la silla rota

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Fue un descuido, un momento de prisa, o probablemente lo olvido. Pero la ventana está abierta, y la luz de la luna entra a la habitación con la misma delicadeza que lo hace el viento. Su nuca se refresca, y sus ojos, ha pasado tanto tiempo que apenas logran ver el exterior.

Los rayos nocturnos alumbran la pared de enfrente, la pintan de la calidez perdida que dejó el sol en sus recuerdos. Cierra los ojos, se imagina ella misma, sentada en el exterior, sentada bajo un árbol ¿Cómo se sentía? Sus recuerdos son borrosos. Escucha el viento rondando por los pasillos, pero no es lo único que percibe, no está sola, a lo lejos escucha los asquerosos jadeos acercándose.

Es él.

–¡Por Dios! Pero que descuidado he sido. – Ríe sin molestarse en ocultar sus jadeos desfigurados. –No te preocupes madre –se acerca a ella y le rodea el cuello con la mano, lo aprieta–. Cerrare la ventana para evitar que te resfríes. Ya sabes. Es hora de ponerte el ungüento. Y esa silla rechina mucho.

Los ojos se cierran. La ventana se cierra. La luz no llegará más 

La silla rotaWhere stories live. Discover now