誓言

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China
Dinastía Qin
210 a.C aproximadamente.

Dirigiendo siempre a las tropas, era la posición que Ferid Bathory tenía en la guerra, era un príncipe sin temor alguno a la lucha. Su confianza y seguridad lo hacían creer que ganaría la batalla. Asesinaba despiadadamente a los guerreros enemigos, todos luchando por sus distintas razones, pero el resultado seguía siendo devastador. Con el tiempo Ferid empezó a conseguirlo y logró alcanzar el poder que tantos buscaban, no tardó en recibir el título como el primer emperador de lo que sería China.

—Señor.— caminó hasta donde el emperador se encontraba e hizo una reverencia delante suyo mostrándole su respeto. —La armadura está lista para que la utilice.

—Muéstremela.— dijo de inmediato, ansioso por conocerla. Mikaela hizo una señal al hombre que lo acompañaba que cargaba una caja en donde las prendas del emperador se situaban, este se acercó a ellos y luego de su reverencia la abrió.  Era reluciente, atractiva, demasiado para ser usada en una batalla.

—Déjela sobre esa mesa y retírese.—ordenó Mikaela y el soldado obedeció.—¿Cuando le dará uso a esto? Usted bien sabe ...— fue en ese momento interrumpido por el superior.

—Cuando vaya a usarla no se verá como ahora, no se vaya a preocupar por eso, Mika.— pasó sus dedos sobre la armadura y sonrió a ella.—Pero recuérdeme en donde la dejaré ¿si?— pero incluso la situación no le parecía extraña al rubio, conocía sus extrañas ideas que por su mente pasaban, y aunque ansiara por conocer más de ellas la única manera era que el mismo Ferid se las comentara.

—Usted se está volviendo realmente loco.— comentó, Bathory desenvainó su espada y apuntó en seguida al dueño de esas palabras, no tenía planeado empezar una batalla, tampoco causarle daño. Mikaela se acercó y posicionó una de sus manos sobre ella sin algún temor. En cuestión de segundos había realizado no solo una, sino dos acciones que serían castigadas a pena de muerte si se tratara de alguien más.

—Usted no se atrevería siendo esta la mejor vida ¿perdería la primera oportunidad?— Caminó al frente hasta que el arma tocaba su pecho y luego de eso la espada cayó al suelo.— ¿No es por eso que la prolonga?

—Es una buena vida.— Ferid caminó a Mikaela y lo tomó de su barbilla obligándolo a ver sus ojos.— pero se equivoca— esta vez sus labios rozaban los contrarios a la vez que sus respiraciones chocaban, resultaba agradable para ambos.—Y usted lo sabe.—

—¿Cree que lo encontrará? Hay cosas que jamás cambiarán.— comentó, pero principalmente buscaba provocar un mayor roce.

Ferid se separó y una sonrisa adornaba su rostro, este caminó hasta un mapa de su imperio dibujado en la pared casi admirándolo. Los trazos eran delicados, no dudaba de que sus tierras tuvieran aquella forma.

—Mira cuantos reinos han sido unificados por un hombre, pueblos en guerra.— pero no había escogido sus palabras al azar, era un sabio considerado por muchos.

—Está atardeciendo, me retiro.— hizo una reverencia en dirección al emperador y se dispuso a abandonar el salón. Dos soldados abrieron las enormes puertas y se marchó. Bathory no dejaba de mirar el mapa dibujado que incluso retrataba parte de su muralla, lo hacía pensar en aquellas personas que murieron en su construcción, y en el paradero de sus almas ahora, no se referían a un cielo o infierno, sino a la transformación de su cuerpo a uno nuevo. Su cabeza siempre llena de esta clase de ideas, creció con ellas, no se debía a la perdida de la cordura que empezaba a experimentar, lo que era provocado por el mercurio que ingresaba a su cuerpo.

——

—Mika, Mika...— lo llamaba mientras caminaba por los pasillos abiertos que ofrecían como vista una cascada.

El rubio detrás suyo lo seguía, sujetaba un frasco que le entregaría luego. Llegaron hasta una habitación oscura, una vela  era la única fuente de luz ahí dentro. Ambos tomaron su lugar sentados uno frente a otro con una mesa de madera que los separaba.

—Hoy no lo haré.— comentó Ferid, ahora que estaba frente a él ,Mika notó el desgaste en su rostro, sus ojeras eran más evidentes.

—¿A qué se debe? — miró con inquietud, aunque hubiera preferido conocer esa información antes de haber llegado hasta la habitación a la cual se debía recorrer gran terreno del palacio. Su fidelidad al emperador le impedía negarse a sus órdenes, pero el ritual realizado cada semana ahí dentro no era de su agrado, rechazaba la idea de prolongar la vida del emperador.

—¿El mausoleo está terminado?

Mikaela miró con pesadez, mentir no serviría de nada. Como le gustaría adentrarse en su mente y averiguar sus planes, pero tan solo le quedaría aceptarlos. Afirmó a su pregunta preparado para recibir sus próximas órdenes. Quizás había sido muy repentino sacar sus conclusiones, sin embargo jamás había negado un ritual. Ademas de eso tenía en claro una cosa, el emperador lo tenía todo, era una buena vida y no había porque terminarla pronto.

—Le diré a al General Rene que prepare el carruaje, iremos al Palacio de Shaqiu.— en ese momento el rubio sintió como su cuerpo se relajaba, estaba feliz de saber que sus ideas estaban erróneas.— Mikaela.— se levantó del suelo y de inmediato el contrario lo imitó dando como terminada la sesión.— Quiero que me de su mano.— le ordenó y atendió a su solicitud. Bathory sacó una especie de cuchillo, por su brillo parecía no haber tenido un uso antes. Con su mano izquierda sostuvo la mano del contrario y con la derecha el arma, este fue clavado en un costado de la palma de ambos y aún si alguno llegaba a quejarse del dolor no habría quien los escuchara. Gotas de sangre eran derramadas por ambos manchando la tela de la alfombra. Extrajo el cuchillo y lo hizo caer. — Es la manera en que te voy a reconocer.

—¿Qué pasará si no me encuentra?

—No veo porque no nos volveríamos a encontrar.— esas fueron sus últimas palabras tras abandonar la habitación.

La mañana siguiente el emperador ya no paseaba por su palacio, sino que emprendía un viaje de hasta dos meses o eso fue lo que se había anunciado ante la corte de los sabios, sus hijos, concubinas y especialmente a Mikaela Hyakuya. Transcurrieron incontables días que llevaban a la desesperación de consejero sin saber el verdadero paradero de su emperador hasta que la noticia finalmente llegó. Ferid Bathory, primer emperador chino de la cuarta dinastía había sido encontrado muerto. No bastaron más de unas semanas para que Hyakuya lo siguiera en su camino a la muerte.

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