el padre sin cabeza

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La mayoría de leyendas mexicanas que conocemos hoy en día, se originaron en tiempos de la colonia española e inquisición, aquella época en la que se decapitaban personas o se quemaban en la hoguera tras alguna sospecha de brujería o prácticas oscuras.
Aquellos tiempos en los cuales la pobre iluminación de los faroles creaba tintineantes sombras fantasmales en cada rincón, asustando a los transeúntes, que a falta de transporte público se veían obligados a caminar largos tramos en horas poco adecuadas.
En aquellos tiempos la obscuridad completa llegaba a 6 o 7 de la noche, entonces la gente se refugiaba en sus casas y salían solamente por necesidad u osadía, pues trataban de evitar un encuentro con los hambrientos espectros que poblaban las calles haciéndolas suyas y convirtiéndolas en escenarios de sus travesuras demoniacas.
Los templos, a pesar de considerarse la casa de Dios, eran sitios especialmente temidos, pues por las noches se veían vagar por el claustro sombras fantasmales que podía o no ser las causantes de extraños ruidos los cuales agregaban una densidad tenebrosa al ambiente. Eran más las historias de espantos y aparecidos que situaciones de milagros o dicha las que se contaban sobre estos sitios.
En uno de estos templos, un Sacerdote recién llegado, hacía en solitario las diligencias de su mudanza a pesar del clima caluroso. Pasadas un par de horas el cansancio le vencía, así que la idea de tomar un respiro no le venía mal. Cruzó el patio hasta llegar a una escalera de caracol que llevaba al campanario, en su caminata pudo sentir una enorme calma en el jardín, acompañada por el melodioso canto de un tecolote. Antes de subir, quiso disfrutar un poco una repentina brisa fresca que soplaba de norte a sur y cerró los ojos al encontrarse envuelto en ella. A punto estaba de llegar a la paz interna, cuando un lastimero sonido interrumpió su deleite, obligándole a abrir los ojos de inmediato para tratar de distinguir entre aquella profunda oscuridad la fuente de aquel extraño sonido.
Por más que intentaba enfocar y encontrar claridad que le ayudara a escudriñar entre los arbustos, no lo conseguía, la vela que llevaba en sus manos se había apagado, así que valió más afinar el oído, poniendo atención a aquel quejido, se abrió paso a tientas entre las ramas del patio, tras dar unos cuantos pasos, dejó de sentir las hojas en sus manos, lo que estaba tocando en esos momentos, parecía una tela, vieja y desgastada, uso amabas manos para seguir investigando, pero mucho tiempo no tuvo para esto, ya que una tenue luz empezó a darle imagen de lo que estaba frente a él...
Se trataba de una persona, que llevaba habito, el cual no pudo seguir sujetando entre sus manos al distinguir que la figura en cuestión no era más que un cuerpo, le faltaba la cabeza, en ese momento, el Padrecito emitió un grito aún más escalofriante que la horrorosa aparición, y el alma se le salió del cuerpo por un momento. Cuando el Sacerdote finalmente pudo reaccionar, se echó a correr sin rumbo fijo ni dirección, solo quería alejarse de aquel monje decapitado, que flotaba detrás de él, gimiendo, llorando, suplicando a gritos que le ayudara a encontrar su cabeza.

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