Linda Desconocida

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―Dios mío, ¿por qué me escupiste en este foso séptico medieval y no en Brasil? ―se preguntó Daniela mirando la fotografía del atractivo actor en Instagram―. Es hermoso ese infeliz... ―Siguió deslizando su dedo por la pantalla de su móvil.

Después de almorzar, el ritual de ella consistía en fumar un cigarro ―el único del día―, mientras recreaba la vista mirando a todos sus crush de la red social de imágenes.

―¿Por qué eres así, Daniela? ―se interpeló, perdida en los ojos azules del supermodelo que le devolvía la mirada―. Moriré soltera, todos estos papacitos deben chutear para el otro equipo, y si son hétero, viven a tropecientos mil millones de kilómetros.

Siguió deslizando su dedo, embelesada dejaba una estela de «me gusta», dejaba coquetos comentarios con emojis de caritas con corazoncitos, fuegos, gotas de agua, besos con amor...

Miró la hora, suspiró y se fue de nuevo a la oficina, a ejercer su tedioso trabajo de asistente ―que solo era un nombre bonito para no llamarla «secretaria»― en el área de informática de la Mutual de Seguridad. Había cursado estudios técnicos de análisis de sistemas, pero, desde su último empleo, no había podido ejercer su carrera. El mercado laboral estaba saturado, por lo que optó por trabajar en lo que viniera, desesperada, por no seguir un mes más como cesante.

Se sentó en su cubículo, encendió su laptop y se dispuso a trabajar; revisó sus correos, empezó a coordinar reuniones, a hacer presentaciones en PowerPoint, hacer café a su jefe, pedir cotizaciones, y un largo etcétera de labores.

Su teléfono sonó, acusando la entrada de un mensaje de WhatsApp. Daniela dio un respingo, miró de soslayo en todas direcciones, no le gustaba que la sorprendieran con el móvil en la mano. Una vez, su jefe la reprendió con dureza porque le habían llegado comentarios de que «se la pasaba chateando». Por ese motivo, dejaba, usualmente, su móvil en modo «no molestar» cuando volvía del almuerzo.

Otra notificación.

Entornó sus ojos, lo había olvidado.

Otra, otra, otra notificación.

Daniela volvió a dar una mirada rápida a su alrededor y sacó el móvil de su cartera. Al desbloquear la pantalla, vio que los mensajes provenían del grupo «Las sobrevivientes del Lincoln», en el cual estaban sus únicas tres amigas que conservó de sus estudios en la enseñanza media.

Tenía cincuenta mensajes sin leer. Esa considerable cantidad solo podía ser por dos motivos: una de ellas estaba contando un problema o estaban tratando de organizarse para una salida.

Leyó rápido la conversación, estaban hablando de lo último. Tal parecía que los planetas se habían alineado, Mercurio estaba retrógrado y había tormentas solares que amenazaban con invertir el campo magnético de la Tierra, porque todas estaban de acuerdo de reunirse ese sábado a las dos de la tarde en el «Emporio de la Rosa» de Providencia. Solo faltaba ella para que el pacto fuera sellado.

Daniela sonrió, necesitaba ver a esas locas, reír y olvidarse de su deprimente vida como «gatimadre» de once felinos y acosadora virtual de actores, modelos y cantantes. Era la menor de tres hermanas y era la única que aún vivía con sus padres.

Escribió rápidamente un escueto «confirmo mi asistencia, enfermas mentales, las extraño» y dejó su móvil en modo «no molestar».

*****

Esa tarde de sábado se reunieron las cuatro amigas; mujeres independientes de veintisiete años que ya están formando sus propias vidas. Ana regentaba una librería junto a su padre, Mabel trabajaba en una notaría con un jefe imbécil y Marta trabajaba como contadora y gozaba de una sequía sexual a raíz de su reciente separación.

Linda Desconocida (One Shot)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora