Siempre fui consciente de que moriría antes de convertirme en rey. Nunca dejé que las pequeñas victorias de mi pueblo me emocionaran o que la esperanza me llenara como hizo innumerables veces con la gente que construía nuestro imperio.
Al final, algo me decía que perderíamos, que el Rey, la Reina y yo pagaríamos, de una vez, el precio de todos nuestros pecados. Mi padre cargaría con la muerte de los grandes reyes, de la nobleza, de aquellos a quienes tocó que nunca debieron ser tocados. Mi madre cargaría con las muertes de aquellas mujeres que dieron la vida por sus hijos... nadie recordaría que ella misma había perdido a dos de los suyos ante las espadas del enemigo. Por mi parte, yo llevaría el peso de todas las vidas inocentes que había arrebatado la guerra del Rey de Acardia.
Ese era el plan, ese era el destino que creía me esperaba. Jamás pensé que moriría por la única persona que alguna vez amé.
―Príncipe de Acardia, sus pecados y la traición a su pueblo lo han traído hasta aquí. Ha sido condenado a muerte ¿Cómo se declara?
―Hijo mío, hijo de mi vida, di que es mentira, grítalo, eso será suficiente. Un barco te sacará de la isla después de eso y nada del asunto se volverá a hablar jamás.
― ¿Y qué pasará con él, madre? Lo matarán si me voy.
―¡Lo matarán aún si te quedas, JeongIn! es un espía enemigo que enamoró al príncipe de Acardia. ―no, madre ¿no ves que fui yo quién lo enamoró?―. Te lo ruego, hijo, quédate a mi lado, si lo niegas todo, te salvarás.
Escucho en mi cabeza una y otra vez lo último que mi madre me dijo, escucho su miedo, pero no puedo negar nada, no puedo negar que amé a ese hombre cuando ese amor es lo único que me queda de él.
―Me declaro culpable.
Mis palabras viajan con el viento, se mueven con las hojas del frío otoño entrante. Viajan, bailan, sumidas en la terquedad de los latidos de mi corazón. Con la única esperanza que alguna vez tocó mi visión, deseo que lleguen a él, a la condena de su muerte.
En algún momento, mi madre grita de desesperación, de dolor; mi padre maldice en voz alta la decisión de morir que tomé con tanta seguridad; sin embargo, me vuelvo inconsciente de ello cuando mis ojos se cruzan con una mirada color zafiro. Entre todas las personas que acudieron a presenciar la ejecución del último hijo del Rey de Acardia, sus ojos, enmarcados por ropajes que cubren su ser y que lo ocultan de ser quién es, son los únicos que aún me hacen respirar.
Un par de maravillosos ojos color azul, con aquel aire lobezno que me sedujo esa noche en que las flores comenzaban a brillar. Las ventanas de un espía que jamás estuvieron abiertas para nadie, excepto para mí. Veo mis dos gemas favoritas, bañadas en palabras, frases que no fueron dichas y que ahora ya han perdido su oportunidad.
―Moriría por ti, mi príncipe, moriría sin dudar si esa fuera la única manera en la que pudiera amarte con libertad.
Recuerdo su paso por mí, todas las rebeliones que causó en mi cuerpo, mi mente y mi corazón. Recuerdo el glorioso color del que se volvía el mundo cuando estábamos juntos, conducido por el amor, la pasión, por el movimiento de las mareas en nuestra sangre que clamaban nuestra unión. Recuerdo nuestras miradas, nuestras voces volviéndose una, nuestro secreto, nuestra valentía.
―Quizá algún día seremos libres de estar juntos, mi amor.
Momentos que no volverán, recuerdos... eso es lo único que nos queda.
Mi sentencia es dicha al pueblo, sin embargo, yo apenas la escucho. Soy obligado a inclinarme y mi cabeza yace sobre la piedra bañada de sangre ya seca; la cuchilla del verdugo se alza sobre mi cuello con pesadez y casi puedo sentir el frío del metal. Intento rescatar ese par de zafiros entre la multitud, deseo que sean lo último que vea antes de que la vida me abandone y sobre mí caiga la oscuridad y el vacío. Mis últimos segundos de vida se vuelven eternos.
Lágrimas, que me prometí no derramar, bajan indiscretas por mi rostro ante la noche que se maravilla por nuestro amor. Veo una daga salir de entre sus ropas, veo la decisión en sus ojos y las gotas de sangre que se derraman por la piel que tanto amé besar.
―Mi príncipe, ni siquiera la muerte nos separará.
Nuestras ganas de amar, nuestras ganas de estar juntos, es lo único que jamás podrán arrebatarnos.
―Aeternum.
Aún después de que la sangre corre más allá de nosotros, esa última palabra que escapa de nuestros labios sella una promesa.
―Yo, Christopher, hijo de Dené y Lenna, guerrero de Hanite, te prometo a ti, mi príncipe, seguirte hasta el fin del mundo, ésta y todas mis vidas, seré tu protector y tu compañero.
―Yo, Jeongin, hijo de Sahar y Arene, tercer príncipe de Acardia, te prometo a ti, Christopher, amarte hasta el fin del mundo, ésta y todas mis vidas, seré tu ancla y tu compañero.
Una promesa que dice que estaremos juntos por siempre.
FIN
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Para todos los lectores de Irónico y Lunático, quienes me han acompañado en este año de escritura. Para ustedes que se han ganado un pedacito de mi corazón. Je vous aime, merci beaucoup.
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Aeternum × ChanIn
FanficCuenta una vieja leyenda que una vez hubo un príncipe y un espía enamorados. Se trataba del tercer príncipe de Acardia y un fuerte guerrero de Hanite quienes se amaron con furor a pesar de la traición que cometían a lo que más clamaban devoción. Se...