Parte 1

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Seokjin apretó los labios como siempre que se enfrentaba a un problema difícil. Miró al hombre que tenía ante sí. Un hombre acusado de homicidio premeditado.

Kim Seokjin era un hombre alto, de hombros anchos, elegante en su modo de vestir, y con una mirada astuta. No tenía un pelo de tonto. Muy al contrario, como abogado, Kim tenía una gran reputación pese a no ser tan viejo como otros. Su voz, cuando se dirigió a su cliente, fue seca, pero no antipática.

— Debo insistir en que se encuentra en una situación difícil. Por tanto, es imprescindible que hable con franqueza.

Kim Taehyung, que contemplaba como atontado la pared desnuda que tenía frente a él, miró al abogado.

— Lo sé -dijo desalentado-. Usted no cesa de decírmelo. Pero todavía no puedo comprender que se me acuse de un asesinato... un asesinato.

Seokjin era un hombre práctico y poco impresionable. Reprimió un suspiro y se quitó las gafas, las limpió con cuidado y se las puso otra vez.

— Sí, sí, sí. Ahora, Señor Kim, vamos a realizar un decidido esfuerzo para salvarlo, y lo conseguiremos. Pero debo conocer todos los hechos. Tengo que saber hasta qué punto pueden ser graves las acusaciones. Entonces podremos determinar la mejor línea de defensa.

Taehyung continuó mirándole con expresión boba y desalentado. A Seokjin el caso le había parecido muy negro y segura la culpabilidad del detenido; ahora, por primera vez, dudaba.

— Usted me cree culpable -afirmó Taehyung en voz baja-. ¡Pero le juro por Dios que no lo soy! Comprendo que todo está en mi contra. ¡Pero no fui yo, abogado Kim, yo no lo hice!

En semejante posición, un hombre ha de gritar su inocencia. Eso lo sabía. Sin embargo, a pesar suyo, estaba impresionado. Después de todo, ¿y si Taehyung fuese inocente?

— Tiene usted razón, Señor Kim -dijo en tono grave-. Este caso se presenta muy negro. Sin embargo, acepto su protesta de inocencia. Ahora, pasemos a los hechos. Quiero que me diga exactamente, con sus propias palabras, cómo conoció a la Señora Park Jisoo.

— La conocí un día en una calle de Cheonyangni, en el distrito de Dongdaemun-gu. Vi una señora mayor que cruzaba cargada de paquetes. Se le cayeron en mitad de la calle e intentó recogerlos, pero vio que se le echaba encima un autobús y sólo tuvo tiempo de llegar a salvo a la acera. Estaba aturdida por los gritos de la gente. Yo recogí sus paquetes, les limpié el barro lo mejor que pude y se los devolví.

— ¿Pero usted no le salvó la vida?

— ¡Oh, no! Todo lo que hice fue realizar un simple acto de cortesía. Ella se mostró muy agradecida, me dio las gracias calurosamente y comentó que mis modales no eran como los de la mayoría de jóvenes de hoy; no recuerdo las palabras exactas. Entonces le dije adiós y me marché. No esperaba volver a verla, pero la vida esta llena de coincidencias. Aquella misma noche la encontré en una fiesta que daba un amigo mío en su casa. Me reconoció e hizo que nos presentaran. Entonces supe que era la Señora Park, y que vivía en Seongdong-gu. Estuve hablando con ella un buen rato. Imaginé que se trataba de esas ancianas que sienten simpatías repentinas por las personas; lo que había ocurrido conmigo por haber realizado una acción más bien sencilla y que cualquiera hubiese hecho. Al marcharse, me estrechó la mano y me rogó que fuese a visitarla. Yo, como es natural, respondí que con mucho gusto, y entonces insistió para que fijara un día. No me entusiasmaba ir, pero rehusar hubiera parecido descortés y prometí ir el sábado siguiente. Cuando se hubo marchado, supe algunas cosas de ella por mis amigos: que era rica, excéntrica, que vivía sola con una doncella y que tenía ocho gatos por lo menos.

TESTIGO DE CARGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora