, subyacía la esencia del peligro y de la persecución.
Se verían las caras de nuevo, en un contexto menos al límite que el vivido en la Islas Vírgenes.
Y, al parecer, tenía cierto interés en ella. Un interés sexual.
A Katherine le parecía bien. Todo lo que no tuviera que ver con vínculos demasiado sentimentales y la alejaran de su profesión la entretenía y la satisfacía momentáneamente.
Volver a verlo sería tan entretenido como jugar al Tetris. Una pieza por aquí y otra por allá bien encajada... y listos.
En el parque Louis Armstrong había una figura exacta de bronce del gran músico de jazz, así como una escultura dedicada al recuerdo de los esclavos criollos. Lo rodeaba un jardín espacioso y un pequeño estanque bordeado por una pequeña pasarela por la que se podía caminar.
Y fue allí, en esa pasarela, donde Katherine posó su mirada y no la volvió a apartar. Kaí estaba sobre el puente, y sus ojos tenían un único destino: ella.
Llevaba una camiseta blanca que marcaba sus músculos y no ocultaba sus tatuajes; cualquiera que lo viese podría tomarlo por un cantante de rock.
Unos Levi's desgastados resbalaban un poco por sus caderas y ocultaban ligeramente su calzado: unas sencillas
Munich negras de rayas rojas.
-Dios mío -murmuró Caroline-. Agente ruso a las doce.
-Lo he visto -aseguró Katherine-. Así que me ha encontrado... -Sonrió y se dio la vuelta, ignorándolo.
Kaì, al ver que ella huía de él, negó con la cabeza y se echó a reír.
-¿Adónde vas, Kathe? -preguntó Caroline.
-Voy a jugar al gato y al ratón -contestó, y le dio un beso en la mejilla a su hermana-. ¿Estarás bien?
-Sí. ¿Vienes a dormir a casa?
-Claro. -Frunció el ceño.
-No vendrás. Ya lo veo venir.
-Oye, ¿por quién me has tomado? -preguntó.
Su hermana creía que pasaría la noche fuera con Kaì. Estaba equivocada. Ella no era de ese tipo de mujeres.
-Ya... ¿Quién es el gato y quién el ratón?
-Bueno, yo soy la gata. -Le guiñó un ojo-. Buenas noches, ratona.
Se alejó de su hermana al ver que el ruso avanzaba hacia ella. Y mientras caminaba hacia atrás, lo observaba con fascinación; aquel inmenso cuerpo del ruso, que se acercaba hasta ella, que la acechaba como un jaguar a un ratón, la hacía dudar de su anterior afirmación.
¿Quién era la presa y quién el cazador?
Kaì pasó por el lado de Caroline, la valiente hermana de la agente Katherine Forbes. Como infiltrado
debía apreciar el arrojo de ambas chicas; las Forbes llevaban con dignidad y orgullo el apellido de su padre, que se había erigido en un héroe en Nueva Orleans tras el Katrina.
Katherine llevaba un vestido violeta que le hacía pensar en flores e incrustaciones de piedras preciosas.
Nunca había conocido a nadie tan magnético como aquella mujer; estar cerca de ella en la misión le insuflaba una paz inquietante. Era extraño, teniendo en cuenta en qué asuntos turbios se habían visto involucrados, pero así era.
Katherine, sus ojos de noche y su cautivadora serenidad lo habían dejado tocado. Y lo peor era que la tendría como compañera en el siguiente y determinante viaje que esperaban realizar para desenmascarar y pillar con las manos en la masa a la red de mafias de trata de blancas. Al menos, a la principal de su país.
¿Cómo lo harían? Eso solo lo sabía el subdirector Marcel. Al día siguiente tendrían la primera reunión con él.
Pero ahora, antes de trabajar y centrarse únicamente en sus principales objetivos, Kaì le debía algo a aquella diosa morena.
Y se lo daría.
Se lo daría porque la joven superagente, como él la llamaba, había colmado sus sueños más pervertidos, incluso cuando estaban en medio de la misión.
