Ataw I

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El sol se escondía detrás de El Rostro. La enorme montaña que se erguía majestuosamente sobre la ciudadela de Piedra tomaba su nombre de las antiguas leyendas que decían que el Dios del Báculo, al terminar de crear el mundo, se recostó en el centro de este para poder descansar, pero su hermano, el Sol, no lo dejaba dormir por su brillo. El Dios del Báculo le pidió a los primeros hombres que construyeran una ciudad suficientemente grande para ocultarlo de su hermano, y así, poder dormir, y así se hizo.
El Dios Sol, aún queriendo molestar a su hermano, decidió rondar el mundo una y otra vez, pasando por encima y por detrás de su hermano, buscando la manera de despertarlo.

Ataw observaba el horizonte en espera del crepúsculo. Su padre le había contado muchísimas otras historias sobre el Dios principal de su pueblo, pero esa era su favorita. Le gustaba pensar en los Dioses no como en seres temibles y omnipotentes, sino como personas con sentido del humor, a semejanza de sus creaciones.

A pesar de haber pasado la mitad de su vida en la ciudadela de Piedra de Sol, Ataw aún se maravillaba cada vez que el astro descendía de los cielos y se plantaba en la tierra, más allá de la Cordillera de los Gigantes. Observar cómo la enorme ciudad de piedra se oscurecía con la caída de la noche desde uno de los dedos de La Mano era un espectáculo hermoso. A veces deseaba poder vivir en alguno de los cinco picos de La Mano, tal vez construyéndose una pequeña casa de piedra, alejada del gentío de la ciudadela. A esta distancia parecían hormigas, encendiendo los fuegos que les brindarían luz aquella noche.

-¿Diciendo adiós?

Ataw viró la cabeza. Siendo un cazador nato, solía prestar atención a cada pequeño cambio en el ambiente: los ruidos de las hojas cuando las acariciaba el viento, los cantos de los pájaros empollando a sus pichones, y hasta el crujido de las ramas cuando los leopardos tigre recorrían el bosque. No había nadie que pudiera sorprenderlo con la guardia baja.

Nadie excepto Ninan.

Su hermano era bastante parecido a él: ambos eran altos -aunque Ninan, por ser mayor, le llevaba al menos un par de cabezas-, de cabello lacio y negro cayendo como cascadas sobre sus hombros y rasgos faciales fuertes, pero con una mirada apacible y una sonrisa siempre dibujada en su rostro. Esa era la mayor distinción entre los dos hermanos, Ataw era más bien melancólico, a pesar de su corta edad. 

-Te vas a perder las festividades si te quedas aquí- le dijo su hermano mayor, sentándose a su lado -estoy seguro de que nuestro padre te dejará emborracharte y festejar con el resto del pueblo siempre y cuando estés listo para partir por la mañana.

Ataw permaneció en silencio. No sentía ganas de bajar a la plaza ni ser parte de la fiesta de despedida del Rey. A pesar de que su sueño desde que tenía uso de la razón era acompañar a su padre y a su hermano en una de sus campañas de conquista, en ese momento empezaba a tener dudas al respecto. Esa podría ser la última vez que observase a Piedra de Sol desde uno de los dedos de la mano. 

-Tengo miedo de no volver- le confesó Ataw a su hermano.

-¿Por qué no volverías?- le preguntó Ninan, con una amplia sonrisa en el rostro.

-Nos vamos a la guerra, hermano -respondió el menor -tú eres ya un hombre, y has batallado contra los salvajes que se esconden en las junglas de Cielo Bajo. Hay canciones sobre ti a pesar de que acabas de cumplir los veinte años -hizo una pausa. Se sentía estúpido mostrando tan abiertamente lo mucho que adulaba a su hermano -yo apenas y soy un chico. He clavado flechas solo en guanacos, y he  blandido mi espada únicamente contra leopardos tigre.

-La mayoría de hombres son menos peligrosos que un leopardo tigre, hermano -rió Ninan -además, eso no responde mi pregunta. ¿Por qué no volverías?

Ataw bajó la cabeza. Se avergonzaba de la respuesta que iba a dar.

-Podría... podría morir, ¿o no?

A Ataw se le había enseñado a no temer a la muerte. Las leyendas le decían que no debía temer a pasar al otro mundo, y sin embargo, lo temía. ¿Cómo saber si todo lo que se decía de la otra vida era real? 

-Hermano -la sonrisa de Ninan creció -todos los hombres antes que tú que han muerto, y todos los hombres que lo harán después de ti vivirán el mismo destino. Sea cual sea ese, es lo que es. Es lo que nuestros dioses quieren que sea. 

El mayor se puso de pie. Ataw lo miraba, aún sentado, y en ese momento se sintió más niño de lo que se había sentido en muchísimos años.

-La muerte es de los dioses. Pero la vida... la vida es solo nuestra.

Ninan empezó a descender el cerro en dirección hacia el pueblo. Ataw se quedó en silencio, observando las pequeñas llamaradas de las antorchas en la ciudadela, y tras darle un último vistazo, solo para asegurarse de que la imagen de ese paisaje quedaría grabada en su mente por mucho tiempo, siguió a su hermano.

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⏰ Last updated: Jun 11, 2019 ⏰

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