Aclarando

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Antes que nada, yo no estaría en el basurero donde me encuentro ahora, desangrado, humillado y traicionado, de no ser por el maldito marica cobarde que tenía como socio; pero ya hablaré de él después, ahora lo único que ocupa mi mente desubicada es lo que sucedió hace unos momentos, precedido por los eventos intrépidos de los dos últimos días.
Todo comenzó con una llamada, era de Julio, mi Judas, el cual nunca me había inspirado algo bueno pero, en esa única ocasión, parecía tener una buena idea, y tal vez lo era, si no hubiera sido porque la culminación del plan no se llevó a cabo por sus actos de traición, lo podría decir con libertad, pero no, y nunca lo sabré. «Sé cómo salir de este sitio miserable », dijo él, sin exagerar; vivíamos entonces — si así se le podía llamar a nuestra condición existencial —, en una casa — que solo era casa porque se mantenía en pie gracias a sus últimos alientos —, donde también yacían un montón de otros drogadictos, vagabundos y prostitutos que albergaban más enfermedades y drogas en su sangre que glóbulos blancos. También habitaban algunos perros sarnosos, los cuales eran los únicos seres que gozaban de respeto, aunque fuera por su condición salvaje de no dejarse tocar ni por hombres drogados, tanto como por pervertidos desesperados.
Cada noche, Julio y yo salíamos e busca de más drogas, y no éramos nada exigentes, tomábamos lo que se nos presentase: "entre peor sea la mierda que nos metamos más rápido acabará con nosotros", solía decir Julio, cada vez que alguien nos vendía algo mezclado con veneno para ratas. En veces nos hacían encargos sencillos, como entregar paquetes en lugares peligrosos o recogerlos; otras veces, ya fuera por necesidad nuestra de pedir algo más peligroso con tal de conseguir mayor producto, o por que fuera lo que se le viniera en gana al dealer, teníamos que escarmentar, extorsionar, asesinar, espantar e incluso secuestrar a quien fuera que lo pidiese, dependiendo del caso, en ocasiones, se nos brindaban armas y herramientas, aunque también había días en que teníamos que hacernos de ingenio para llevar acabo el trabajo sin nada más que nuestras manos, la ansiedad y lo que quedase de la última dosis. Así era eso nuestro, lo que ya no podíamos llamar vida, para no ofender a la misma.
Pero aquél día Julio había tenido alguna especie de delirio o iluminación, — aunque creo que si fue lo primero — y su cerebro yo fundido y decrépito con 25 años de antigüedad, logró tener una idea, de esas estúpidas pero que podrían funcionar, con determinación, frialdad y suerte, mucha suerte: se trataba de, en pocas palabras, dejar las migas para asaltar la panadería.
Acudimos, como cada noche, a nuestro miserable dealer, para conseguir nuestra miserable dosis, en esa ocasión, con la escusa de que era una noche especial, apoyada en la mentira de que ese mismo día era el cumpleaños de Julio; pedimos a Becker que nos asignara un trabajo grande, correspondiente a un producto bastante satisfactorio, a lo que Becker respondió:
— Pero si vienen en el momento justo — dijo con una sonrisa y gran ánimo en su voz, — últimamente he recibido varias quejas por parte del supervisor de mi complejo de habitaciones en renta, ya saben que ese tema es delicado, ¿no? Bueno, les explicaré: el pago es estrictamente semanal, porque las personas ahí suelen irse de un momento a otro, cuando menos te lo esperas, es por eso que los pagos son continuos, de lo contrario a ellos no les convendría pero, al momento de que alguien se atrasa es cuando comienza el problema, y este no es tan grande, cuando se trata de días, pero resulta que ya han pasado dos semanas y el mismo tipo, que será su objetivo laboral de hoy, no me ha dado ni una parte de lo que me debe.
—¿Quiere qué...? — comenzó a decir Julio, pero fue interrumpido por Becker.
— Quiero que lo saques de ese sitio a punta de lo más duro que se encuentren en donde se les dé la gana — dijo furioso —, acaben con el a palos y desaparezcan su ser de todo lo que tenga que ver conmigo — continuó escupiendo sin intención cada vez que exhalaba aire con las palabras —. No quiero volver a saber de él, ya el dinero no importa, no lo necesito.
Asentimos, Julio y yo, aquello no era lo más que esperábamos, pero era algo.
— ¿Tiene un arma? — Preguntó Julio con ligereza.
-—¿Para qué carajos necesitas un arma? — Preguntó extrañado Becker, como si la pregunta estuviera tan fuera de lugar como un caimán en una iglesia —, ¿no has entendido? ¡Quiero que lo mates a palos!
Salimos a prisa del la oficina de Becker, la cual estaba situada en la parte trasera de un prostíbulo de poca clase, y en el pasillo que llevaba a la puerta de esta nos encontramos a dos mujeres jóvenes y claramente adictas a sustancias no tan bajas como las que nosotros usábamos, "una audición ", pensé.
Debido a que el trabajo no ameritaba un arma, tuvimos que configurar un poco el plan maestro. Llevamos a cabo lo acordado con Becker sin problema alguno, gracias a que el hombre en cuestión estaba tan sedado que hubiera sido muy probable que muriera esa misma noche por obra de los narcóticos que había consumido. Dejamos su cadáver en contenedor de basura, cobramos la recompensa y volvimos a nuestro paraíso de mierda.
A la noche siguiente volvimos con Becker, esperamos nuestro turno sentados a la puerta con impaciencia; salieron de la oficina tres hombres grandes y serios vestidos con jeans y chaquetas negras de cuero, noté una funda de cuchillo salir por la parte inferior de la chaqueta del hombre que andaba enfrente de los otros dos y les seguí con la mirada, hasta que salieron del pasillo, hacia la calle.
— ¿Qué serán ellos? — Me preguntó Julio.
— Sicarios... — Le respondí —, de verdad.
Entramos en la oficina de Becker, quien nos recibió diciendo:
— ¡Vaya! Pero si me he esperado de todo el día de hoy, menos encontrarlos a ustedes dos — lo noté enérgico, como drogado -, en realidad creí jamás volver a verlos, ¡Jaja! Lo de anoche era puro veneno.
— Es porque lo compartimos — dijo Julio apresurado, nervioso.
-—Vaya, eso nunca lo había oído decir, viniendo de ustedes, ¿qué fue, una fiesta?
— Algo similar — dije — nos dormimos y los otros nos apañaron, eso fue lo que pasó.
— Entonces no lo compartieron, los robaron — dijo riendo, — ¡menudos idiotas que son ustedes los adictos! — añadió dando un golpe a la mesa que hacía la vez de escritorio.
— Vamos, Becker, debes tener por ahí otro trabajo, pesado, como el de anoche — le dije en cuanto terminó de reír —. Si es así, lo haremos sin dudar.
Becker cambió de expresión, volviéndose serio, dejando entrever la maldad en sus ojos aumentada por su estado frenético inducido por la cocaína. Miró sus manos un momento y luego se relajó, acomodándose en su silla.
— Bueno, si tan desesperados están, les daré lo que quieren, pero, al igual que anoche, no habrá armas; he cambiado de parecer en cuanto a eso de dar armas a gente como ustedes, putos adictos — dijo con sequedad en la voz, tal que si tratara un tema desagradable con especial énfasis en su última frase. — Van a escarmentar a un hombre que anda jugando a codearse conmigo en el barrio. Ustedes ya saben que eso va contra las reglas, así que hagan lo que les pido sin culpa alguna, pero que sea con sus manos, para que no lo maten.
Me tendió un sobre y luego hizo ademán con la mano para que nos fuéramos. No había nadie esperando en el pasillo.
En el sobre encontramos información muy básica sobre el nuevo dealer, pero suficiente como para reconocerlo y encontrarlo. El trabajo fue complicado, pues el hombre estaba bien despierto y armado con una daga, aún así terminamos bien, sin heridas graves. Al amanecer vendimos la droga que habíamos cobrado, esa noche y la anterior, a unos jóvenes idiotas que se las daban de machos.
— Eso va a matarlos... — Dijo Julio cuando nos dimos la vuelta, luego de entregar el veneno.
— Será menos mierda andando por ahí — le dije.
Por la tarde compré un arma barata a otro adicto, mientras Julio conseguía balas en una armería. Tardó más de lo acordado en volver a casa, y se justificó en que le habían ofrecido droga por un encargo rápido y sencillo. Le creí.
Consumimos la mercancía para dejar pasar el tiempo, en espera de la noche, pero al despertar no estaba en el mismo sitio miserable, sino en otro peor, en un infierno, donde el diablo todo poderoso tenía el nombre de Becker.
Lo entendí de inmediato gracias a unas pocas neuronas sobrevivientes en mi cabeza: Julio me había vendido a cambio de la droga que habíamos consumido juntos hacía unas horas.
Los hombres de Becker me torturaron toda la noche y poco antes del amanecer me trajeron a este basurero, donde me dieron un tiro en la nuca, por simple formalidad.
Pero no sabían con quien trataban, ni siquiera Julio, que me conocía desde antes que Becker.
A Julio le conocí en un lugar similar a la casa donde vivimos en los últimos días, él era un adicto y yo también, pero una alucinación en común nos unió: ambos creímos que la poli había encontrado el sitio y, alarmados solo nosotros dos, huimos del lugar. Al pasar los efectos nos encontramos en un callejón solos, entonces, por común acuerdo, decidimos andar por los caminos de la muerte acompañados el uno del otro, sólo porque dos medios de cerebro tienen mejores ideas de como acabarse nas rápidamente que un medio solo. Pero la diferencia entre Julio y yo era que, Julio, antes de ser un adicto era nadie, mientras que yo había sido cientos de personas antes, a través de los siglos de dos milenios, siempre con el mismo rostro, como una leyenda del género gótico.
Ni Julio, ni Becker imaginaron que trataban con el viejo Zack Reah, el hombre que volvería de la muerte para buscar venganza.

Memorias de un viejo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora