Prólogo: La fábula de los cuatro hermanos

8 0 0
                                    

Había miles de historias que trataban de explicar los orígenes de los Cuatro Terrenos pasadas de generación en generación como cuentos, leyendas y mitos. Historias llenas de misticismo y magia, algunas con dioses del tamaño de montañas descendiendo a nuestro mundo para otorgarle al hombre un lugar donde venerarlos, u otras en las que el reino se creaba a sí mismo debido a las poderosas fuerzas de la naturaleza.

Miles de historias se contaban, pero solo unas pocas habían perdurado con el pasar de los años, y solo una era tomada como una historia real por los pobladores del Reino del Sol.

Nos remontaba aquel mito que hacía miles de años, al ocaso de la era de los dioses, cuando el eterno mar finalmente se estaba secando para dar paso a los terrenos donde los hombres vivirían. Fue entonces que el dios del Sol decidió darle un nuevo chance a la humanidad de mostrar su valía, así que plantó cuatro semillas en la nueva tierra a la que el mar había dado paso, y esas semillas se convirtieron en sus cuatro hijos.

El dios del sol habló, así, a su descendencia, para otorgarles un propósito:

"¡Construid un reino en el centro del mundo! ¡Que sea tan grande que conecte a la montaña con el mar, y tan alto que pueda acariciarlo con mis dedos apoyado en una nube!"

Así, los cuatro partieron al alba, cada uno con su mujer, su servidumbre y un animal al que habían criado desde su nacimiento: Manco, con su llama; Uc'cho, con su leopardo tigre; Raho, con su jaguar; y Oca, con su cóndor.

Así, empezó el viaje. Se dice que por diez ciclos buscaron lo que su padre había llamado el centro del mundo. A esta travesía se le conocería como El Gran Éxodo. Los hermanos recorrieron el ancho y largo del continente buscando el lugar que su padre había pedido, pero ningún sitio parecía propicio para ser concedido con ese honor. 

Había una zona áspera, con enormes desiertos, pero también con bosques inmensos y sobre todo un amplio mar que se extendía muchísimo más allá de donde llegaba la vista desde la playa cubierta de piedras oscuras. Un lugar cuyos inviernos eran húmedos y fríos, y sus veranos cálidos y agradables. Uc'cho decidió quedarse en ese lugar, y honrar al Sol desde un castillo que nombraría Costa Negra. Esa fue la primera Región que fue fundada.

Pasaron los años, y los otros tres hermanos continuaron el viaje en busca del Centro del Mundo. Encontraron una tierra fértil, llena de fauna y flora. La lluvia la bañaba con frecuencia, y poseía algunos bosques como nunca habían visto: los árboles iban cubiertos de agua hasta la mitad, y como si sus raíces hubieran crecido desde las mismas lagunas. Raho quedó maravillado por este ambiente, y decidió quedarse en esa jungla, donde construyó un castillo elevado sobre estacas, que levantaban sus dominios por encima de los pantanos y lagos, y protegían a sus edificaciones en épocas de lluvia. A su nuevo hogar lo llamo Cielo Bajo.

Cuando quedaron únicamente dos hermanos, Manco propuso a Oca dirigirse hacia la tierra de los gigantes. Ambos partieron hacia la zona más montañosa, cubierta de nieve blanca, donde se erguía un muro de tierra tan alto y tan extenso, que su hermano Oca le dijo: "Hermano mío, nuestro dios ya ha creado un Reino tan alto como para rozarlo con los dedos desde los cielos".
Y así era: la cima de la montaña besaba las nubes, y bien podría haber sido el reino que su padre les había pedido fundar.
"Pero no une al monte con el mar", le respondió Manco. 
Oca hizo volar a su cóndor, y lo dejó libre, surcando para siempre los cielos y besando las nubes. Él construyó allí, al pie de la montaña más grande, su propio castillo: Pie de Gigante.

El último hermano no desistió en su misión. Continuó con el mandato del Sol, hasta que llegó a una edad muy avanzada y necesitaba apoyarse en su llama para poder caminar. Regresó al lugar de donde había partido hacía tantos años, y le dijo a su padre, el sol.

"Oh, padre, te he fallado. He recorrido el mundo desde la Costa Negra, donde empieza la tierra y termina el mar; hasta las montañas de Pie de Gigante, donde se acaba el mundo de los hombres y los Gigantes rigen bajo su ley, y sin embargo, no he encontrado el lugar que tú deseabais. Nunca logré encontrar el Centro del Mundo."

Su padre sentó a Manco en una silla de oro, y lo cubrió con una capa de seda. Sentó a su mujer a su lado, y le respondió, con una amplia sonrisa.

"Lo has encontrado, hijo mío. De hecho, partiste del mismo. No hay centro del mundo más que aquel donde el sol brilla más fuerte, y ese lugar es aquí. Tus hermanos vieron el resto del mundo y eligieron quedarse en el monte o el mar. Es aquí el lugar donde todo se une, y es el reino que tú y tu descendencia poseerán."

Así, el último hijo comprendió por qué ese podía ser el centro del mundo: tenías montañas como las que había en El Pie de Gigante, pero cubiertas de una espesa hierba, y gracias a sus lluvias -no tan fuertes ni frecuentes como en Cielo Bajo- a sus pies sería mucho más fácil sembrar y cosechar todo tipo de alimentos. No poseía los mares de La Costa Negra, pero sí ríos y lagos de aguas dulces que abastecerían a su pueblo por todas las siguientes generaciones. 

Así el más joven de los hermanos, fundó el último castillo. El reino de la Llama se ubicaba a medio camino entre los montes de los Gigantes y los Mares de las Bestias, y suficientemente alejado de la Jungla de los Espíritus. Este fue el último reino, y Manco le concedió el nombre de Piedra de Sol.

Ciudades de PiedraWhere stories live. Discover now