Y porque nadie lo había dejado tan intrigado como aquella chica.
Él nunca había mezclado el trabajo con el deseo. Siempre se decía: "donde tengas la olla no metas la polla".
Por circunstancias, no había respetado su ley a raja tabla, pero bien podía decir que jamás se había interesado de aquel modo por nadie que tuviera su misma profesión.
Una vida no vida, llena de relaciones simuladas, eso era lo que él tenía día a día.
Sin embargo, Katherine había hecho algo por él que nadie había hecho antes; se había comportado con espontaneidad, rompiendo las reglas y poniéndoselas por montera.
Seduciéndolo así, sin más, como un zarpazo que no sabes de dónde te viene y que te deja marca.
Y en una vida tan dura como la suya, nada apreciaba más ni le conmovía más que lo genuino.
-Khamaleona. -Kaì saludó a Caroline con la mirada azuleja fija en el vestido violeta que se confundía entre la gente.
-Kaì -contestó ella con un gesto de complicidad, viéndole venir las intenciones.
Si algo sabía Kaì sobre Caroline, era que sería siempre completamente fiel a su hermana mayor, así que tendría cuidado de tratar bien a Katherine, no fuera a ser que la rubia camaleónica se enfadara y le abriera en canal como a los pobres cerdos.
Katherine se había ocultado entre los árboles que cercaban una pequeña plazoleta resguardada casi de la vista de todos, a menos que te internaras dentro de la vegetación.
Kaì dio un paso adelante, como si se introdujera en un mundo paralelo de pasión y enajenación:
Kaì en el país de las maravillas.
¿Cómo lo haría sentir la reina? ¿Como un diminuto o como un gigante?
Y la reina lo esperaba hermosa y etérea, apoyada con cierto abandono sobre el respaldo del único banco del pequeño cortijo. Un cortijo hecho a medida para ese tipo de encuentros.
-Hola, superagente -la saludó él, embebiéndose del resplandor que conferían las farolas del jardín a la nívea piel de Katherine-. ¿Conocías este lugar de antes? ¿Aquí traías a tus ligues?
Katherine, que estaba cruzada de brazos, posición que ensalzaba sus pechos a través del escote de su vestido, se encogió de hombros y sonrió desinteresada.
-Hola, Parker.
Se quedaron en silencio.
Se analizaban, como los expertos calculadores que eran. Y qué buena era Katherine a la hora de mantener la tensión. Hablaba lo justo y cuando convenía, pero lo que decía solía ser fulminante como una sentencia.
Kaì no abría la boca. Prefería que sus ojos dieran su parecer, y nunca eran muy alentadores ni benévolos.
Pero en ese contexto de deseo y de pasiones escondidas a la luz de la luna, las miradas eran bien diferentes.
-Sin traje de dominátrix pareces otra. -Inclinó la cabeza a un lado, estudiándola. El pelo, peinado en una coleta alta, y los zapatos de cuña hacían que pareciera más alta, pero nunca más que él. Y a Kaì le encantaba sentirse más poderoso en ese sentido.
Su cuerpo, con curvas suficientes como para empalmar a un caballo, pero nada exageradas, estaba embutido en un precioso vestido veraniego.
Mierda... Se la había imaginado de todas maneras, montándola en muchas posiciones; sin embargo, la imaginación solo era eso: imaginación y fantasía. Bien sabía que no se involucraría con Katherine más allá de lo que aquella noche permitiera. Solo aquella noche, porque, al día siguiente, los sueños y las fantasías se esfumarían para mezclarse en la más cruel y triste de las realidades. Y no habría tiempo para desahogos físicos ni contactos llenos de sensualidad.
-Tú, en cambio, eres exactamente igual a cómo te recordaba. ¿Tu personaje te ha absorbido, Kaì? -preguntó, provocadora, modulando su voz de un modo embaucador, tal y como hacían las sirenas antes de arrastrar a los marineros.
Era cierto. Kaì seguía pareciendo un amo estricto y subyugante. ¿Sería así siempre?
-Soy lo que soy. Tal vez no esté adoptando ningún papel. -Se acercó, dando lentos pasos hacia ella-. Tal vez, lo que ves es todo lo que hay.
-¿Un mural andante? -preguntó adoptando también la seguridad y la petulancia de una verdadera ama-. Tribales, gatos, cruces, calaveras... -Señaló cada uno de sus tatuajes sin necesidad de tocarlos, pues los recordaba perfectamente. Recordaba cómo eran y dónde estaban-. ¿Dónde tienes el ancla de marinero y el "amor de madre"?
Kaì alzó la comisura de su labio, sin llegar a sonreír.
Oh, sí. Aquella era la mujer que recordaba. Atrevida, grosera y tan severa y soberana que daban ganas de bajarle las braguitas y ponerle el culo rojo como un pimiento. Tal vez los años de su preparación para infiltrarse como amo le habían transformado más de lo que recordaba, aunque, para ser sinceros, Kaì jamás tuvo una célula de sumisión y conformismo en su cuerpo.
Odiaba la incompetencia y la debilidad; no soportaba la mediocridad, por eso intentaba tomarse su trabajo con la máxima seriedad, hasta convertirse en alguien inflexible y que no aceptaba errores de ningún tipo.
En ese sentido, Katherine era como él, por eso sabía que no tendría problemas para trabajar con ella, a no ser que volviese a sorprenderlo como había hecho en el Plancha del Mar.
Le llamaría la atención, pues ese tipo de comportamiento podría ponerles a ambos en un serio aprieto.
-No uso ese tipo de tatuajes. Eso se lo dejo a los llorones y a los borrachos.
-No, la verdad es que no te pegan -aseguró ella, sin cambiar su posición ni mover un solo milímetro de su cuerpo.
-¿Sabes a lo que he venido?
-Por supuesto -contestó altanera-. Quieres darme lo mío. No te gustó que te tomara por sorpresa la otra vez.
-¿La otra vez? ¿Cuándo? -preguntó haciéndose el loco-. Ah, sí. ¿Cuando te metiste mi pene en la boca como si fuera un Calippo?
Solo el leve brillo de los ojos de la mujer le dio a entender que ella lo recordaba tan vívidamente como él. Y eso era bueno. Bueno porque los dos querrían volver a experimentarlo.
Pero, esta vez, se cambiarían los papeles.
Kaì se llevó la mano al bolsillo trasero del pantalón y, cuando la sacó, sostenía entre el índice y el anular de la mano derecha una de las barajas del juego de Dragones y mazmorras DS.
-Es la carta que te ha tocado. ¿Sabes qué carta es?
-El as de corazones -bromeó.
Kaì negó con la cabeza y Katherine puso los ojos en blanco.
-La carta switch. Intercambio de papeles. La ama se vuelve sumisa; el sumiso, amo.
-Eso es -dijo, a punto de estallar dentro de sus calzoncillos-. Creo que debo devolverte el favor.
Katherine emitió una carcajada, controlando en todo momento el tempo de la conversación.
-¿La felación? ¿Ese es el favor que me vas a devolver?
-Exacto. Quiero devolverte. Darte el equivalente a la felación. Haz los
honores, Katherine. -Dirigió sus ojos a la parte inferior de su vestido y esperó a que ella lo obedeciese.
-¿Qué esperas que haga, Parker?
-Súbete la falda y deja que te baje las braguitas. Será divertido y lo disfrutarás.
-¿Por qué debo seguirte el juego? Ahora no estamos actuando.
-Porque me lo has seguido desde que nos conocimos, y creo que te gusta tanto como a mí.
-¿Qué te hace pensar que deseo lo que sea que me quieres hacer? -No sabía de dónde nacía la necesidad de hacerse la dura, pero le urgía comportarse así con él. Si fuera más fácil, seguro que Kai perdía el interés.
Kaì alzó la barbilla y sonrió con más seguridad.
-Tienes los pezones en punta, se te marcan a través del vestido. Se te han hinchado los labios ligeramente, eso es producto de las hormonas, de que deseas que te besen. Tus pupilas se han dilatado y tu sangre se ha acumulado en tus mejillas y en el puente de tu nariz. -Alzó su mano y la colocó en
el lateral de su garganta-. Tu corazón va muy rápido, superagente...-
ronroneó.
-¿Acabas de hacer un inventario de mis zonas erógenas?
-No. El inventario real llegará cuando meta la mano entre tus piernas y verifique que estás tan mojada como duro estoy yo. No me gusta deber nada a nadie, Katherine. Deja que te coma.
Claro. Cuando un hombre así te pedía que te dejaras comer, una no tenía ninguna duda. "Dios, sííííí", sonrió para sí misma.
Dejaría que él la tocase y se la comiese. ¿Por qué no? No tendrían nada que perder. Es más, sentía esa curiosidad insana hacia él. ¿Sabría hacérselo? ¿Sería tan mandón y estricto como lo había sido con las demás sumisas? ¿La complacería?
Hasta que no se introdujo en el caso y no empezó a conocer sus inclinaciones y sus propios deseos sexuales, Katherine había utilizado el sexo como vía de escape.
¿Por qué era así? Ella
sabía por qué: no soportaba la vulnerabilidad ni lo que implicaba entregarse a otro. De hecho, ni siquiera le había atraído la idea de acostarse con nadie, fuera hombre o mujer. Durante un tiempo, incluso pensó que, tal vez, con las mujeres le iría diferente, pero, durante la instrucción como ama, se
había puesto en manos de mujeres y tampoco se había imaginado implicarse con ellas.
Era algo tan íntimo... que todavía no había encontrado a esa persona a la que se quisiera entregar emocionalmente.
No obstante, aquel pensamiento había cambiado con Kaì.
Desde que él se la llevó, no había pensado en otra cosa que en estar completamente a su merced, subyugada y sometida por él.
Pero no voluntariamente. Si Markus debía ser el hombre que la poseyera, se lo tendría que ganar.
Y Katherine no cedía con tanta facilidad. De hecho, lo fácil le parecía aburrido. Y todo en su vida había resultado demasiado sencillo: todos los hombres que quisiera, notas excelentes, cualificación inmejorable en el FBI, una de las pocas mujeres recomendadas para el SWAT...
Posiblemente, por eso trabajaba como infiltrada. Porque necesitaba sentirse viva y en peligro. Y, en esos instantes, el peligro era Kaì.
-¿Quieres probarme, Kaì?
El afirmó con la cabeza. Sus ojos brillaban a través de la oscuridad como los de un lobo hambriento repleto de determinación.
-Pruébame -le desafió ella. Cerró las piernas con fuerza.
Kai se apoyó en el banco, con cada mano al lado de las caderas de Katherine, cercándola.
El ruso se relamió los labios y ella hizo lo mismo, sin dejar de mirarse el uno al otro. Katherine tenía el flequillo demasiado largo, apenas se le veían sus preciosos ojos. Kai deseó retirárselo de la cara.
-¿Cierras las piernas?
-Sí.
-Ábrelas.
-No.
-Voy a probarte igual. -Tomo un caramelo de su bolsillo-. Este korouka Rushen es de menta.
Son muy fuertes -aclaró.
Y, de repente, Kaì hizo algo que Katherine no comprendió hasta que se vio tumbada de espaldas en el suelo, con los muslos abiertos de par en par sobre los anchos hombros del agente.
Él le rompió las braguitas por la mitad. Ni siquiera se las quitó delicadamente. No. Fue un animal.
La inmovilizó por completo.
-¿Creías que ibas a luchar conmigo, superagente? -Él se rio, pasándole uno de los dedos por su vagina desnuda-. No puedes.
-¿Cómo que no puedo? -protestó ella temblando al roce de sus dedos-.
Suéltame, así no...
Solo sus hombros y su cabeza se apoyaban en el suelo, todo lo demás lo cargaba Kaì y su cuello,
como si ella fuera un koala invertido.
-Así no... ¿qué? ¿Creías que podías chuparme la polla delante de todos en el Plancha del Mar sin que eso tuviera consecuencias? Te respetaba porque eres agente como yo, y encima estadounidense.
Pero después de lo que hiciste... He pensado que no sería tan malo que yo me cobrara un precio por el servicio prestado.
Kaì deseaba a esa mujer. Deseaba probarla como ella había hecho con él, así que, con sus dos manos sostuvo sus tobillos y sus muñecas, y posó la boca abierta en su vagina.
Katherine lanzó un grito al experimentar la lengua fría por el caramelo en su parte más íntima. La azotó con pericia y sin preliminares, directo al grano y a conseguir su objetivo que no era otro que darle un
orgasmo demoledor como el que ella le dio.
Hundió su lengua por su entrada y la removió como un lagarto, y después la lamió de arriba abajo hasta volver a succionar su clítoris con los labios. Lo mordisqueó, la acarició y disfrutó al sentirla hinchada y húmeda.
Para Kaì el sabor de Katherine era una especie de paraíso. Un limbo al margen de la no vida que tenía. Un paréntesis entre hipocresía y segundas identidades. Su textura y lo sensible que era a él no
era mentira, y aunque no se conocían íntimamente, no necesitaba saber más.
Igual que no necesitó saber el momento exacto en el que ella se corrió, pero no por su grito, inexistente, sino por los temblores de su vientre y de su clítoris.
"Guau, eso ha sido muy sexy", pensó él.
Kaì alzó la cabeza de nuevo, se limpió la boca y la barbilla con el antebrazo y miró a Katherine con intensidad. La chica no había gritado, porque había sepultado la boca en su propia rodilla, y se había mordido para no gemir y así soportar el orgasmo.
Por Katherine Forbes tenía orgasmos silenciosos, o bien disfrutaba complicándose las cosas.
De un modo o de otro, su manera de correrse lo había puesto tan duro que hasta era doloroso. Así que se levantó rápidamente y dejó que ella recuperara la posición y una postura más cómoda y digna que aquella, a pesar de que a él le encantaba. Tenía un cuerpo muy bonito.
-Te has dejado una marca en la rodilla, salvaje -le dijo Kaì tocándose el paquete disimuladamente para reacomodar su erección.
-Y tú te has olvidado la barra de pan en los pantalones. -Señaló cogiendo aire para levantarse del suelo y recolocarse la falda. Estaba desnuda de cintura para abajo; si levantaba un poco viento, enseñaría las nalgas a todo el que quisiera mirar.
Él frunció el ceño y después sonrió.
-En fin, señorita Forbes. -Levantó la mano y se dio la vuelta-. Ya estamos en paz, ¿no crees? Katherine parpadeó confusa.
¿Ya estaban en paz? ¿Así? ¿Sin más? ¿Tan rápido?
No habría esperado que después de su orgasmo todavía quisiera más, y se sorprendió cuando se dio cuenta de que lo que realmente deseaba era que el hombre se bajara los calzoncillos y la penetrara.
Jamás le había sucedido eso con nadie.
-Sí. Ya estamos en paz -contestó peinándose el flequillo con los dedos.
Kaì se alejó del pequeño cobertizo, pero antes la miró por encima del hombro y le dijo:
-Te veo mañana.
-¿Mañana?
-Sí. Ah, y Katherine...
-¿Qué?
-Retírate el flequillo de la cara. Así no se te ven esos ojos de vedma que tienes.
-No tengo ojos de bruja -replicó ella. Entendía el ruso y tres idiomas más, como Caroline
Kaì se echó a reír y negó con la cabeza.
-Ya lo creo que sí. Nueva Orleans está llena de ellas.

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⏰ Última actualización: Jul 24, 2019 ⏰

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Entre Latigos & Caricias II (Kaì + Katherine)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora