Sopla la vela

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Se cumplía un año de vivir en esa cabaña. Solo, apartado de todo hombre y sustentado por nadie más que él mismo.

Tocan a la puerta. Después de la sorpresa que duró apenas unos segundos, la abre.

—Feliz cumpleaños —dice el extraño.

—¿Quién eres? —replica John con extrañeza y rechazo.

—Sopla la vela —dijo el sujeto.

—¡Vete de aquí, no te conozco!

—Sopla la vela.

—¡He dicho que te vayas!

—Sopla, sopla, sopla...— repetía la palabra mientras se le iba formando paulatinamente una siniestra sonrisa y se le fruncía el ceño.

John le cierra la puerta de un golpe y se da la vuelta para seguir con sus ocupaciones y olvidar el reciente momento. Al girar se lleva una sorpresa: ve a sus padres, con un pastel de cumpleaños en las manos de la madre.

—Feliz cumpleaños hijo —le dijeron con una sonrisa afectuosa en sus rostros y el cariño habitual que desprenden los padres sobre sus hijos pequeños en sus cumpleaños.

—Pa...padres, ustedes...¿Qué hacen aquí, ustedes no estaban... no estaban muertos?— respondió mientras las lágrimas le rodaban por sus mejillas.

—Sopla la vela hijo.

—¿Qué? —la expresión en su rostro cambió en un segundo.

—Sopla la vela hijo, y pide un deseo, ya sabes cual es.

—No, no, no. —no sabía que pensar.

Los padres se empezaron a desvanecer mientras repetían la frase.

De pronto John recordó su cumpleaños número 7, y conjuntamente, su deseo: la inmortalidad.

Recordó el hombre de hace un rato y su apariencia; estaba en un estado demacrado, con una larga y sucia barba, ropa desgastada y postura débil. Pero sus ojos no mentían; era él mismo.

Tocan a la puerta.

Sopla la velaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora