Solo el suicida piensa que puede salir por puertas que solo en la pared están pintadas.
Vladimir Holan.
El silencio predomina en la pequeña sala. El pasar de los coches interrumpe la insonoridad de esos ocho metros cuadrados...
-¿Por qué lo hiciste?- comenta pausadamente la doctora irrumpiendo en los pensamientos de su paciente. El cual tarda en responder y cuando lo hace, lo hace sin mirarle a la cara.
-No lo sé, solo sé que llega un momento en el que dejo de ser yo. Y ese yo, no quiere vivir- dice decidido, pero sin dar crédito a una realidad que sigue sin comprender.
-¿Por qué?- dice intentando ocultar el desconcierto en su voz.
-Es simple, no me quiero.- responde con bastante arrogancia hacia sí mismo.
-¿Y por qué no te quieres?- pregunta expectante, coge su cuaderno para anotar lo que le parezca relevante.
-Porque no hacerlo es más fácil que hacerlo. Para ello tendría que aceptarme, y aceptar mis miedos. Y a ellos, no los quiero.- mira sus pies intentando evitar cualquier contacto visual con la doctora.
-¿Entonces te asustan?- dice casi afirmando. Cierra el cuaderno para que él no sienta que es una de esas psiquiatras de protocolo definido.
-No, ellos no, más bien en quien me convierto cuando dejo que me dominen- mil pensamientos comienzan a venir a su mente sin poder controlarlos, y el pánico se apodera infimamente de sí mismo.
-¿Y por eso huyes?- lo mira compasiva, mientras su mente trata de encontrar como suavizar la brusquedad de la conversación.
-Puede- un nudo aparece en su garganta el cual trata de pasar con saliva, no quiere que ella sienta su debilidad.
-¿No te cansas de huir?- la situación comienza a ser más complicada para ella también, y teme que su inexperiencia se dé a notar.
-Me canso de sufrir- su mirada se pierde contando las baldosas sin atreverse a mirarla, aunque sigue sin saber si es por vergüenza o por miedo a sentirse juzgado.
-¿Y así crees que dejarás de hacerlo?- dice mientras trata de recordar el protocolo a seguir en pacientes como él.
-A veces pienso que sí, pero cuando me levanto y veo que sigo aquí, que no lo he conseguido. Sufro más...- se mira las cicatrices que quedan de las anteriores veces que lo intentó sin conseguir lo que en realidad quería.
-¿No sería mejor elegir vivir?- dice con un halo de esperanza, esperando una respuesta positiva. Esperando que en algún momento se digne a mirarla.
-Quizá, pero eso es más complicado. Y seamos realistas, a nadie le suele gustar lo complicado- la incomodidad de ese pequeño diván le pone más nervioso.
-Pero antes has dicho que llega un momento en el que dejas de ser tú, y ese otro tú no quiere vivir. Entonces... ¿qué pasa con el que sí quiere vivir?- dice pavorosa ya que sabe que es una pregunta definitiva que dictaminará si la terapia resultará efectiva o no.
-Cuando me miro al espejo veo que me he convertido en todo lo que dije que nunca sería. Mi imagen me impacta tanto, que cuando ese otro yo grita, no le escucho- el nudo se hace más grande, consigue que sus ojos retengan las lágrimas pero no sabe cuánto tiempo más podrá evitar lo inevitable.
-¿Cuál crees que es el problema entonces?- la confianza vuelve a ella con esa pregunta.
-Mis miedos, porque me obligan a hacer cosas, a ser cosas...que no quiero- dice pensando que lo acaba de decir es propio de un loco, el temor vuelve a él.
-Pero tú eliges, siempre tienes elección... ¿y si eligieras otra cosa?- cada vez le resulta más difícil mantener la conversación sin sentirse abrumada.
-¿Cómo qué?- dice desconcertado.
-Ser feliz, por ejemplo. Sería mejor arriesgar la vida intentando serlo, que perderla no siéndolo, ¿o qué piensas?- dice buscando cruzar sus ojos con los de él para darle seguridad.
-Pienso que hace tiempo olvidé como serlo- dice intentando recordar esos momentos en los que lo fue pero sin dar con ninguno. Los ha olvidado.
-El dolor es lo único que te has permitido sentir, sin embargo, si te dejas llevar...quizá y solo quizá puedas volver a sentirla- acto seguido sonríe al poder mantener por unos segundos el contacto visual con él, sabe que eso significa que se abrirá a ella.
-¿Y cómo se hace eso?- dice esperando que tenga la llave que abra la puerta por la que quiere salir de ese agujero en el que se siente incrustado.
-Permitiéndote sentir, aceptando el dolor. Desenganchándote de esa droga en la que se ha convertido tu tristeza. Creyendo en ti, con mucha fuerza. Dándole voz a esa parte tuya que quiere vivir, escuchando las razones que tiene para seguir respirando- lo dice todo de golpe casi sin respirar que cuando termina necesita coger aire profundamente.
-¿Y si no funciona?- en su voz se denota el pánico de alguien que fracasó en demasiadas ocasiones.
-Tienes que intentarlo hasta conseguirlo, porque si no lo haces, igualmente estarás muerto- dice esperando que esas palabras no actúen negativamente en él.
-¿Muerto?- ya no puede contener más el nudo en la garganta, las lágrimas brotan de él. Se pone de pie frente a la ventana, cabizbajo.
Su inexperiencia hace que se quede unos segundos paralizada al ver la reacción en su paciente. Así que hace lo único que se le ocurre. Se acerca y lo abraza. Él le devuelve el abrazo con más fuerza. Se quedan en medio de esos ocho metros cuadrados, de pie, abrazados y con el único sonido de los sollozos de él. Ella no sabe si lo está haciendo bien, pero se queda ahí sintiendo como las lágrimas de ese gran hombre le empapan la ropa. Él siente que por primera vez está dejando que el dolor fluya y se vaya, lejos. Cierra los ojos con fuerza y se promete a él mismo que jamás lo volverá a intentar, que lo único que intentará es ser feliz.