Parte 2

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Los procedimientos judiciales fueron breves y dramáticos. Los principales testigos de cargo eran Lee Soohe, doncella de la víctima, y Min Yoongi, el amante del detenido. El abogado Kim escuchó la historia condenatoria de este último. El detenido se reservó su defensa y se fijó la fecha del proceso.

Seokjin estaba desesperado. El caso contra Kim Taehyung estaba oscuro, e incluso el abogado criminalista encargado de la defensa le daba pocas esperanzas.

— Si pudiéramos rebatir el testimonio de Yoongi, tal vez lograremos algo –dijo sin gran convencimiento-. Pero es un mal asunto.

Seokjin había concentrado sus energías en un sólo punto. Si Kim Taehyung decía la verdad y había abandonado la casa de la víctima a las nueve, ¿quién era el hombre que Soohe oyó hablar con la Señora Park a las nueve y media?

El único rayo de luz era un incorregible sobrino de la víctima que tiempo atrás había acosado y amenazado a su tía para sacarle dinero. Lee Soohe, como supo el abogado, siempre había sentido aprecio por ese joven y nunca había dejado de apoyar su causa ante su jefa. Parecía posible que fuese este sobrino el que visitara a la Señora Park después de marcharse Kim Taehyung, especialmente cuando no se le encontraba en los lugares que acostumbraba.

En todas las demás direcciones, las investigaciones del abogado habían sido negativas. Nadie había visto a Taehyung entrar en su vivienda, o salir de la casa de la Señora Park. Nadie había visto a otro hombre entrar o salir de la residencia. Todas las averiguaciones fueron inútiles.

En la víspera del juicio, Seokjin recibió un correo que dirigía sus pensamientos en una dirección enteramente nueva. Miró la pantalla revisando varias veces el mensaje.

Señor abogado:

Usted es el picapleitos que representa al tipo joven. Si quiere atrapar a ese tunante muchacho de pueblo que no cuenta más que mentiras, venga esta noche al número 16 de Nam House Hongdae. Tendrá que aflojar doscientos mil wons. Pregunte por Shim Joonji.

El abogado leyó y releyó la extraña epístola. Claro que podía ser un engaño, pero cuanto más lo pensaba más se convencía de su autenticidad, así como de que era la única esperanza del detenido. El testimonio de Min Yoongi le había condenado por completo, y el argumento que la defensa se proponía seguir: hacer resaltar que el testimonio de un hombre que había confesado llevar una vida inmoral no era digno de crédito, como un mínimo bastante flojo.

Seokjin tomó una decisión. Era su deber salvar a su cliente a toda costa. Tenía que ir a Nam House Hongdae.

Tuvo alguna dificultad en encontrar el sitio, un edificio destartalado en un barrio maloliente, pero al fin lo consiguió y, al preguntar por Shim Joonji, le enviaron a una habitación del tercer piso. Llamó a la puerta y, al no obtener respuesta, repitió la llamada. Esta vez oyó el arrastrar de unas chancletas en el interior y al fin se abrió la puerta cautelosamente. Una figura delgada espió por la rendija. De pronto la mujer, porque era una mujer, soltó una risita y abrió la puerta de par en par.

— De modo que es usted, cariño –dijo en voz asmática-. Viene solo, ¿verdad? ¿Ningún truco? Así está bien. Puede pasar, puede pasar.

Con cierta repugnancia el abogado traspasó el umbral y entró en un sucio y pequeño cuarto, iluminado por una única lámpara incandescente al fondo. En un rincón se veía la cama sin hacer, una mesa sencilla y dos sillas estropeadas. Por primera vez Seokjin vio de cuerpo entero a la inquilina de aquel hediondo apartamento. Era una mujer de mediana edad, con el cabello largo y alborotado; ocultaba parte del rostro con una bufanda. Al ver su mirada, volvió a reír con aquella risa desagradable.

TESTIGO DE CARGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora